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Colombia afronta ahora el reto de la reinserción de los guerrilleros

Fotografía de archivo de marzo de 2001 que muestra al líder histórico de las FARC, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. /EFE

Pablo García-Inés

“¿Que qué haré cuando dejemos las armas? Lo primero que quiero es conocer el mar”, afirma Lizet, guerrillera del frente 48 de las FARC. Su historia es muy similar a la de muchos de sus compañeros. Su familia fue asesinada ante sus ojos por los paramilitares, y al día siguiente, con tan solo 11 años, se unió a una columna guerrillera. Hoy, a sus 18, ve con esperanza e ilusión la firma de los acuerdos de la Habana y hace planes para un futuro en paz.

Ella es uno de los 17.500 combatientes de las FARC, (7.500 guerrilleros y 10.000 milicianos colaboradores, según las estimaciones oficiales más altas) que tendrán que integrarse en la vida civil una vez se entreguen las armas. Implementar un plan eficaz de reinserción social será tal vez el mayor reto para el gobierno colombiano una vez firmado el acuerdo de paz.

“Tras la firma de la paz, empieza el trabajo duro de verdad”, sostiene la joven guerrillera. Lizet sorprende por su madurez, pese a su juventud. Sabe de los golpes de la vida y asume que, pese a la firma del tratado, aún queda un largo recorrido antes de cumplir su sueño y conocer el mar.

El primer paso será marchar junto con su columna guerrillera a alguna de las 23 zonas veredales y 8 campamentos, distribuidos por todo el país y acordados por el gobierno y las FARC. Hasta allí también se desplazarán los guerrilleros presos en cárceles colombianas que acepten la amnistía y las condiciones del acuerdo de paz. Lizet y sus compañeros podrán portar sus fusiles personales hasta que el acuerdo sea rubricado en las urnas. La decisión final la tomarán los colombianos en el plebiscito que se celebrará el 2 de octubre.

Será allí, en esas áreas de concentración guerrillera, donde empezarán las primeras labores de reinserción social, sobre todo en el ámbito pedagógico. Los comandantes guerrilleros instruirán a la tropa sobre las implicaciones del acuerdo firmado y los pasos a seguir para el desarme definitivo. Una vez rubricado el acuerdo en el referéndum – en caso de que el “sí” triunfe–, los guerrilleros entregarán progresivamente las armas, dando así el paso definitivo hacia la vida civil.

El coste de la paz

Lizet tiene muy claro su futuro ideal: “En la selva he aprendido muchas cosas, pero sobre todo a luchar para defender a mi país. Eso es lo que me gustaría hacer cuando llegue la paz. Formar parte del futuro Ejército de Colombia que defienda al país y a todos los colombianos”, asegura.

Otros guerrilleros, en cambio, sueñan con una vida alejada de las armas. Los hay que quieren ser profesores, mecánicos o futbolistas. Otros, desean volver a sus raíces. Entre gran parte de los miembros de las FARC, cuyo origen es mayoritariamente campesino, existe la idea común de comprar unas tierritas, una chacra que les permita cultivar, formar una familia y vivir en paz.

Para facilitar la integración, los guerrilleros tendrán algunas subvenciones económicas que podrán destinar a comprar una vivienda, emprender pequeños negocios o mantenerse mientras se integran en alguno de los planes creados por el gobierno específicamente para su reinserción.

Estas subvenciones han sido uno de los principales argumentos utilizados por los opositores a las negociaciones, liderados por el expresidente Álvaro Uribe. Critican el elevado gasto económico y los privilegios otorgados a los guerrilleros frente al resto de la población. Ante estos argumentos, Roy Barreras, miembro del equipo negociador del gobierno, defendía la medida adoptada: “La guerra es mucho más costosa que la paz”.

