“Solo se puede explotar el potencial de las nuevas tecnologías fuera del mercado”
Paul Mason (Leigh, Reino Unido, 1960), es una de la figuras más relevantes en el periodismo de izquierdas a nivel mundial. Cara reconocible del canal británico Channel 4, donde ha sido jefe de Economía de su informativo, anunció hace escasos días que se pasa al periodismo independiente, aunque seguirá como columnista en The Guardian. Su cobertura del último capítulo del rescate a Grecia fue especialmente celebrada por el público progresista, en el que terminó entablando estrechos lazos con el mediático exministro de Finanzas Yanis Varufakis. Mason ha escrito Postcapitalismo, una reflexión sobre el nuevo orden económico que ya convive con el sistema actual.
Su último libro, Postcapitalismo, se lee como continuación del anterior. ¿Puede resumir la relación entre los dos?Postcapitalismo
Mi anterior libro, Why it's Kicking Off Everywhere, intentaba entender las raíces tecnológicas y sociales de los movimientos de masas de 2011. Primero se pensó: ‘Tiene que ver con Facebook y las redes sociales’. Pero es más profundo. Es el surgimiento de una nueva clase de ser humano creada por una nueva clase de sociedad tecnológica. Hasta ahí llegué en aquel libro. Todos aquellos movimientos tienen en común ‘un no, muchos síes’, es decir, la ausencia de un único proyecto, con el entendimiento implícito de que el poder sólo lleva a la jerarquía y a repetir los errores del siglo XX. Ganar les era indiferente.
Lo mejor que yo podía hacer era intentar explicar cómo ir más allá del capitalismo y convertir aquellas alternativas en un proyecto que no es único ni unificado, pero sí coherente. Y en Postcapitalismo lo que me inquieta es: ¿qué explica el impacto económico de la tecnología de la información? Sospechaba desde finales de los años 90 que la corriente económica dominante no trataba esta cuestión. Estudié casi dos años varias maneras de responder a la pregunta de cuál es el camino más allá del capitalismo, si es que no son las viejas formas de estalinismo o socialismo de Estado. Y éste es el resultado.
¿Qué le hace pensar que el cambio tecnológico que vemos es distinto del de las décadas de 1930 o 1870?
La tecnología de la información tiene un impacto económico distinto. Las revoluciones tecnológicas clásicas, digamos de las décadas de 1840, 1890 ó 1940, siempre crearon lo que Carlota Pérez llama “síntesis de valor alto”. Hay empleos mejor pagados; necesidades que requieren materias primas más caras; o servicios más complejos… Esta dinámica no existe con la información porque sólo abarata las cosas. Crea empleos, pero no a la misma escala a la que los destruye; crea nuevas necesidades, pero muchas se pueden satisfacer con información barata o gratuita. Así que no podemos tener una síntesis de valor alto dentro de las relaciones capitalistas. Creo que sólo se puede explotar el potencial de las nuevas tecnologías fuera del mercado, encontrando maneras en las que las cosas gratuitas y baratas reporten ventajas a la humanidad sin generar beneficios.
¿Qué pasa si el Estado no juega un papel en la transición?
Difiero de la gente que fetichiza el peer-to-peer. En la mente de muchos que apoyan estas nuevas tecnologías y modelos está que simplemente va a surgir una economía colaborativa que existirá junto al capitalismo y dentro de él. El trabajo de [Manuel] Castells en Cataluña documenta cómo la gente usa economías colaborativas para sobrevivir a la crisis. De igual modo emerge lo gratuito, herramientas gratuitas, software gratuito, pero no creo que esto sobreviva a la transición larga sino que se transformará. El Estado -y la izquierda- tiene que decidir lo que piensa sobre el sector colaborativo, el sector postcapitalista emergente. Se le pide que piense que no debe existir. Se gastan millones, probablemente miles de millones, haciendo lobby en Bruselas para cambiar la regulación y dar de lado a la economía colaborativa reemplazándola por una economía monopolizada de la información.
En mi opinión, el Estado, o los partidos políticos que lo controlen, debería decidir justo lo contrario. Deberían mirar a la economía colaborativa y tratarla como el capitalismo temprano trató al sector fabril, como un caso especial que nutrir, hacer crecer, y proteger de la competencia externa, porque es el futuro. Todas esas cosas que parecen nichos hippies e irrelevantes al neoliberalismo deben fomentarse por el Estado, pero para ello se necesita poder político, y cambiar la mentalidad de la izquierda. En Gran Bretaña, colaboradores de Jeremy Corbyn me han dicho: “La gente que trabaja en proyectos de código abierto debería tener sueldos”. Les respondo: “Si lo hacen es porque no quieren sueldos, quieren que sea gratuito”. Y parte de la izquierda no lo entiende.
¿Veremos el final de esta transición o durará un par de siglos?
