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Franquiciados de todo el mundo se rebelan contra el rey gallego de las lavanderías: “Es un engaño”

Eloi Gómez, fundador y CEO de Jeff

Analía Plaza

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Beatriz González recuerda con detalle las tres prendas que se cargó durante sus meses como lavandera. “Un polo, un chaleco y un jersey de lana”, cuenta. “Todo lo pagué de mi bolsillo, porque hay seguro pero los 150 primeros euros los asumes tú. La formación iba a ser de una semana en mi tienda y al final fueron cuatro horas en Valencia, donde encima las lavadoras no funcionaban. Escribí para que me ayudasen, pero no vino nadie”.

González está llamada a declarar el próximo 13 de mayo. Es una de las once españolas que se han querellado por estafa contra Jeff, empresa de franquicias de lavandería, su fundador y CEO, el joven Eloi Gómez Cal, y dos de sus directivos, José Izquierdo Clerigues (expansión nacional) y Miguel Jarabu Fuentes (expansión internacional).

Jeff —antes, Mr Jeff— comenzó su expansión con franquicias en 2018. Había nacido como aplicación en 2015: como el Uber o el Glovo de turno que te recoge la ropa en casa y te la devuelve limpia y planchada. “Jeff quiere ser tu servicio del día a día”, resumió Gómez en una entrevista en 2019. “Hemos empezado con lavandería y usamos el modelo franquicia para escalar”.

La empresa, con sede en Valencia y aires de startup tecnológica, lleva años cautivando a inversores: en 2017 recaudó dos millones de inversores particulares; en 2019, diez millones de All Iron Ventures (de los fundadores de Ticketbis) y el pasado mes de diciembre, 17,5 millones de varios fondos, incluido Angels, de Juan Roig (Mercadona). Y cuenta su fundador que recientemente Clean Rite, cadena de lavanderías estadounidense, ha invertido otros 8 millones y reconvertirá sus tiendas a Jeff.

“Para una lavandería no los levantas [los millones]. Para un ecosistema omnicanal, los puedes levantar”, reconocía entre risas el fundador. “Hay gente que no lo entendía, decía: ¿en qué invierto aquí, en hierros? Pero los economics son claros y nuestros márgenes son los de una compañía de software. La verdad es que no fue muy difícil [recaudar ese dinero]”.

Al principio, Jeff trabajaba con lavanderías industriales. Pero gracias a generosas campañas de marketing online su volumen de clientes era elevado. En un momento dado, según ha contado siempre Gómez, los proveedores no dieron de sí y cambió de estrategia: abriría franquicias con el compromiso de enviarles clientes, que conseguiría a través de su app.

“Me vendieron una servicio llave en mano: yo contrataba a una persona, ellos la formaban y me enviaban los clientes. Lo único que yo haría era facturar”, cuenta Santiago Morete, uno de los querellantes, cuya lavandería en Ferrol no ha llegado a abrir por problemas con la obra. “Soy venezolano y vengo apaleado de allí. Busqué a alguien que supiera y tuve la desdicha de dar con ellos. Te engatusan”.

Jeff vende que este es un negocio que va prácticamente solo. Por un módico coste de entrada —12.000 euros de canon y unos 30.000 de maquinaria y reforma del local, que suelen ser más—, el franquiciado accede a un modelo probado y rentable. Según el excel que enseña a los potenciales socios, el break even (que los ingresos superen a los gastos) se alcanza al sexto mes y el beneficio neto supera los 2.600 euros mensuales a partir del primer año (contando con que contratas a personal). La inversión se recupera en dos años.

Bajo esta premisa, y a través de constantes campañas en Facebook e Instagram, ha captado a familias y autónomos que buscaban una fuente de ingresos estable. Y no solo en España: también en México, Marruecos, Chile y Portugal, desde donde varios franquiciados han contactado con elDiario.es para denunciar su caso.

La historia de González, que abrió en Zaragoza, resume el funcionamiento. “Trabajo en la cadena de montaje de Opel desde hace dieciséis años. Cogí una excedencia porque tengo una niña. Me apetecía hacer algo y pensé qué podía montar. Busqué franquicias rentables, vi esta, dejé mis datos y me llamaron”, explica. “José Izquierdo nos explicó el modelo e invitó a Valencia. Fuimos, vimos las oficinas y una franquicia que ya había allí. Y no paraban de trabajar, tenían un montón de ropa. Nada que ver con lo que pasó después”.

