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Montoro engorda su cartera para afianzar su poder frente a Economía

Montoro apareció esta semana en público con una brecha visible en la frente.

Belén Carreño

Como en todo Gobierno que se precie, las luchas internas van marcando la composición del Ejecutivo conservador una vez pasado el ardor de los primeros cien días. La crisis económica ha hecho que desde su estallido en 2008, las carteras más disputadas por su cuota de poder sean las económicas. Pero en el Ejecutivo de Mariano Rajoy estas tiranteces se han disparado al repartir las cuentas del Estado de forma bicéfala, entre el titular de Economía, Luis de Guindos, y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.

Montoro y Guindos tiran de cada extremo de una cuerda que a veces, y solo a veces, aflojan desde la Oficina Económica de Moncloa, cuyo director, Álvaro Nadal, también pelea por llevar el gato económico a su pecera. La vicepresidenta tercia en esta particular disputa, en muchas ocasiones apostando por quedarse ella misma funciones que con anterioridad correspondían a los ministerios.

En este enfrentamiento, el presidente va dando cancha a unos y a otros para alargar la fragilidad de estos equilibrios. Durante varias semanas, la atracción se ha fijado en la particular disputa entre Moncloa y Economía por la composición del superregulador, que apenas echó a andar hace dos semanas. Superado el trance con equitativo reparto (el presidente es de la confianza de De Guindos pero Nadal ha colocado a varios de sus fieles en el consejo), parece que la paz reina en el Consejo de Ministros.

Sin embargo, en esta aparente tranquilidad, la cartera de Montoro ha ido engordando. Pese a sus continuas meteduras de pata, Montoro es de la entera confianza del tándem Sáenz de Santamaría-Rajoy. Como sus competencias nunca serán ampliadas en el vector internacional, sabedores de que los mercados tienen como espejo reconocible al expresidente de Lehman Brothers en Europa, desde el Gobierno han ido ampliando los dominios de Montoro donde mejor se maneja. En casa.

Hace exactamente un mes, y de forma desapercibida, el Consejo de Ministros aprobó un decreto inédito. Dentro de la batería de medidas que comprende la reforma de las Administraciones Públicas (una tarea que se ha tomado como misión personal la vicepresidenta), Montoro recibió la mayor distinción a la que puede aspirar la cartera de Hacienda: la de centralizar todas las compras del resto de los ministerios.

Con esta atribución, para la que se dota al ministerio de una nueva dirección general que será la encargada de supervisar y gestionar todas las compras, como una central de compras de una multinacional, la cartera de Montoro gana un peso específico frente al resto. Paradójicamente, apenas afecta a su contrincante De Guindos, cuyo ministerio no gasta tanto como otros en compras ni gastos corrientes, pero pone bajo su tutela las compras de los 'ministerios blandos', como Sanidad, Educación o Medio Ambiente.

A veces los ministros también se conforman con arrancar los momentos de gloria a sus compañeros de Consejo. Sin ir más lejos, esta semana Montoro se quedaba con la satisfacción de anunciar prácticamente la única alegría presupuestaria que puede ejercer el Gobierno: la prórroga del plan PIVE. Montoro no solo le quitaba el anuncio al vapuleado ministro de Industria, José Manuel Soria, sino que lo hacía en un foro que es casa habitual para los ministros del ramo, el de la patronal del motor. Soria, que se encuentra de viaje en Corea del Sur, se queda así con sus amarguras de la gestión del almacén de gas de Castor y de la reforma energética. Reforma que, por cierto, está dictada en buena parte desde la Oficina Económica por la vía del hermano de Nadal, que es secretario de Estado de Energía.

Soria ha pagado así un pequeño escándalo que tuvo lugar en 2012 cuando el titular de Industria se enfrentó al hermano de su jefe de gabinete, Felipe Martínez Rico. El hermano, de nombre Ricardo, se sentaba en el consejo de administración de Abengoa y, al parecer, eran muchas las presiones que ejercía sobre el canario para influir en la ley.

La presión sobre Soria se ejercía desde Equipo Económico, la antigua asesoría del ministro de Hacienda (antes se llamaba Montoro y asociados), que cambió de nombre cuando el ministro vendió toda su participación en 2008. Ricardo Martínez Rico es el presidente a la vez que consejero independiente de Abengoa. Se da la circunstancia de que el hermano del ministro –que también se llama Ricardo– se quedó de accionista. Las dos parejas de hermanos, los Montoro y los Martínez Rico, fueron los socios fundadores de esta firma que ahora se dedica a labores de cabildeo.

Según publicaron varios medios, Soria se quejó ante Rajoy de las presiones que recibía por parte de los Montoro brothers, hasta el punto de que Cristóbal (el ministro) había defendido la postura de Abengoa al elaborar la batería de medidas fiscales que acompañan a la reforma energética.

La disputa se saldó con la venta por parte del hermano de Montoro de su participación en la consultora, pero también le salió caro a Soria, que ha ido perdiendo cuota de poder, por ejemplo, en la regulación de sectores como la energía y las telecomunicaciones, en favor del órgano de competencia creado por De Guindos. Por otra parte, y según informa El País, Abengoa ha demandado al Gobierno frente a una corte de arbitraje internacional por “expropiar sus termosolares” con la nueva legislación. Es decir, que la empresa en la que sigue el hermano del jefe de gabinete de Montoro (y exsocio del ministro) ha demandado al Gobierno del PP por no atender sus peticiones. En general, la firma fundada por el ministro está asesorando a todas las empresas de renovables que preparan demandas contra el Ejecutivo de Rajoy.

Ni Montoro ni Guindos podrán tener el poder que tuvieron nunca los vicepresidentes económicos de anteriores gobiernos, como Rato, Solbes o incluso, en menor medida, Salgado, pero con pequeños regalos como estos van satisfaciendo su demanda de poder. Ya lo tuvieron al inicio de la legislatura cuando bajo el paraguas de Hacienda quedó Administraciones Públicas y bajo el de De Guindos, la Ciencia y la Tecnología. Unas fusiones que se anunciaron como ahorro, pero que en realidad colmaban las aspiraciones, y en cierta medida debilidades, de sus titulares.

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