“Nos ordenaron que nos desnudáramos, un soldado israelí nos apuntó y quiso disparar”
“Lo vi. Vi cómo el soldado israelí subía al mirador y apuntaba contra nosotros”. Estas son las palabras que Se’afa Abu Sa’id, campesina palestina, intenta articular con gran dificultad. El disparo que ese soldado israelí le asestó le cruzó la mandíbula de un lado a otro de la cara.
Su rostro está ahora hinchado, el dolor es insoportable, sobre todo porque ha comenzado el frío y húmedo invierno, y tiene hematomas y puntos de sutura por el cuello. También cuenta la edad: Se’afa es una mujer de 65 años.
El pasado 1 de diciembre, esta mujer vecina de al-Maghazi, centro de la Franja de Gaza, se dirigió como siempre a sus campos agrícolas. Su marido, Ahmed, conducía las riendas del caballo que tiraba su único medio de transporte, un viejísimo carro que también les sirve para cargar las hortalizas que cultivan.
“¿Por qué nos dispararon? Somos pobres trabajadores”
“Yo estaba en el carro con mi marido y, mirando hacia la alambrada, veía a un soldado israelí, alto, que nos miraba a lo lejos”, relata Sea’fa. Los ancianos se encontraban a unos 300 metros de la frontera de facto israelí, la línea verde.
“En cuanto entró al mirador militar le dije a mi marido que tenía miedo, que nos fuéramos de ahí rápido”, continúa Sea’fa, cansada de hacer esfuerzos por explicar lo que ocurrió ese día. Entonces llega a la habitación su marido Ahmed quien añade, habiendo oído su relato: “Pero no estábamos solos en ese lugar. Había gente trabajando, agricultores, incluso unos con una excavadora recogiendo tierra mucho más cerca de la alambrada que nosotros”, añade Ahmed.
Pero fue a ellos a quienes disparó el soldado. “No tenemos pinta de ser jóvenes que van a tirar piedras a los soldados”, dice el anciano. “Tampoco había grupos de chavales tirando piedras en ese lugar. Además, los soldados tienen prismáticos. Saben quiénes somos. Fue una injusticia. ¿Por qué nos dispararon? Somos gente pobre que va a trabajar, nada más”.
Desde que comenzó la oleada de violencia en los territorios palestinos bajo ocupación israelí han aumentado los ataques israelíes contra palestinos y palestinas que no participan en choques con los soldados israelíes. Nada tienen que ver con los jóvenes que participan en la llamada “Intifada de Jerusalén”, solo son humildes trabajadores de la tierra o del mar de la bloqueada Franja de Gaza.
Disparos arbitrarios contra campesinos
En cualquier parte del mundo, lo primero que hacen los campesinos cuando despiertan es ver cuáles son las condiciones climatológicas antes de ir a faenar. Sin embargo, en la Franja de Gaza, los campesinos primero se deben asegurar del estado de seguridad: ¿Hay o no hay ataques contra agricultores? ¿Han comenzado o no a arrasar las tierras agrícolas las excavadoras blindadas israelíes?
Si todo está tranquilo se visten y salen a cuidar su tierra. Ese mismo protocolo siguió Mohammed Abu Ta’ima, un campesino de 29 años con una mujer, una hija y sus ancianos padres a su cargo, hace aproximadamente tres semanas.
“Tengo en propiedad un terreno en Khuza’a (sureste de la Franja de Gaza). La tierra más cercana a la línea verde está a unos 300 metros”, explica Mohammed desde una clínica de la beneficencia. No trabaja desde que recibió un disparo de un soldado israelí a 500 metros de la valla.
“Estaba quitando las malas hierbas de las plantas de los guisantes. Todo estaba tranquilo. De repente, sin disparos previos, me dispararon. La bala penetró en una pierna y explotó en la otra”, continúa. Las dos piernas fueron heridas en un único disparo.
Mohammed, el enfermero y un familiar, que le ha ayudado a llegar a la clínica a cambiarse las vendas, bromean: “Se ahorraron una bala. Dos en una”.
