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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

¿Tiene algo que ver el diseño de las ciudades con los asesinatos de París?

"Hasta aquí, todo bien". Cartel de la película "El odio", de Mathieu Kassovitz

Pedro Bravo

Lo que pasó la semana pasada en París aún nos tiene conmovidos a casi todos, no sólo por lo que fue sino por lo que puede llegar a ser. A algunos, además, nos tiene asombrados también el ejercicio de hipocresía de los líderes mundiales en la manifestación del domingo, pero eso mejor lo dejo para los comentarios de esa gigantesca barra de bar en que se ha convertido el mundo gracias a las redes sociales. De hecho, me da un poco de pudor hablar de este tema que, como cualquier otro de los de actualidad rabiosa, tiene a cada cual convencido de saber las causas, los efectos, los responsables y las soluciones. Pero es que justo me ha pillado la barbaridad recién acabado un libro que ya he mencionado aquí, Ciudad de llegada (Debate, 2014), y que habla de la importancia de los asentamientos urbanos de los inmigrantes. Y también de sus problemas.

Y explica el autor, Doug Saunders, cómo el diseño de esas ciudades de llegada puede generar conflictos y promover comportamientos radicales que, a diferencia de lo que comúnmente pensamos, no necesariamente vienen de los lugares de partida. Y lo explica poniendo ejemplos de Berlín, Amsterdam y, por supuesto, París. Y yo, simplemente, transcribo algunos párrafos por si ayudan a alguien a tener una visión un poco más enfocada de todo esto. Y aclaro que no esconde esta entrada ni justificaciones ni complejos ni nada por el estilo, sólo un punto de vista que creo que merece la pena conocer.

"Algo les ocurre a los aldeanos cuando llegan a la periferia urbana de Francia —explica Doug Saunders en un capítulo dedicado a Les Pyramides, en el inmenso y desparramado perímetro parisino—. La cultura de la transición, esa fértil amalgama de vida rural y urbana, se petrifica desde el comienzo y se le impide avanzar, consolidarse y crear algo que contribuya a la cultura y la economía del país. Los padres a menudo consiguen superar con éxito la primera etapa, manteniendo un pie en la aldea y otro en la ciudad, conservando empleos rudimentarios y contribuyendo al sostenimiento de sus aldeas con envíos periódicos de dinero. Sin embargo, no se les deja evolucionar hasta el siguiente nivel, montar un negocio propio, ser propietarios de su vivienda y entremezclarse con el resto de la comunidad urbana. De ese modo, permanecen aislados, y sus hijos, que han asimilado plenamente la cultura de destino, se hallan atrapados, en parte por un racismo sobradamente conocido que les niega un empleo o una educación mejor en función de sus apellidos o su código postal. Sin embargo, detrás de ese racismo de código postal se halla la realidad de esos lugares: dada la naturaleza física de las banlieues y la organización de sus instituciones , los aldeanos no tienen forma de evolucionar al siguiente nivel. Esto, a menudo, se considera equivocadamente como un choque de civilizaciones o como el fracaso de la asimilación. Sin embargo, lo entenderíamos mejor si lo viéramos como una transición rural-urbana que ha sido interrumpida.

[…] Una de las extrañas paradojas de los grandes bloques de pisos de viviendas sociales como Les Pyramides es que sufren una baja densidad de población. Los barrios que funcionan mejor como vecindarios urbanos y ciudades de llegada —edificaciones de entre dos y cinco plantas con acceso directo a la calle y a los comercios— tienden a tener una alta densidad de población. Al repartir a tan poca gente en un espacio tan amplio y aislado, sin posibilidad para la construcción improvisada, sus habitantes se desconectan inevitablemente los unos de los otros".

Y, en otro capítulo posterior, de visita en el tiempo y el espacio al barrio de Slotervaart, en Amsterdam, junto con el inmigrante marroquí Mohamed Mallaouch, Saunders analiza la creación del clima que dio a lugar al florecimiento del islamismo radical que acabó constando la muerte del director de cine Theo Van Gogh a manos, cuchillo y balas de Mohamed Bouyeri, vecino de dicho lugar, y que también acabó por transformar no sólo el diseño de ese barrio, sino a toda la sociedad holandesa.

"Las largas caminatas entre edificio y edificio daban miedo, por no hablar de la distancia que separaba Slotervaart del resto de la ciudad. Mohamed se preocupó al comprobar que era la propia concepción del barrio la que lo distanciaba de la sociedad holandesa y se alarmó aún más al ver la subcultura religiosa a la que había dado lugar. Allí reinaba un islamismo radical del tipo saudí que nunca había formado parte de las aldeas marroquíes. Cuando algún holandés visitaba el barrio y veía su población árabe, con su dieta de sesos de cabra, los chador de sus mujeres y su estricta observancia religiosa daba por sentado que aquel lugar no era más que un tenaz bastión del estilo de vida rural, una cultura extraña e inmutable impuesta a la ciudad. Sin embargo, Mohamed sabía que se trataba de otra cosa. El arcaísmo cultural de Slotervaart no era un manifestación de la cultura rural marroquí ni tampoco de la cultura urbana holandesa: se trataba de una cultura de llegada creada por individuos sin escapatoria".

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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