Chipre sacrifica la banca al tener que elegir entre el euro o su modelo económico
Con la mayor parte de los interrogantes aún sobre la mesa, los mercados parecen satisfechos con el acuerdo alcanzado en la madrugada del lunes entre Chipre y la troika para rescatar la economía de la isla. Pese a que la ejecución práctica del rescate es un pilar de su posible éxito, el mundo económico es optimista, aún cuando todo pasa por atravesar una de las principales barreras que el Gobierno chipriota marcó en el inicio de la crisis y que supone reducir drásticamente el peso de su sector financiero. ¿Qué ha sucedido y qué opciones se han barajado hasta llegar a esta alternativa?
La crisis de Chipre saltó el verano pasado, cuando el país tuvo que comenzar las negociaciones por su rescate después de que se viera a la banca como inviable. La tardanza en negociar un acuerdo obviamente no hizo más que engrosar el tamaño del agujero de la economía chipriota. El Ejecutivo anterior, del partido comunista, se mostró contrario al rescate y a las condiciones demandadas por Bruselas.
El país tuvo que afrontar unas elecciones (algo que ha pasado prácticamente en todos los periféricos, que han tenido que cambiar de Gobierno para poder materializar el rescate) y el vencedor, el Partido Demócrata de tinte conservador dirigido por Nikos Anastasiadis, defensor del rescate, ha sido el encargado de pilotar el último tramo del acuerdo. El nuevo Ejecutivo chipriota se enfrentó a un problema hipertrofiado por la inercia de la crisis los últimos meses, con un equipo económico inexperto que desembarcó en Bruselas a enfrentarse con los representantes de la troika hace ya dos semanas.
Gran trifulca
Cabe pensar que las principales líneas de negociación ya estarían trazadas antes del Eurogrupo del viernes 15 de marzo, así que sorprende el dramático alejamiento de posiciones en aquella reunión. Según los relatos de la prensa internacional, Anastasiadis y su ministro de Finanzas, Michalis Sarris, tuvieron una enorme trifulca con los representantes de la troika que les proponían deshacer el inviable sector financiero e imponer quitas masivas a los depositantes de más de 100.000 euros.
Sarris hacía de interlocutor entre el presidente, que esperaba en un sala contigua, y el Eurogrupo. Aparentemente, fue Sarris el que convenció al presidente de que la propuesta de la troika vaciaría por completo la banca chipriota, alejaría para siempre a los ricos rusos de sus cuentas bancarias y dejaría en un mal sueño la aspiración de Nicosia de convertirse en la City del Mediterráneo.
Sea por aquel consejo o por tenacidad propia, Anastasiadis tomó la decisión de repartir el peso de la carga del rescate entre todos los depositantes chipriotas, como sacrificio necesario para conseguir que en los próximos años se pudiera restablecer el modelo económico basado en las finanzas en la isla. Un modelo que el ministro de Finanzas francés calificó el domingo como una “economía de casino”.
Doble error
El error en este punto fue doble y crítico. En primer lugar, por parte de la delegación chipriota de entender como mal menor el hecho de que los ahorradores nacionales pagaran la factura de la banca con el objetivo de que en el futuro la economía pudiera volver a arrancar y, en segundo lugar, de la Unión Europea y la troika por aceptar esta alocada propuesta de Chipre. De entre todas las líneas rojas que se pretendían atravesar, la de desacralizar los depósitos por debajo de los 100.000 euros fue sin duda la peor de todas. Bruselas lanzó así un mensaje al mundo de que este anatema quedaba bajo la potestad de uno de los países miembro.
El mundo económico se echó las manos a la cabeza con esta decisión y también lo hicieron el Parlamento de Chipre y los chipriotas. La decisión tomada por los dos líderes políticos chipriotas es tan endeble que no convence ni siquiera a sus propios compañeros de bancada. El rescate no sale adelante y el Gobierno chipriota se enzarza en buscar otra solución.
En este momento entra en juego otro de los grandes errores de la gestión de esta crisis. Chipre gasta una semana de su precioso tiempo en negociar, baldíamente, con Moscú, esperando que el que hasta ahora se había manifestado como principal socio económico, por delante de la UE, le ayude a sacar las castañas del fuego. Fuera idea de él o no, el destino de esta negociación estuvo de nuevo en manos de Sarris, que volvió de Rusia con el rabo entre las piernas y un estrepitoso no por respuesta.