Pero la situación no está para bromas, a pesar de que los palestinos tengan esa tendencia a la ironía. “Ahora no puedo trabajar, ni siquiera rezar”, se lamenta Mohammed. “Mi moral está por los suelos. No estaba haciendo más que trabajar y me dispararon, ¿por qué? No entiendo porqué, todo estaba en calma. No había enfrentamientos ni nada. Yo solo estaba trabajando la tierra”.
Los campesinos de la zona este de la Franja de Gaza piensan que la respuesta a ese por qué está clara: Israel intenta aumentar, unilateralmente, la zona de seguridad de la línea verde.
“Quieren quedarse con todas estas tierras agrícolas, quitarnos la tierra”, declara Mohammed. “Quieren hacer una zona de colchón en toda la línea verde, quieren que desaparezcan estos campos gazatíes”.
Oleaje de detenciones israelíes
Sin poder trabajar los campos agrícolas más fértiles de la Franja de Gaza, sus habitantes se hunden en una profunda crisis alimentaria, económica y social. Lo mismo ocurre con la pesca, una fuente económica primaria y tradicional en el enclave costero que los últimos meses está siendo muy difícil de practicar por el acoso, las detenciones y los ataques con disparos israelíes. Justo cuando se dan las mejores condiciones para faenar.
Salah Moqdad es un palestino que lleva 50 años saliendo a las costas de Gaza. Con sus 67 años Salah acaba de ser puesto en libertad. El pasado lunes, lanchas de la marina israelí rodearon su barca y lo detuvieron a él y a sus otros tres tripulantes.
“Faenábamos juntos los cuatro, como siempre. Llegamos temprano al puerto, registramos nuestros nombres y salimos. No vamos cerca de las boyas, para evitar problemas con los israelíes. Ellos dicen que solo podemos ir hasta las 6 millas náuticas. Fuimos a pescar hasta las 5 millas”, cuenta Salah con un rostro cansado, apenas hace unas horas que llegó a su casa en el campo de refugiados de Ashatti después de estar detenido en el puerto israelí de Ashdod.
“Un soldado comenzó a gritarme: ‘¡Quita el motor!’. Yo lo apagué y lo subí del agua. ‘¡Quita el motor!’, me volvió a gritar. Yo le dije: ‘¿pero cómo lo voy a quitar de la barca?’ –señala Salah–. Luego nos ordenaron desnudarnos. Yo le dije que no me desnudaba porque si lo hacía me moriría. Tomo pastillas para todo: el corazón, el estómago…”.
Mohammed al-Halabi, de 42 años, era otro de los pescadores y cuenta cómo se libró por los pelos de ser disparado: “Nos pidieron que nos desnudáramos, vi cómo un soldado nos apuntaba y quiso disparar, pero se le atoró el fusil. Probó de nuevo. Pero no pudo. Luego otro soldado le pasó un fusil diferente, entonces grité: ‘¡Parad!’. Y empecé a desnudarme”.
Yusri al-Akhsham, sobrino de Salah, era el más joven de todos. Fue el que recibió peor trato. “Me decían: ‘¡Tú el de Hamas!’ o ‘¡Tú el de Daesh!’”, explica Yusri. Y prosigue: “La primera bala que dispararon hacia nosotros pasó por debajo de mí. Me dijeron: ‘Si no vienes aquí te dispararé en el brazo y en el motor. ¡Salta! ¡Nada!’”.
El anciano Salah y su sobrino Ali al-Akhsham, también presente aquel día, son los dueños del barco. “Yo les pedí a los israelíes que no hicieran nadar a mi tío, es muy mayor. Si llega a meterse en el agua, se nos muere”, asegura Ali. “Y, claro, los israelíes no quisieron tomar tal responsabilidad. Quieren mostrarse al mundo como inocentes, pero nos asaltaron sin razón, nos detuvieron y se han quedado con todo el material, los GPS, incluso nuestros móviles”.
Ese día, los cuatro hombres no fueron los únicos detenidos por la marina israelí. Sin barcas, los pescadores no podrán volver a alimentar a sus familias.
La barca de los Akhsham la obtuvieron gracias a una donación noruega después de que la marina israelíes les arrebatara otra embarcación en 2012, en semejantes circunstancias. “Otra vez lo mismo. Tengo que llevar pan a casa. Mucha gente depende de mí, no solo mi esposa, mis nietos también. No hay trabajo para nadie”, se lamenta Salah.