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Por qué da tanto miedo un estallido de la burbuja china

Vista general de varios contenedores en el puerto de Qingdao, en China. EFE

Pilar Blázquez

“Cuando China despierte, el mundo temblará”, dice una frase atribuida a Napoleón que, formulada en sentido inverso (“¿qué pasará si China se constipa?”), y tras el espectacular crecimiento del gigante asiático en la última década, ilustra el creciente miedo sobre el estado de salud de la economía china. Ese territorio ha dejado de ser una extensa masa de tierra casi arrinconada al otro lado del mundo, como era en el siglo XIX, para convertirse en la segunda potencia económica del planeta, al aportar el 17% del PIB mundial y ser el principal motor de la recuperación tras la crisis financiera de 2008.

Un constipado económico chino asusta. Lo hemos visto con la tormenta que se vivió el lunes en las bolsas mundiales, con los inversores internacionales poniendo pies en polvorosa de los valores chinos tras un controvertido periodo estival. Las caídas se han sucedido en el principal índice bursátil chino desde principios de verano, tras una revalorización de más de un 50% en un año. Las autoridades de Pekín, con su peculiar versión del capitalismo, decidieron que el pinchazo de su mercado de valores debía ser controlado. Buscando un ajuste suave, decidieron prohibir las ventas a los inversores institucionales. El resto, una gran masa de inversores sin apenas formación financiera, podía seguir jugando en lo que ya todos llaman el casino nacional.

Esta estrambótica medida se ha acompañado de tres devaluaciones seguidas de su moneda nacional, el yuan (ya son cinco desde noviembre de 2014), y la inyección de 150.000 millones de yuanes (unos 20.300 millones de euros) en una línea de financiación para los bancos.

“Las decisiones son acertadas. Lo que ha suscitado intranquilidad es la forma de hacerlas sin una comunicación adecuada a los mercados. En verano, de golpe... eso es lo que no gusta”, dice Joaquín Casasús, director general de Abante Asesores Gestión. Para algunos, como Philippe Waechter, economista Jefe de Natixis AM, las medidas son insuficientes y China todavía va a necesitar devaluaciones adicionales de su divisa.

La recuperación que han experimentado las bolsas tras el monumental batacazo del lunes en los mercados parece avalar la tesis de que los sustos chinos no serán abruptos. Pero también son muchos los que apuntan que Pekín puede ser el epicentro de un nuevo cisne negro, concepto utilizado en economía para identificar sucesos negativos no esperados que dañan a todo el sistema. “Nadie devalúa tres veces la moneda en un mes si no es porque tiene problemas”, advierte Javier Niederleytner, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles.

En teoría, la tasa de crecimiento oficial de China es del 7% y la oficiosa, superior al 5%. Pero hay dudas sobre un aspecto que podría dejar en anécdota lo ocurrido con Grecia, un país que apenas supone el 2% del PIB europeo, cuando en 2010 se conoció que había falseado sus estadísticas oficiales durante una década para poder adherirse al euro. Como recuerda Daniel Pingarrón, de IGM, la credibilidad de los datos públicos de la oficina estadística china “está en entredicho”.

La mayor burbuja de la historia

Si estamos ante el preludio de una nueva catástrofe financiera o un simple ajuste económico es una duda que solo puede responder el tiempo. Las últimas turbulencias financieras son la punta de iceberg de una complicada situación. El gigante asiático quiere dejar atrás su exitoso modelo económico, basado en una inversión desaforada en vivienda e infraestructuras (por ejemplo, la red de alta velocidad ferroviaria más extensa del mundo) alentada por el Estado. El resultado es una de las burbujas inmobiliarias más abultadas de la historia, pero también ha permitido al país incrementar su PIB incluso por encima del 10% anual durante años.

Ahora, toca abandonar ese crecimiento rápido vía inversión y abrazar de lleno el capitalismo consumista, donde el crecimiento llega del consumo interno, al estilo de EEUU. Pero el proceso no acaba de cuajar. Al menos, no tan rápido como a muchos les gustaría. El freno de la inversión no se está compensando con consumo. Y es aquí donde comienza la espiral, que algunos califican de diabólica y otros de simple ajuste. China ya no construye como antaño, con lo que su demanda de materias primas ha caído dañando a sus principales proveedores, que eran las economías emergentes.