Sin tiempo para seguir dándole a la imaginación financiera, los representantes chipriotas no tuvieron más remedio que volver al plan original que con más ardor había defendido el FMI: el desmantelamiento de la banca.
La amenaza del BCE
A estas alturas, con el Banco Central Europeo amenazando con cortar el grifo de liquidez hoy mismo, tampoco había más solución. Una economía tan pequeña y tan dedicada al monocultivo financiero, no tiene muchas más salidas para la recaudación de efectivo. Menos aún con su modelo de baja recaudación que prácticamente no se ha tocado, ya que parece que gusta a los hombre de negro de la troika. Su aislamiento geográfico y su baja masa crítica industrial, no le permiten más soluciones que la de meter mano al sector financiero para poder rascar esos 5.800 millones de euros iniciales que le faltaban para completar el rescate.
Según se han filtrado las casi doce horas de negociación entre los representantes chipriotas y la troika, parece que la decisión se tomó casi por agotamiento. En esta ocasión, el presidente Anastasiadis tuvo un papel mucho más protagonista, y llego a amenazar con su dimisión, lo cual habría producido un caos político aún mayor. Así, convencidos ya de que había que empequeñecer a la mínima expresión el tamaño del sector financiero, los chipriotas se negaban a liquidar los dos principales bancos, tal y como exigían desde el FMI.
Finalmente, se respetó la supervivencia del Banco de Chipre (que no es el banco central), la mayor entidad financiera del país convirtiéndolo en una suerte de banco bueno donde irán a parar los depósitos de menos de 100.000 euros de su otrora rival, Laiki. Permitiendo que no desaparezca el Banco de Chipre, el Ejecutivo cree que aún queda una esperanza para reflotar el sistema financiero en un futuro que no se aventura muy próximo.
Sin embargo, falta conocer en qué cuantía afectará esta decisión a los depósitos de los ricos rusos. En principio, estas dos entidades manejaban la mayor parte de los depósitos de ahorradores de fuera del euro, por lo que el castigo que se inflige es bastante selectivo. Con todo, los depósitos por encima de los 100.000 euros que estuvieran en Laiki prácticamente desaparecerán y los que se encuentren en el Banco de Chipre recibirán abultadas quitas que aún no están confirmadas (según un diputado del partido en el poder, podrían estar en torno al 30%).
Un banco malo estatal
Esta solución se lleva por delante a otras vacas sagradas de las crisis, los inversores en deuda sénior, esto es, los que han invertido en deuda de más calidad y es más cara, y la primera que está en la cola de los acreedores en caso de una quiebra. Laiki no pagará a nadie, ni bonistas ni depositantes. En otros casos similares, como la reestructuración del sistema financiero irlandés, las entidades se habían visto absorbidas por un banco malo estatal y su deuda preferente había sido compensada por el Estado.
El nuevo rescate pactado ayer es, por lo tanto, muy similar al propuesto inicialmente hace ya diez días por la troika y descartado por el Gobierno de Nicosia. El callejón sin salida que provocó la mala gestión de las negociaciones llevó al Gobierno a la casilla de salida. Si había otra solución, u otras soluciones, la semana de pasión de Chipre con los bancos cerrados y el mundo entero fijando su vista sobre la isla, las había eliminado.
Con el crédito al cuello y la imposibilidad de restablecer la imagen de cara a la galería, Nicosia se sintió acorralada. La salida del euro, que posiblemente no haya estado nunca tan cerca para uno de los países periféricos como el domingo por la noche, era una decisión igual o más arriesgada. Sin la liquidez del Banco Central Europeo, la quiebra de todo el sistema financiero hubiera sido inmediata. El siguiente paso, la adopción de una divisa única, se hubiera hecho mediante una profunda devaluación de la divisa. La devaluación de la moneda es, al final, un recorte en la calidad de vida del ciudadano. Al final, irremediablemente, el contribuyente hubiera pagado la factura por un importe que resulta difícil de calcular.
Finalmente, la banca paga, los bonistas pagan y las grandes fortunas pagan. Políticamente, la presentación de este rescate es mucho más aseada. Pero también pagarán los ciudadanos en forma de devaluación de su nivel de vida con los años de recesión que le esperan a Chipre por delante, hasta que termine de purgar todo su sector financiero y redimensionar su economía sobre otras bases. En ese sentido, es difícil saber la diferencia del coste para el ciudadano entre quedarse o salir del euro. Lo que está claro es que en cualquiera de los casos la crisis chipriota no ha hecho más que empezar.