Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Hábitat III: a favor y en contra de la “furia constructora de ciudades”
Quito huele a pintura y asfalto. La ciudad, que presume de infraestructuras de postín, está recién maquillada para recibir a más de 40.000 personas con motivo de Hábitat III, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. En Quito esta semana hay cuatro policías en cada esquina y una sensación de seguridad que asusta. Hay un lleno absoluto en hoteles y pisos turísticos y precios escandinavos en algunas cevicherías. Hay mil calles cortadas y decenas de taxistas buscando alguna salida de la ratonera. Y hay colas de horas para entrar en el recinto habilitado en la Casa de la Cultura en el Parque El Ejido porque la organización, Naciones Unidas, ha decidido que cuatro arcos de seguridad son suficientes para tragar el tráfico humano de este sarao. Y no.
Oigo en la fila a alguien que comenta, mientras nos achicharramos bajo el sol previo a la tormenta, que esta mala planificación demuestra lo (poco) confiables que son la ONU y sus propósitos. Si es así, es una pena. Además de decenas de encuentros, conferencias, muestras y reuniones no sólo entre técnicos, sino también entre organizaciones sociales y activistas de lo urbano, el objetivo final de todo esto es refrendar la Nueva Agenda Urbana; un documento construido a medias entre jefes de estado y ministros pero también, y como novedad, gobiernos locales y otros grupos de interés que el texto lista, generalizando demasiado, como “sociedad civil, pueblos indígenas, comunidades locales, sector privado, profesionales, la comunidad científica y académica y otros”.
La Nueva Agenda Urbana es un documento de 23 páginas y 174 puntos que viene a resumir muchos de los males de las ciudades del mundo y que pretende apuntar bastantes posibles soluciones. Aquí hay de todo, desde movilidad sostenible hasta asuntos de género, desde economía y empleo informal hasta refugiados, cambio climático, infancia, resiliencia, derecho a la ciudad...
Hay cosas que suenan bien y otras más ligeritas; también las hay que dan susto, como la aceptación acrítica del concepto smart city o el uso de big data. En ONU-Hábitat, en cualquier caso, están tan orgullosos del documento que Joan Clos, su Director Ejecutivo, se viene arriba y acaba su intervención en la sesión inaugural citando a Sófocles en Antígona: “Muchas cosas asombrosas existen pero ninguna más excelsa que el ser humano: se enseñó a sí mismo el lenguaje (…) y está poseído por la furia constructora de ciudades”.
¡Ay! Pero es precisamente esa furia constructora la que provoca buena parte de los problemas de sostenibilidad y desigualdad contra los que pretende luchar esta Nueva Agenda Urbana. Y es por eso, y porque la Agenda viene de donde viene, que hay quien no se fía de que la cosa vaya esta vez en serio. Por eso en Quito hay eventos a la contra, como Hábitat III Alternativo, organizado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede Ecuador (FLACSO) y otras entidades, sobre todo académicas, y Resistencia Hábitat III, puesto en marcha por movimientos sociales de todo el mundo.
Por eso, incluso los propios alcaldes empiezan la jornada inicial en plan reivindicativo. Rueda de prensa del C40, la red de grandes ciudades comprometidas contra el cambio climático. Se sientan en la mesa Ada Colau y Helen Fernández, alcaldesas de Barcelona y Caracas, y Mauricio Rodas, Miguel Mancera, Enrique Peñalosa y Claudio Orrego, los de Quito, Ciudad de México, Bogotá y Santiago. Piden acceso directo a la financiación para sus programas de inversión en temas de cambio climático. De los presentes, Ada Colau es la más directa: “No es un debate ideológico, es una cuestión de salud, de vida o muerte, algo que no puede esperar más. En Barcelona y su área metropolitana, con 3,5 millones de habitantes, sufrimos 3.000 muertes prematuras al año por contaminación”. Las ciudades quieren, pues, acceso directo a los fondos internacionales contra el cambio climático, más facilidades para conseguir pasta de los bancos de desarrollo (hasta hoy, incluso estas inversiones tienen que pasar por los gobiernos), más capacidad, en definitiva, para cumplir los compromisos adquiridos en COP21.
La petición es perfectamente comprensible y lógica, no necesita de mucha justificación. Las ciudades necesitan más poder para mejorar la vida de sus ciudadanos. Sin embargo, los alcaldes presentes aprovechan para contar lo muchísimo que han hecho en sus urbes en materia de sostenibilidad. Peñalosa, Rodas, Mancera, mandatarios de lugares atrapados en un atasco perpetuo y en los que respirar es un deporte de riesgo, hablan como activistas de la movilidad sostenible. Y tampoco.
