Adiós a la luxemburguesa
El rumbo que ha tomado la política económica de la zona del euro es el que es gracias a Jean-Claude Juncker, aunque ahora le pese. Este luxemburgués, de aspecto adusto y maneras espontáneas, ha sido el líder del órgano informal que reúne a los ministros de finanzas del euro, el llamado Eurogrupo, durante los últimos siete años, hasta hacer de este club el más importante a la hora de marcar el paso en materia económica en la vieja Europa.
Juncker ha coordinado a los dispares contables europeos durante el periodo más complicado de la moneda única y el desgaste ha sido acusado, hasta el punto de presentar su renuncia el pasado verano. Sin embargo, y en una muestra más de la falta de liderazgo comunitario, su mandato se ha extendido hasta este mes para buscar un relevista de consenso.
Esta misma semana, este luxemburgués que compagina el cargo con el de Primer Ministro del pequeño ducado, se ha despedido con su última intervención en el Parlamento Europeo poniendo en solfa buena parte de las políticas pergeñadas desde su mandato. Juncker, liberado ya de la flema asociada al cargo, se marcó un discurso de tintes moralistas, en el que se mofaba del supuesto “virtuosismo” de los países del norte frente a los del sur.
Pero el Jefe de Estado más duradero en la historia de la UE fue más allá y en su última intervención hizo un esfuerzo por ser recordado como uno de los pocos promotores de la Europa social. Así, deslizó la idea de que los países a los que se les han impuestos estrictas medidas de austeridad, como los rescatados pero también España, deben tener algún tipo de recompensa por su actitud. También lanzó la idea de crear un salario mínimo para Europa, que ponga fin a la elevada disparidad de las retribuciones en la región del euro y que sirva como elemento vertebrador de la cohesión social.
Juncker redondeó su intervención asegurando que “tiene muchas dudas” sobre la presión desde Bruselas a los países del sur de Eurpa para que lleven a cabo medidas de consolidación fiscal y dijo que desde fuera “se subestima la terrible tragedia del paro”.
El cambio de tono de Juncker no es ninguna novedad entre los políticos europeos que abandonan sus responsabilidades en mitad de la tormenta económica. Uno de los ejemplos más claros juega en casa con el cambio de actitud del PSOE en su trasvase del Gobierno a la oposición. En su afán por desmarcarse de las políticas del Ejecutivo precedente, el actual candidato a la presidencia por la parte socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, critica medidas muy en línea con las políticas de austeridad que hubo de implatar el presidente Zapatero obligado por Bruselas. Un movimiento muy similar al que también ha vivido el Pasok en Grecia.
Pero hay otros casos con responsabilidades más elevadas, como la de Juncker. Christine Lagarde, actual directora gerente del FMI, ha hecho un giro sintomático de su discurso desde su papel como ministra de Finanzas francesa hasta su actual responsabilidad. De ser una de las principales precursoras de la austeridad en Europa, Lagarde ha pasado a pedir más tiempo para España o a autorizar las críticas del economista jefe del Fondo, el también francés Olivier Blanchard, cuando dice que las recetas de austeridad han ahogado el empleo y crecimiento.
Pero el lavado de manos de última hora no borra en la memoria el papel que estos políticos han jugado en la disciplina de los planes de Angela Merkel. Desde Economistas frente a la Crisis recuerdan que “el Eurogrupo tiene un papel fudamental y determinante en la orientación de la política económica europea, en la lentitud en los procesos de integración bancaria y en la condicionalidad que se ha impuesto a los países bajo los programas de rescate”.
Para Jose Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, Juncker no ha sido “el peor de todos” ya que al menos “trabajó para buscar una solución” pero sí reconoce que su principal problema fue “tragar” con el modus operandi alemán que “ninguneó de forma sistemática” las aportaciones o el carácter que el Jefe del Eurogrupo quería imprimir en los acuerdos.
En el caso de Lagarde, huelga decir el papel que tuvo el Ejecutivo de Sarkozy en el eje franco-alemán en mitad de la crisis de deuda, ya que fue el pivote sobre el que se extendió la austeridad por Europa. Aún más incuestionable es el papel del FMI como parte de la troika en el diseño de los recortes que están ahogando a Grecia y Portugal.
Además de extemporáneo, el tono conciliador de Juncker de poco valdrá a la marcha del Eurogrupo. Su puesto será ocupado con casi toda probabilidad por otro ortodoxo de la austeridad, el holandés Jeroen Dijsselbloem. El actual ministro de Finanzas de los Países Bajos es una rutilante estrella de la política, ya que con 46 años puede llegar a uno de los puestos de mayor responsabilidad para un mandatario europeo.
El nombramiento de Dijsselbloem afecta a España en dos vectores nada despreciables. En primer lugar, echa por tierra la posibilidad de que Luis de Guindos ocupe esa posición, pese a que desde hace meses se rumorea que podría optar a liderar a sus colegas del euro. Una vez más, España se queda fuera de los puestos de poder en política monetaria europea, lo que se traduce en un costoso seguidismo de las teorías de los países más duros.
Por otro lado, con el nombramiento de un holandés cobran fuerza las directrices de recortes ya que Holanda se ha posicionado con Alemania y Finlandia en el objetido de reducir drásticamente el déficit. Más austeridad sucedería así a la austeridad en el espíritu del Eurogrupo. Nada nuevo en política europea.