No creo que dure tanto, pero tampoco creo que veamos el final. Mi imagen mental es una transición de cincuenta a cien años, quizás 150 años. Para cuando aparece Shakespeare tienes una nueva clase de persona que pone el amor sobre la obediencia, la filosofía sobre la religión. Pero la historiadora de la imprenta Elizabeth Eisenstein muestra hasta qué punto fue revolucionaria 150 años antes.
Ahora, por tratarse de una nueva tecnología, podría ocurrir más rápido y no sabemos aún su impacto: cómo reacciona la gente que a los doce años recibe uno de estos smartphones y no entiende que todo lo que hay en ellos es completamente nuevo y no existía antes. Lo importante es la gente que entiende implícitamente cómo se supone que funciona todo esto, que se supone que tiene que hacer redes, que de alguna manera tiene que gestionar múltiples personalidades y realidades. Eso es aún nuevo para mí, aún me parece extraño aunque me emociona. No sé cuán rápido innovarán en el espacio colaborativo, sospecho que mucho más rápido de lo que lo haría yo.
¿Vamos a ver un largo estancamiento?
Encuentro difícil imaginar cómo el capitalismo saldrá del agotamiento actual, descrito en la última cumbre del G-20 de Shanghai: estancamiento, bajo crecimiento, tipos de interés cero o negativos, y la ralentización del único punto positivo que el neoliberalismo se puede apuntar, que es el desarrollo de los países emergentes. Digo en el libro, tomándolo de la OCDE, que tienen otros 50 años de crecimiento. Pero el mundo desarrollado, ¿qué va a hacer? A menos que importe millones de inmigrantes -lo que resuelve el problema del envejecimiento demográfico y da más trabajadores para crear más crecimiento y demanda-, la única respuesta es imprimir dinero masivamente para condonar deuda. Puedo ver que eso reinicie el capitalismo. Pero no veo que los capitalistas se apunten.
¿Qué es más probable? ¿Que lleguemos a este nuevo sistema o que se opte por una vía autoritaria u otra neoliberal?
No lo sé, y lo interesante es que todo el mundo trata de reprimir las protestas. Lo primero fue decir que no debían estar en la calle sino en la política. Cuando pasan a la política y moderan significativamente su discurso lo siguiente que se les dice es que son una amenaza para la seguridad nacional y que no deberían ni existir en el terreno parlamentario. Mientras la prensa oligárquica crea esta narrativa, en los márgenes la gente es perfectamente capaz de llegar a conclusiones. Justin Trudeau ordena un experimento de renta básica, Suecia reduce la jornada a seis horas.
En Madrid [Manuela] Carmena dice: “Se supone que Madrid tiene que ser una ciudad inteligente, qué pinta tiene una ciudad inteligente no neoliberal?”. Y, en lugar de no utilizar su poder, tiene un poder inmenso para escuchar la respuesta y empezar a hacerlo. Y Barcelona lo mismo. Las revoluciones suelen empezar en la calle pero acaban con cambios callados pero significativos en la manera de pensar. Fue revolucionario en la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial cuando [William] Beveridge, un liberal, propuso un Estado universal del bienestar. Para 1945 ya existía.
Con cada vez más trabajo no remunerado en las profesiones creativas, ¿podemos tener generaciones perdidas que no puedan contribuir a esta transición en red?
El lado negativo no es sólo el aumento del trabajo no remunerado, sino la competición extrema por los pocos empleos de calidad que aún existen. Eso va a ocurrir en toda la economía según avance la automatización. Así que tenemos que encontrar maneras de compartir el trabajo. Para mí ése el el propósito de la renta básica. Pero mientras tanto, también vemos algo positivo en las profesiones creativas. Conozco gente del teatro que vive en una economía no de mercado, pero reciben beneficios humanos y sociales de esta actividad y, gracias a que la revolución tecnológica está haciendo muchas cosas baratas o gratuitas, pueden sobrevivir. A menudo se mudan a otra ciudad para sobrevivir. Berlín fue esa ciudad.
A lo mejor ahora Atenas será la nueva Berlín, 30.000 viviendas vacías y un clima muy agradable. Así es como trabajarán los jóvenes creativos, y las recompensas serán humanas, no de mercado. Y cuando necesiten entrar en el mercado harán un anuncio, o trabajarán en un sector completamente distinto. Conozco gente con muy buenos trabajos en series de televisión que no puede vivir de ellos, y trabaja de recepcionista. A muchos jóvenes se les dice que se están prostituyendo. Pero ésta es la realidad emergente y no todo es malo. En parte tiene recompensas humanas, de calidad de vida, que contrarrestan los niveles oficiales de pobreza.
Postcapitalismo no es más que una manera de racionalizar estas dos situaciones, y decir que hay que compartir el trabajo disponible, y que hay que recompensar el ocio a través de la economía del obsequio además del simple hedonismo. Pero va a llevar mucho tiempo.