El riesgo de la falta de reinserción

Los negociadores consideran estas subvenciones un pilar central de la reinserción porque tanto ellos como los asesores externos del proceso saben bien cuáles son los peligros de que, tras la entrega de armas, se abandone a su suerte y en un entorno hostil a miles de exguerrilleros con instrucción militar.

“Corremos el riesgo de metástasis de la violencia en las ciudades”, afirmaba Humberto de la Calle, jefe negociador del gobierno colombiano. En la mente de todos los negociadores está presente el fracaso a largo plazo de la reinserción guerrillera en Guatemala y El Salvador, para muchos origen de gran parte de los problemas que han convertido la región en uno de los lugares más violentos e inseguros del mundo.

Los futuros exguerrilleros necesitan trabajo para minimizar el peligro de que caigan en la delincuencia, la marginalidad o se reintegren en otros grupos armados. Pero el plano laboral es, pese a su relevancia, sólo una de las batallas a librar en su reinserción en la vida civil.

Los expertos en resolución de conflictos alertan sobre la importancia del seguimiento psicológico de los desmovilizados. Tras una vida de guerra y sufrimiento, han vivido marcados por un clima de violencia en el que matar o morir era una filosofía clave en su vida. Muchos de ellos han sufrido fuertes traumas previos al ingreso en la vida guerrillera, que también son necesario tratar.

Es el caso de Lizet, que vio cómo los paramilitares asesinaban a su familia y perdió después a su hermano, también guerrillero, en un combate con el Ejército en el que ella sobrevivió. “Los soldados son nuestros hermanos, ni a ellos ni a nosotros nos gusta la guerra. Todos tenemos que aprender a perdonar” afirma.

Sorprende su alegría contagiosa y su sonrisa permanente pese a haber pasado toda su adolescencia librando una guerra que triplica su edad. No serán suficientes sus ganas. Como muchos otros guerrilleros, necesitará ayuda de especialistas para enfrentarse a un mundo que desconoce por completo y adaptarse emocionalmente a los fuertes cambios que están por llegar.

Combatir la polarización social

Para el psicólogo y filósofo Juan David Villa, la atención psicológica es clave, especialmente para que muchos excombatientes reconstruyan su proyecto de vida, pero cree que hay restos aún más importantes. “Pienso que el principal problema en Colombia ahora es la polarización de la sociedad, a partir de una lógica psicosocial, que durante muchos años identificó a un enemigo único hacia el que ha movilizado emociones de ira y odio. Se ha construido así una narrativa del conflicto que imposibilita los matices y ubica a los guerrilleros únicamente como delincuentes, narcotraficantes y terroristas”, cuenta el experto a eldiario.es.

Villa cita al psicólogo israelí Daniel Bar-Tal para identificar estas creencias y emociones que se instalan en la sociedad civil como uno de los principales obstáculos para la consecución de la paz y la reconciliación después de conflictos de larga duración: “Considero que al mismo tiempo que se trabaja en la atención a los desmovilizados, será necesario trabajar en el cambio de estas narrativas y creencias en la sociedad. Hay que apuntar a la movilización de emociones como la esperanza, promover la confianza y propiciar espacios para la reflexión colectiva” (en colegios, comunidades, empresas, instituciones).

Entregadas las armas, Lizet tendrá que abandonar su escondite selvático, adentrarse en un mundo que desconoce, pasar la página de una guerra que fue su rutina y de una guerrilla que aún hoy es su familia y hogar. Tendrá que buscar un trabajo y adaptarse a una sociedad con otras normas y valores. En el camino, se enfrentará al estigma y al rechazo de una parte de la sociedad que, al conocer su pasado, verá en ella tan solo una terrorista, una delincuente.

La profunda herida abierta por 52 años de guerra en Colombia empezará a cerrarse cuando Lizet y la paz crezcan y maduren, y la sociedad vea en ella no una terrorista, sino una víctima de una dolorosa guerra. Como quien ansía con todas sus fuerzas, la paz con sus hermanos soldados y salir de la selva para ver el mar.

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