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Cuarenta sirios llevan cerca de 6 meses atrapados en Ceuta

Gabriela Sánchez / Stéphane M. Grueso

Ceuta —

Sus ropas mojadas tratan de secarse frente al majestuoso edificio de la Delegación del Gobierno de Ceuta. Al lado, Fatima, Nada, y su hija, ataviadas con varias capas de camisetas húmedas tras la lluvia, observan las carreras de sus niños en la céntrica plaza ceutí donde decenas de refugiados sirios han instalado su casa. Exigen un traslado a la Península que no llega, como tampoco aparece el final de la guerra que forzó su huida de Siria.

Tras cerca de seis meses de protesta, alrededor de 40 personas continúan esperando a adquirir el derecho de libre circulación que supuestamente, según la Ley de Asilo y el Tratado de Ginebra, posee todo demandante de protección internacional en Europa. Sin embargo, desde el 1 de enero de 2010, se restringió el acceso a la península de las personas solicitantes de asilo, cuya petición es admitida a trámite en Melilla y Ceuta hasta que el Ministerio del Interior resuelva su expediente, es decir, hasta que determine si otorga a cada caso el estatus de refugiado, la protección subsidiaria o nada. Un proceso que, aunque la normativa española establece que no debe superar los seis meses, puede alargarse durante años. En el caso de los sirios, al ser un ejemplo claro de necesidad de protección internacional, debería solucionarse con mayor rapidez.

La Delegación del Gobierno asegura que no saldrán de la Península hasta que no se resuelvan sus expedientes, competencia del Ministerio del Interior. En el caso de hacerlo, defienden, “tendrían trato de favor con ellos” respecto a “otros solicitantes de asilo internos en el CETI”.

Algunas de las personas acampadas piden, al menos, las posibilidades de acogida ofrecidas en la Península para demandantes de asilo. Aquí, en Ceuta, solo existe una opción: el Centro de Estancia Temporal Para Inmigrantes (CETI), que en la actualidad supera su límite de capacidad. Los refugiados sirios acampados consideran que no es el alojamiento adecuado para las familias, que deben ser separadas.

“El CETI está bien para personas solteras, pero para familias no”, sostiene Ahmed, uno de los pocos que se lanzan a hablar en francés. No es el único que lo piensa. El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados considera que estos centros no cuentan con las características adecuadas para albergar a demandantes de protección internacional.

“En las ciudades autónomas, estas personas son internadas en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes sin diferenciación, centros que, además, están saturados. La gente con necesidad de protección internacional no puede estar ahí. Ese no es el ambiente adecuado para niños ni familias, pero menos para solicitantes de asilo. No cumple con las directivas europeas”, afirmó Francesca Friz-Prguda, representante de Acnur en España, en un entrevista publicada en eldiario.es en agosto. La posición de la agencia de la ONU se mantiene. La Delegación del Gobierno, por su parte, discrepa: “La última planta está reservada para los refugiados sirios y es un centro que, aunque supera el límite de capacidad, no se ve saturado y los internos tienen una asistencia de gran calidad”, argumenta un portavoz oficial a eldiario.es.

Acostumbrados a la indiferencia de buena parte de las personas que cruzan la Plaza de los Reyes de Ceuta, varias sonrisas de amabilidad reciben a los pocos que se interesan por ellos. También hay gestos de incomprensión. La mayoría de ellos habla únicamente árabe y, mientras buscan a alguna persona que chapurree español, francés o inglés, varios de ellos se levantan raudos de sus sillas para ofrecer asiento. Nos obligan a tomarlo y esperan a poder comprendernos.

Vox recoge firmas para desmantelar el campamento

“¡Graba, graba a esos sucios!”, se escucha. El grito procede del interior de un coche que circula por la calle aparejada a plaza ceutí. Los refugiados que mantienen la protesta aseguran que, aunque bastantes personas les han ayudado, les ofrecen comida o se paran a charlar un rato con ellos, también aparecen de vez en cuanto aquellos que evidencian malestar con su presencia. “Un partido político está reuniendo firmas para echarnos a todos a palos”, dice Ahmed enfadado. Los demás asienten con rostro serio.

Se trata de la formación VOX-Ceuta, que ha recogido más de 3.000 firmas para pedir que el grupo de sirios regresen al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). El partido político defiende que la recogida no tiene ni tintes “racistas ni xenófobos” sino pedir a las autoridades que “intervengan y adopten las medidas que pongan fin a este asentamiento ilegal”, según ha informado la agencia Efe. “Si ellos se niegan a marcharse, ¿cómo les van a echar? Tendría que ser con violencia. No lo pueden hacer porque son refugiados”, dice una de las ciudadanas que les apoya.

Aparece el pequeño Mazen -nombre ficticio-, dispuesto a traducir a todo aquel que lo necesite. En tan solo cinco meses de estancia en España, entona un comprensible español y lo luce con orgullo. Él no duerme bajo las carpas levantadas frente a la Delegación del Gobierno, pero prácticamente vive allí. Al ser menor y no estar acompañado de sus padres, duerme en un centro de acogida de la ciudad autónoma. Va a la escuela por la mañana y, nada más finalizar sus clases, se une a la causa de sus compatriotas. “Me gusta estar con ellos, yo también quiero ir a la Península, a Madrid y reunirme con mi hermano”, reconoce con una tímida sonrisa. Uno de sus dos hermanos está en la capital, tras huir de Siria a Líbano y lograr el visado a España que le permitió tomar un vuelo. Su otro hermano está en Ceuta, uno de los refugiados que el día anterior soportaron la lluvia en una de las muchas tiendas de campaña plantadas al lado de una hermética iglesia.

“Han pedido a la Delegación del Gobierno toldos para taparse de la lluvia intensa de estos días, pero no han obtenido respuesta. También pidieron que se abriese la iglesia para que durmieran al menos algunos de ellos, pero la cerraron a cal y canto”, explica una ciudadana española que desde la primera semana de acampada trata de ayudarlos en todo lo que puede. Llega al campamento y charla en árabe con los que ya son sus amigos. “No les dan ninguna solución”, dice como si fuese una afectada más. La joven, que no quiere revelar su nombre por miedo a “tener problemas” con la institución gubernamental, ha abierto su casa en varias ocasiones para que algunos de los refugiados puedan tomar una ducha o descansar sobre una cama. Desde la Delegación del Gobierno en Ceuta son contundentes: “Están en la plaza porque quieren, podrían estar bajo el techo del CETI pero se niegan”.

La mirada serena y contundente de Fatima evita la insistencia de quien intenta saber más y no obtiene respuesta. Están cansados. Por esta plaza ya han pasado decenas de periodistas, y nada cambia. “¡Hasta suecos!”, dice una voz entre el grupo. Han hablado, han explicado sus denuncias, han narrado la pesadilla sufrida, la guerra que les ha empujado a esta ciudad española. Se han descubierto ante desconocidos con la esperanza de siempre: si se difunde su situación, quizá se alcanza antes la solución. Pero aquí siguen, a la espera de la resolución de una eterna burocracia, bloqueados entre Europa y África, sin comprender por qué no pueden cruzar a la totalidad de España si, según les habían dicho, esto ya es España.

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