En este punto el contagio entre lo que ocurre en China y el resto del mundo es imparable. La primera consecuencia ha sido la drástica caída en el precio de las materias primas provocada por ese descenso de la demanda. El precio del cobre, el acero, e incluso el petróleo (aunque en este caso hay otros motivos) se ha desplomado. Un alivio para países importadores como España, pero un duro varapalo para los países exportadores de commodities como los emergentes asiáticos, Brasil o Venezuela.

Como la pescadilla que se muerde la cola, estos países dejan de consumir y por lo tanto de comprar. ¿Quién se resiente? Entre otros, la propia China, que vio caer un 8% sus exportaciones en julio. Los problemas en los emergentes dañan a las empresas internacionales que tienen actividad allí, entre otros, a los bancos. Y aquí hay un aviso para España: esta semana, la agencia de noticias Bloomberg identificaba a los bancos españoles como los que mayor exposición tienen a países emergentes por su potente presencia en Latinoamérica, región especialmente afectada por la caída del precio de las materias primas.

Además, las continuas intervenciones de los bancos centrales occidentales en sus monedas han provocado una revalorización de la divisa china de un 30% en los últimos tres años. Esto hace que producir en el gigante asiático ya no sea el chollo de hace unos años. La robotización de Occidente y las exigencias laborales de los trabajadores chinos también han contribuido a esta caída de la productividad. Ahora vemos cómo muchas empresas occidentales, incluyendo a los propios fabricantes de zapatos españoles, recuperan la producción que hace años mandaron a China. “Las últimas intervenciones del Gobierno de Pekín bien pueden responder a que están viendo que pierden la guerra comercial y no están dispuestos a permitirlo”, comenta Javier Niederleytner.

El tercer foco de tensión está en los bancos. Como ya ocurrió en Occidente antes de 2008, gran parte de esas inversiones inmobiliarias y bursátiles están sustentadas en créditos cuya solvencia está en entredicho. La incógnita es si los bancos chinos serán capaces de soportar impagos generalizados y, si, en caso de que eso ocurra, estará la banca internacional blindada al contagio.

Cuidar a los bancos es objetivo prioritario de las autoridades chinas. Las últimas actuaciones han incluido una rebaja de los requerimientos de capital necesarios para que concedan préstamos. Un cierre del grifo del crédito, como el ocurrido en Occidente tras la caída de Lehman Brothers, provocaría un descalabro financiero que supera el miedo a que los bancos chinos tengan que afrontar impagos masivos por parte de quienes han recibido préstamos sin reunir la solvencia necesaria.

“A diferencia de otros países emergentes o incluso europeos, China no depende financieramente del exterior. Tiene suficiente nivel de reservas y ahorro interno como para afrontar por sí misma un crash financiero provocado por la huida de capitales o la desconfianza mundial en su economía”, explica Joaquín Casasús, director general de Abante Asesores Gestión.

Miedo al contagio

China tiene músculo financiero. Todavía atesora 3,65 billones de dólares en reservas de moneda extranjera (llegó a rondar los 4 billones en 2014), más de tres veces el volumen de la economía española. Lo que no está claro es que también pueda afrontar los problemas de otros países dañados por el desplome de los precios de las materias primas y la caída de las exportaciones como Rusia, Brasil o la India. Es eso lo que realmente preocupa en los mercados, el contagio.

Por último, con China y EEUU en fases del ciclo económico diferente, una eventual subida de los tipos de interés en Estados Unidos podría generar una onda expansiva que frenase el crecimiento global. Sin embargo, tras los últimos acontecimientos en el gigante asiático, la Reserva Federal estadounidense ha enfriado las expectativas sobre la que sería la primera subida del precio del dólar en Estados Unidos tras casi diez años, un periodo marcado por la puesta en marcha de fortísimos estímulos por parte de las autoridades de EEUU. 

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