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“Meses después del terremoto de Ecuador, hay gente que se despierta a la hora del seísmo con ansiedad”

Un niño camina frente a una funeraria en Manta (Ecuador), tras el terremoto del 16 de abril.

Laura Olías

“El terremoto fue el 16 de abril a las 18.58”. Airam Vadillo, psicólogo de Médicos del Mundo, replica los números exactos de la catástrofe como si de una lección se tratara. Esa hora, anotada en numerosos informes de su intervención en Ecuador, es también el momento en el que muchos trabajadores de los servicios de emergencias abrían los ojos cada día tras el seísmo de 7,8 grados. “Se despertaban a la hora del terremoto por ansiedad”, cuenta recién llegado del país sudamericano.

Cuatro meses después del seísmo que dejó 670 víctimas mortales, según las cifras oficiales, muchos ecuatorianos siguen rigiendo muchas de sus conductas por esos instantes en los que la tierra comenzó a temblar. Su rugido les cambió las rutinas y en muchos casos se adueñó de sus conductas con el miedo como arma.

“Hay ciertos rituales, como las personas que se ponen cuencos de agua a su alrededor, para ver rápido si había algún temblor y salir corriendo. Gente que no sube al tercer piso por si no le da tiempo a abandonar el edificio ante un terremoto...”, explica el psicólogo a eldiario.es recién llegado de una intervención de tres meses en Ecuador.

Durante este tiempo ha trabajado con personas que se iban a la cama con zapatos. Si tenían que escapar en plena noche, no perderían segundos en calzarse. Ha tratado con supervivientes que no podían estar mucho tiempo en la ducha, porque cuando la tierra comenzó a temblar les pilló bajo el grifo. “Son estrategias, no quieren estar en la ducha tras lo que vivieron”, cuenta.

Poco a poco, cumplidos ya más de 100 días desde ese 16 de abril, la población afectada se va sobreponiendo a las secuelas psicológicas de la catástrofe. Pero con esta “herida” tiene un doble reto: si los daños materiales y físicos de las emergencias naturales se reconocen abiertamente (y también la necesidad de invertir en ellas), con los daños psicológicos no ocurre lo mismo. Las secuelas en la salud psicosocial sufre la invisibilidad que les caracteriza.

“Cuando hay una catástrofe de este tipo uno se da cuenta de la poca apuesta que hay en general en todos los países por el componente psicosocial, por tratar de mitigar esas secuelas psicólógicas. Ningún país está preparado y uno se da cuenta por cómo reacciona la gente, que se ve muy desbordada”, afirma Vadillo.

“La gente estaba desbordada”

Combatir las secuelas psicosociales de los funcionarios públicos tras el terremoto ha sido el objeto del proyecto que Médicos del Mundo en el país, junto a la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud. “Y la coordinación con el Ministerio de Salud Pública ecuatoriano”, destaca el psicólogo. A su llegada, “la demanda de atención era tremenda”, añade. “Nos encontramos a gente muy desbordada, con altísimos niveles de estrés, personas que se veían impotentes ante la situación, que se les escapó de su control”.

Su iniciativa se basaba en la premisa de “cuidar a los cuidadores”. Trabajar con los servidores públicos, los intermediarios respecto a la población general, “con la lógica de que si ellos tienen un buen nivel de bienestar, pueden replicar hacia la población un buen servicio”. Muchos de ellos se veían incapaces de cumplir con los objetivos que les exigían desde arriba, que incluían tareas para las que no estaban especializados. Ellos, indica Vadillo, también eran damnificados por la catástrofe –“a veces también habían perdido sus casos o conocidos, familiares– pero debían atender a los demás. ”Es una situación muy frustrante, porque quieres hacerlo bien pero no puedes“.

Vadillo indica que la estrategia de preparación para estas emergencias es muy poco adoptada por los gobiernos de todo el mundo. “En general, tratamos de mitigar el dolor cuando ocurre y las medidas preventivas en este terreno son muy complicadas para poner en marcha. Pero cuando ocurre un desastre, entonces sí ves que es prioritario”.

La culpa y la normalización de las reacciones

Los 'y si' resonaban en muchas de las sesiones de la ONG. “Las frases 'qué hubiera pasado si' o 'y si hubiera...', 'podría haber hecho más' son todas esas coletillas que revelan el sentimiento de culpa. Nosotros tratamos de que se den cuenta de que fue un evento inesperado, que nadie estaba preparado. Que estamos aquí para aprender a hacerlo mejor, pero que no vale de nada anclarse en ese dolor”.

También se vive un “duelo”. “Duelo por haber perdido un hogar, por ejemplo, porque había gente que se había comparado una casa y ya no tenía nada. Personas que habían perdido familiares y muchas veces de la peor manera. Las muertes no son naturales, muchas veces eran muy duras. Personas que estaban con vida y al mover los escombros fallecieron. Eso es muy duro. Mucha gente falleció abrazada, rezando...”.

En el epicentro, en Pedernales, una persona comentó al psicólogo que “eso era como The Walking Dead, todo el mundo sangrando, pidiendo ayuda”. Esas imágenes se aferraban a la mente de muchos funcionarios. “Muchas priorizaron hacia la familia, lo cual es normal y comprensible, y eso hacía que se relegara la ayuda a personas que también la requerían. Hay personas que vivían con esas losas de culpabilidad”.

Vadillo y sus compañeros transmitían a los participantes del proyectos que estas reacciones eran normales. “Muchos se sentían como '¿por qué no puedo hacer una vida normal?”. La respuesta pasaba por reconocer lo extraordinario de la emergencia: “Todas esas reacciones son normales, porque lo que ha ocurrido no es normal”.

Gran capacidad de superación

Poco a poco y con la atención especializada, los afectados van dejando atrás las secuelas. “Hay gente que no sube hasta un tercer piso, pero sí hasta un segundo o primero. Que ya coge menos cuencos de agua para advertir los temblores”, dice como ejemplo.

“La capacidad de los ecuatorianos, los manabitas más concretamente, de sobreponerse a la adversidad y salir más fortalecidos que nunca es impresionante. Nos subestimamos, pero los seres humanos tenemos esa capacidad de sobreponernos”, afirma Vadillo.

En su opinión, es necesario también obtener cierta enseñanza, el lado menos amargo de la catástrofe. Y es que, en situaciones límite, las personas acaban desprendiéndose de mucho para quedarse con lo importante. “No buscamos la autocomplacencia, pero podemos ver, ya que ha ocurrido, qué mensajes me ha dejado el terremoto. Al final, lo que sale de todo esto es por lo que las personas creen que merece la pena vivir”. De forma unánime, señala el psicólogo, “lo que eligen todas las personas es el apoyo familiar”.

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