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Cómo se recoge un cadáver en una epidemia de ébola

Agus Morales

Médicos Sin Fronteras —

Suena el teléfono. Hay un cadáver en un barrio de Monrovia, y eso en la capital de Liberia se traduce en una sospecha automática: ébola. ¿Quién se encargará ahora de acudir a la comunidad, recoger el cadáver y desinfectar la casa? Hoy lo harán el liberiano B. Sunday Williams y sus compañeros del equipo de recogida de cadáveres de Médicos Sin Fronteras (MSF).

La víctima es un bebé de 18 meses. El equipo se sube a un todoterreno y conduce hasta una vivienda en Paynesville, uno de los suburbios de Monrovia más afectados por la epidemia. Agitada y curiosa, una multitud se agolpa en la entrada de la casa. Williams y los demás ni se inmutan: ya están acostumbrados.

“A veces, cuando salimos, la gente tiene miedo de nosotros, pero les decimos que no se preocupen. Yo no toco a nadie, hago todo lo necesario para protegerme. Incluso cuando llevo el traje de protección me siento cómodo y protegido”, cuenta Williams.

Después de hablar con la familia, el equipo se enfunda los buzos amarillos en el porche de la casa. La muchedumbre mira desde fuera. Williams es fácil de distinguir incluso con el traje, porque lleva un recipiente azul relleno de cloro a sus espaldas: su arma para luchar contra el ébola.

“Cuando empecé a trabajar tenía mucho miedo –admite Williams–. Me asustaba coger un cadáver. Pero ahora ya no tengo miedo, me siento protegido”. Estos equipos no solo recogen cadáveres, sino que también transportan a los pacientes de ébola de sus hogares a los centros de tratamiento, además de informar a los familiares sobre lo que pueden hacer para protegerse.

“En ocasiones, las casas que desinfectamos están en penumbra –explica Williams–. Tienes que protegerte a ti mismo y a tus compañeros, porque, si el que desinfecta con cloro no hace bien su trabajo, pone en peligro a todo el equipo. Cuando una persona está en contacto con el virus, todo el mundo está en riesgo”. Aspersor en mano, Williams es el vigilante, el guardián, el que vela por la seguridad del equipo.

Su función es singular: entra en la casa mientras los demás esperan fuera y rocía con cloro de forma metódica el cadáver. Así se liquida el virus y se facilita la labor de los que tienen que recoger el cuerpo sin vida. “El que desinfecta se tiene que asegurar de que el lugar es seguro antes de que los demás entren en la casa”, resume Williams.

Uno de sus compañeros toma una muestra de saliva del bebé para confirmar que se trata de ébola. El cuerpo diminuto es introducido en una bolsa blanca, que también es desinfectada. Cuando se llevan el cadáver, los vecinos se sumen en un profundo silencio, solo roto por los intermitentes gritos de dolor de la familia.

El vehículo de MSF arranca y el cadáver es trasladado a la morgue. Para evitar prácticas de riesgo como la manipulación del cuerpo, no habrá ceremonias fúnebres. Es algo durísimo para la familia, que nunca volverá a ver al bebé.

Historias así se repiten cada día para el equipo de MSF que recoge cadáveres, una de las actividades fundamentales en la lucha contra el ébola. Pese a la exigencia del trabajo, Williams no tiene dudas sobre su importancia.

“Cuando MSF me pidió que me uniera al equipo, no fue fácil tomar una decisión –confiesa–. Pero poco a poco me hice fuerte. Hoy el trabajo me apasiona”.

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