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Soria y el Banco Mundial: el último caso en el reguero de ridículos de España en las instituciones internacionales

Mariano Rajoy ha dejado en mínimos la representación de España en el exterior.

Belén Carreño

Un caso sin precedentes. A España le gusta crear escuela en su participación en organismos internacionales. El escándalo del nombramiento y renuncia de José Manuel Soria se une al reguero de papelones que España ha hecho en las organizaciones internacionales a las que pertenece, especialmente a las de ámbito financiero.

Un buen puñado de los principales dirigentes que el país ha designado a estas instituciones, donde España se juega su nombre y prestigio, han estado envueltos en escándalos financieros que en algunos casos han llegado a los tribunales.

Rodrigo Rato, el español que había llegado más alto nunca en un puesto de un organismo financiero, el de director gerente del FMI, abrió el camino de las renuncias inauditas al marcharse dando un portazo del organismo con sede en Washington.

Nunca un representante de este organismo se había ido a su casa alegando que tenía nostalgia de su país, al cual estaba representando en el cargo. Su sucesor Dominique Strauss-Kahn logró hacer olvidar por unos meses la pésima imagen del exvicepresidente español gracias a sus escándalos sexuales por los que también tuvo que renunciar. Pero las tropelías del francés pronto fueron superadas por el carrerón del político español al frente de Bankia y, sobre todo, por su detención ante las cámaras de televisión por los agentes de la Agencia Tributaria.

La renuncia de Magdalena Álvarez también fijó un antes y un después en la historia del Banco Europeo de Inversiones. La exministra socialista dimitió de su cargo como vicepresidenta de la institución, una de las más importantes en la UE, antes de que se forzara su marcha por su imputación en el caso de los ERE en Andalucía.

En aquella ocasión, Álvarez aseguró que había habido una campaña de “acoso y derribo” por parte de Luis de Guindos (que representa a España en la institución como parte de sus atribuciones como ministro de Economía) y del PP. La marcha de la española dejó la silla vacía para España durante tres meses hasta que la ocupó Román Escolano, en aquel momento director del ICO (el banco público español).

Escolano es también técnico comercial del Estado, el mismo ya famoso cuerpo que comparten Soria y De Guindos, y estaba colocado por el ministro del PP, ya que, como él, había trabajado en el Gobierno de Aznar.

Sin silla en el BCE

Pero sin duda, la principal institución europea en la que España se ha quedado sin alta representación es el Banco Central Europeo. España se quedó sin su consejero después de que el Gobierno de Rajoy vetara el nombramiento de David Vegara, secretario de Estado de Economía con Pedro Solbes.

La insistencia del Gobierno de Rajoy en conseguir nombrar otro candidato solo consiguió que el BCE prescindiera de la representación española que hasta ese momento había desempeñado José Manuel González-Páramo. Huelga decir lo importante que hubiera sido defender los intereses de España en la cúpula directiva del vigilante del euro.

Otro empeño del Ejecutivo fue el de proponer a Miguel Arias Cañete como comisario europeo, pese al revuelo que habían causado sus comentarios machistas en la campaña al Parlamento Europeo. De nuevo el afán de Rajoy por nombrar a uno de los suyos le llevó a que España perdiera un puesto de primera división y se conformara con jugar en segunda. Cañete además estrenó con un bochornoso espectáculo el nombramiento al trampear su declaración de bienes ante el Parlamento Europeo.

Después de que en la legislatura europea anterior Joaquín Almunia hubiera desempeñado un cargo de supercomisario (Competencia), Arias Cañete se quedó con la maría del cambio climático (no debería ser así pero se la considera de esa forma dentro de la Comisión), y con un comisario jefe por encima.

Una línea común envuelve además a tres de los altos cargos que ha nombrado el PP en las instituciones internacionales estos últimos años: tanto Rato como Soria y Arias Cañete han estado involucrados en investigaciones y casos de sociedades en paraísos fiscales.

Soria tuvo un papel de protagonista en Los Papeles de Panamá como también lo tuvo la esposa de Arias Cañete, una de las primeras en aparecer en la investigación periodística. El exministro de Agricultura tuvo que responder ante la Eurocámara (a puerta cerrada) por este hecho y también por el caso Acuamed.

En el caso de Rato, la investigación sobre su entramado societario demostró que había vinculaciones a Gibraltar y las Islas Vírgenes Británicas. Además tanto Rato como la esposa de Arias Cañete se acogieron a la amnistía fiscal del Gobierno del PP, con el agravante de que el exministro de Agricultura formaba parte del consejo que aprobó la polémica medida.

Cabe preguntarse si el método por el que se deciden estos puestos no incita a que se den este tipo de situaciones. La representación de España en este tipo de organismos, muy bien remunerados, termina siendo ocupada por exaltos cargos venidos a menos políticamente en el partido y que el Gobierno quiere colocar con una patada hacia arriba por los servicios prestados. La dedocracia que acompaña la designación es el aliado perfecto. Los casos de Strauss-Kahn y de Christine Lagarde (imputada por el caso Tapie) demuestran que no es una práctica que se le pueda atribuir solo a la península ibérica.

La exótica Amy Martin

A estos casos de importante gravedad se une también el anecdótico, pero significativo, de Carlos Mulas Granados como economista del Fondo Monetario Internacional. Mulas Granados se hizo famoso por el alter ego de su esposa, Amy Martin, con el que facturaba cuantiosas colaboraciones a la Fundación Ideas del PSOE, que él mismo dirigía. A diferencia de los otros casos, el cargo de Mulas en el FMI no es en representación de España pero no deja de tener mal sabor de boca para el país que este sea el tipo de personajes que desempeñan cargos en organismos públicos internacionales.

Para más inri, España va a perder en el FMI a José Viñals, director del departamento de Finanzas, uno de los que tienen más responsabilidad, y que ha anunciado su marcha este mismo verano por “motivos personales”.

El saldo de todo este dislate es que España apenas tiene representación internacional. De Guindos soñó con ser jefe del Eurogrupo, algo que aparentemente le había prometido Angela Merkel a Mariano Rajoy en compensación por los recortes, y la noche en el que sus compañeros ministros votaron al joven, y laborista holandés, Jeroen Dijsselbloem aguantó la respiración y como pequeña pataleta se abstuvo de votar.

Jaime Caruana persiste en un puesto de relevancia internacional, el de dirigir el Banco Internacional de Pagos de Basilea, el supervisor de los bancos centrales. Caruana es, por supuesto, técnico comercial del Estado y el único superviviente en esta escabechina de nombramientos.

Tampoco hay ningún español bien situado en el club económico de países ricos más poderoso, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), donde nos representa como embajador el también exministro de Rajoy José Ignacio Wert.

Para redondear esta agenda, el Gobierno español decidió salirse de la representación de la agencia de las energías renovables, Irena, un sector en el que España llegó a ser líder hasta que el decreto con la firma de Soria lo paralizó. Pese a sus deseos de participar ahora en un organismo internacional, cuando ejercía como ministro Soria prefería no participar en este tipo de representaciones.

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