La UE intenta frenar los daños colaterales de un mundo lleno de trabajadores-robot
Los vehículos sin conductor y los drones ya han modificado nuestro entorno. Son dos ejemplos palpables de la rapidez con que está avanzando la revolución tecnológica de los robots. Máquinas capaces de aprender por sí mismas, interactuar con las personas y actuar en consecuencia. Hasta dónde llegará este desarrollo “nadie lo sabe”, dice Tony Belpaeme, profesor de robótica de la Universidad de Plymouth.
Pensar en replicantes como los de “Blade Runner” sigue siendo todavía ciencia ficción, ver algo así “llevará tiempo”, explica. Pero cada vez “encontraremos más inteligencia artificial en ambientes digitales o en espacios físicos delimitados, como las fábricas”, avisa.
Esta realidad ha llegado sin que apenas esté regulada y para abordar los retos que plantea, el Parlamento Europeo ha iniciado un debate con varias ideas para ver qué normas se deben aprobar. Todas ellas están recogidas en un informe que se ha aprobado este jueves tras más de un año de trabajo.
Ninguna de las ideas pretende ser una solución definitiva. “No tengo respuestas”, reconoce Mady Delvaux, la eurodiputada que lo ha dirigido, porque “somos los primeros que nos ocupamos de este tema”. Pero pide a la Comisión Europea que utilice el texto como una base para desarrollar leyes dentro de dos años.
Una de las principales preguntas que plantea la Eurocámara es qué impacto tendrán unos robots cada vez más autónomos en el mercado laboral. Quiere saber cuántos trabajos se perderán y cuántos se crearán. Los estudios más alarmistas que se han hecho hasta la fecha, recogidos por la OCDE, estiman que la mitad de los trabajos en Estados Unidos y las economías avanzadas está en riesgo de desaparecer en los próximos 10 o 20 años.
Otros más optimistas reducen la cifra hasta el 12% en países como España, Alemania y Austria y hasta el 6% en Finlandia y Estonia. “No está claro cómo esta tendencia evolucionará en el futuro, porque simultáneamente se están produciendo otros cambios estructurales”, dice la organización en un informe del año pasado. “Es probable que el trabajo se desplace a una velocidad que no se ha visto hasta ahora” y que “los robots provoquen que la redistribución de la riqueza sea más desigual que hoy en día y que los salarios de las personas no cualificadas caigan por debajo del nivel socialmente aceptado”.
Por eso, el informe ha planteado hasta el último momento la posibilidad de establecer una renta básica que compense la falta de trabajo. Una forma de financiarla podría ser a través de impuestos que pagaran las propias máquinas que se quedasen con el empleo, como ya ha propuesto Philip Hamon, el candidato socialista a la presidencia francesa.
Pero la idea tiene sus complicaciones legales, porque como apuntaba el borrador del texto de Delvaux, para lograr que los robots tengan derechos y obligaciones hay que definirlos como “personas electrónicas”. Se añade así un problema ético que ha llevado a los partidos conservadores a votar en contra de la propuesta, impidiendo que salga adelante. Tampoco el grupo liberal era favorable. Como apuntaba la eurodiputada Kaja Kallas, poner impuestos a los robots, “va a frenar su creación” y dañará a las empresas europeas del sector.
La revolución tecnológica también implica grandes avances en “ámbitos como la asistencia sanitaria, las operaciones de salvamento, la educación y la agricultura, permitiendo que los seres humanos dejen de exponerse a condiciones peligrosas”, señala el documento.
Otra de las dudas que surge es saber a quién debe achacársele la responsabilidad en caso de que un robot provoque un accidente: ¿al fabricante o al vendedor? De nuevo, una pregunta sin respuesta, aunque la Eurocámara sí da una recomendación a los ingenieros: “Los robots deben actuar en beneficio del hombre”, señala, emulando las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.
Luc Steels, científico experto en lenguaje de la robótica y por tanto en la interacción entre hombres y máquinas, cree que hoy puede ser difícil evitar ciertos daños, y más aún poder determinar quién es el responsable. Muchas de las máquinas actuales con inteligencia artificial “se basan en una gran recogida de datos” para “reconocer patrones” que les permitan actuar, pero “no tienen una comprensión real de lo que pasa”.
Culpar al robot, por tanto, parece complicado, así como averiguar la causa del percance, ya que la actuación del robot se basaría en una acumulación de experiencias previas.
En cualquier caso, para solucionar este problema, el Parlamento Europeo propone diseñar los robots con un botón de autodestrucción, que se pudiera apretar en caso necesario. El debate sobre los retos que plantea esta nueva revolución se ha instalado ya a nivel europeo, pues “la política está para organizar la vida de las personas”, dice Delvaux.
Sin embargo, Steels cree que ha ido demasiado lejos, imaginándose una vida con robots humanoides que aún dista mucho de ser realidad. En cambio, considera que es necesario centrarse en la inteligencia artificial que ya existe en el mundo digital. “Buscadores como Google tienen un verdadero impacto, actuando como intermediarios entre las empresas y clientes, a través de algoritmos”.