Como demuestra unos minutos después de la rueda de prensa un estudio de la Universidad de Ciudad del Cabo presentado en un evento paralelo organizado por la Fundación Despacio, hay mucho trecho entre los propósitos de los gobernantes en materia, por ejemplo, de transporte activo (peatonal y ciclista) y los verdaderos hechos. Los alcaldes, que demuestran iniciativa al insistir en intervenir en la redacción de la Nueva Agenda Urbana y al reclamar más capacidad de movimiento, deberían ser mucho más valientes en sus actos, al menos tanto como en sus palabras. Es como si los gobernantes locales —como los nacionales, como la mismísima ONU— estuviesen adoptando el discurso del activismo pero sin terminar de activarse. Y, así, vaciándolo de contenido.
Las voces de los movimientos sociales
“Usan nuestras palabras pero nunca hacen nada, hace 40 años que venden mentiras”. A unos kilómetros de la Casa de la Cultura, en la entrada de la Universidad Central, hablo con Ana, Blanca y Maximina mientras esperan la salida de una marcha organizada por Resistencia Hábitat III. Ellas tres vienen de Argentina, pertenecen a colectivos sociales de allá, sobre todo orientados a la vivienda. Me cuentan que, a pesar de que hay una ley que regula las cooperativas de vivienda, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires pone pegas constantes a su desarrollo “para darle el negocio a sus amigos”. Están aquí para participar en los eventos y reuniones del encuentro resistente y protestar contra la Nueva Agenda Urbana: “Es un paso atrás con respecto a los Hábitat de Vancouver (1976) y Estambul (1996). El territorio es uno solo, urbano y periurbano, se están olvidando deliberadamente del campo”.
Algo parecido sostiene Lee Wonho, que ha venido con unos cuantos compatriotas y que me da un documento que recoge las reivindicaciones de la Korea Civil Society Network, que agrupa hasta a 42 organizaciones del país y que critica esa furia constructora de ciudades a la que aludía, con otro sentido, Joan Clos. “No ha habido verdadera deliberación —me dice a través de una compañera que traduce con su bebé pegado al cuerpo—. Si durante la preparación del documento hubieran escuchado de verdad a los movimientos sociales, no estaríamos ahora aquí”.
Estamos aquí pero nos vamos. La marcha se mueve a ritmo, cómo no, de cajas y bombos y se juntan de camino a la Casa de la Cultura gentes de procedencias variopintas pero objetivos comunes. Ni son muchas, un centenar, ni llegan muy lejos. Una manzana más allá del comienzo de la manifestación esperan más policías que protestantes hay. Aparte de algún empujón, no se ve violencia por ninguna de las partes, sólo hay gritos contra Correa y la ONU y unas negociaciones con el capitán de los de uniforme que no terminan de prosperar. Los manifestantes se dividen para llegar a la avenida 12 de Octubre donde se presenta un mural que retrata a mujeres de distintos pueblos indígenas.
Hablo con Carmen, representante de la Ecuarunari, confederación de pueblos de la nacionalidad Kichwa de Ecuador, y con Cecilia, del consejo nacional aimara, de Chile, que están charlando juntas como si fuesen vecinas. “Allí dentro —señalan en dirección a Hábitat III olvidándose un poco de la mucha gente que también trabaja desde dentro del recinto por cambiar las cosas— hablan de medio ambiente y de cuidar la naturaleza pero no lo hacen. No se pueden separar las cosas, el campo y lo urbano. ¿De dónde creen que viene su comida? ¿De dónde creen que vienen sus trabajadores explotados? Por la forma en que agotan los recursos de la tierra las empresas multinacionales, las petroleras, las mineras, las hidroeléctricas, tenemos que migrar a la ciudad y allí perdemos todo, no cabe nuestra cultura ni nuestras costumbres”.
Empieza a llover y el caos se termina de imponer en Quito. No por los manifestantes, ni por la policía. Tampoco por los miles de asistentes a la Conferencia ni por los quiteños, que se lo toman todo con mucha paciencia. El desorden es la consecuencia de haber tejido una una malla de vallas de corte de tráfico por toda la ciudad y de la hora punta. No deja de tener guasa que un evento que pretende lograr mejores ciudades esté a punto de hacer insoportable una tan estupenda como ésta.