González firmó en octubre de 2019. Aunque Jeff promete que en tres meses está todo, no empezó la obra hasta marzo. La apertura se retrasó hasta septiembre por el COVID. Además de darle menos formación de la prometida, nadie acudió a la apertura. “Me dijeron que harían una inauguración, pero nada. Fue todo un engaño”, añade. Y lo más importante, que son los clientes, tampoco aparecieron. “El mes que más, facturé 1.800 euros. Descuenta alquiler, autónomos, suministros y 500 euros de royalties”.

Si recibió algún pedido no fue porque la app lo enviara, sino porque pagó su propia publicidad en radio, cartelería y repartiendo flyers. Cerró hace poco para no perder más dinero. Ha invertido 100.000 euros.

No podemos dejar a un franquiciado fastidiado. Me fusilan mañana

Eloi Gómez en 2018 Fundador y CEO de Jeff

elDiario.es contactó con Eloi Gómez el 21 de abril, cuando recibió un correo de una plataforma de México en guerra contra Jeff. “Jeff, franquicia española, defrauda a cientos de mexicanos”, decía el asunto. “Hemos contactado con franquiciados de otros países y organizamos un movimiento mediático”.

Gómez, gallego de 28 años, estaba fuera de España. Jeff ya no solo tiene lavanderías: ahora también vende franquicias de belleza y gimnasios, en un intento de crear una “super-app”.

“El de la franquicia es un sector en el que siempre hay reclamaciones. Hemos contactado con ellos y no hay fundamento legal. Estamos buscando algo razonable con lo que todos estemos a gusto”, dijo Gómez. Al día siguiente, EFE publicó que un juzgado valenciano admitía a trámite la querella por estafa contra Jeff. Son procesos distintos pero paralelos: en México hay varias demandas por fraude, en Bolivia ha habido un acto de conciliación previo a juicio y en España está pendiente la vista.

Cuando elDiario.es preguntó por la querella española, dijo que no le habían notificado pero que buscaría una solución. Más tarde, este diario accedió a la querella y afirmó que ya le habían notificado. “Entendemos que puede haber reclamaciones, pero no lo consideramos un problema. La querella de once franquiciados sobre 2.400 representa un 0,4%. La justicia nos dará la razón”.

Desde la empresa dicen por email que los querellantes españoles “asocian el desfavorable resultado de sus negocios con un incumplimiento de contrato. Lamentablemente, todas las grandes compañías de franquicias han pasado por esto (...) es inevitable”. Piden que no se “criminalice” a Jeff “sin haberse celebrado el procedimiento legal y con más de 350 trabajadores que se dejan la piel cada día”.

En 2018, cuando Jeff empezó a abrir franquicias en Madrid después de conquistar México, Gómez declaró lo siguiente. “No hay compromiso [de que vayamos a captar usuarios por la app] por escrito, pero no podemos dejar a un franquiciado fastidiado. Me fusilan mañana. Me comprometo a enviarles tráfico y además me sirve para entender el proceso. España es para hacer pruebas y marketing hiperlocal”.

Tres años después eso no ha sucedido, pero hay un importante grupo de franquiciados ansiosos, endeudados, movilizados en su contra y dispuestos a hacer ruido para que otros no compren.

Dos pedidos en un año

Para entender dónde empiezan los problemas con Jeff, hay que partir de su promesa. Al menos en España, ya que en México y otros países el modelo de negocio es algo distinto (aunque las principales cuestiones —tardanza y sobrecostes en la obra, falta de formación, de apoyo y un plan financiero que no se cumple— se repiten en el relato de consultados extranjeros).

Jeff dice a sus franquiciados que no tendrán que hacer nada. Que su equipo de marketing y sus “herramientas de captación” conseguirán los clientes.

Marcos Enríquez, uno de los querellantes y emprendedor con cierta trayectoria (fue uno de los creadores del portal Ozú y de las cafeterías Faborit), explica que esto le convenció a entrar. Con el COVID, sus negocios en hostelería y turismo se fueron al garete, así que buscó una franquicia que le diera el trabajo hecho.

“Fue lo que más me gustó. Antes del COVID tenía un par de pisos turísticos. Y cuando Airbnb te envía clientes, no te preocupas de nada. Lo vi aquí y dije: no sé de lavandería, pero la parte de conseguir clientes no la tengo que hacer”. Pidió un préstamo de 100.000 euros y compró el traspaso de un punto Jeff al norte de Madrid.

Su contrato con la empresa, revisado por este periódico, dice que “el franquiciado no realizará ningún tipo de publicidad online ni offline sobre su centro”, que no podrá crear webs ni perfiles en redes y que “será únicamente el franquiciador quien realice campañas publicitarias”. A cambio, Enríquez pagaba 700 euros al mes en concepto de royalties y marketing.

Pero Jeff no hacía mucho marketing. Por tanto, a Enríquez y su mujer apenas les entraban pedidos. “Desesperante. Abrimos en agosto de 2020, en septiembre empezó a entrar algo, en octubre abrió otro punto a muy pocos kilómetros y todos los pedidos se pararon. De la noche a la mañana, cero”, cuenta. Al haber dos lavanderías cercanas, los pedidos de la zona que entraban por la app se dividían. Y su local (uno de los primeros que abrió) no está en una zona de gran tránsito, porque la premisa era que la clientela llegaría por la app.

Con el COVID, cuenta, cambiaron sus condiciones. “Mandaron un email diciendo: el marketing ahora lo hace el franquiciado. Te descontamos una parte del canon. Hice pruebas. Pero si haces publicidad de la aplicación para Madrid, los pedidos se los puede llevar otra tienda. Envié un burofax para rescindir mi contrato y empecé a hacer publicidad de mi propio Whatsapp. Estamos endeudados y no podemos cerrar”. La empresa insiste en que su responsabilidad es “poner los medios” y no “ofrecer resultados”. Que —como en otras franquicias— todo depende del buen hacer del emprendedor y que en 2020 han invertido casi 600 euros mensuales por partner en España.

Otro de los querellantes, que dejó el negocio y prefiere mantener su anonimato, explica que dio con Jeff buscando fórmulas para ayudar a su hermana en paro. “Me salió publicidad en Facebook. Visité puntos en Madrid y la sensación era buena”, dice. Firmó y empezó a tener mala sensación con las obras. “Hubo problemas. Cuando conseguí abrir, el Ayuntamiento me puso problemas porque el contratista no era válido”, cuenta. Pero lo peor llegó al probar la app.

“Pedí a mi familia que hiciera pedidos y no funcionaba, no reconocía mi zona [una capital de provincia]. Luego la gente no podía pagar. En varios meses solo me llegaron dos o tres pedidos. Llamaba y decía: ¡pero si yo he comprado una app y me habéis dicho que van a llegar clientes! Y la respuesta era: 'tengo que escalar el problema'”, relata. “Esto es lo peor que me ha pasado. Estoy casi en la quiebra, me siento engañado y espero que no caiga nadie más. Usan un lenguaje muy atractivo y fui seducido”.

No siempre fue así: cómo Jeff hinchó a sus franquicias

Eloi Gómez asegura que, hasta la fecha, ha firmado con “más de 2.600 emprendedores”. Uno de los datos que solicita el juzgado de Valencia es el desglose de centros franquiciados, su situación y facturación. Según la empresa, se han vendido 2.400 franquicias y hay 692 partners operativos, que tienen uno o más puntos. En España, según Gómez, hay 150 puntos vendidos y solo 20 operativos, así que en los próximos meses se espera una explosión de aperturas. La pregunta de los querellantes es: ¿cuántos han cerrado o no han llegado a abrir?

Es lo que le sucedió a Toni Sala antes de abrir su tienda en Alicante. Pagó 12.000 euros de entrada. “Me quedé a punto de hacer la obra. Jeff me juró que las obras iban a costarme 39.000 euros. Vino el contratista y me dio un presupuesto de 22.000 euros más. Coincidió con el coronavirus y frené. Hablé con el comercial, le dije que eso no era lo que me había vendido y dijo: 'esto no puede ser, lo voy a escalar', una palabra que utilizan mucho”, cuenta. “Me metí en la querella, aunque mi situación es un poco mejor. Su gran baza era su 'súper-app', que los clientes llegaban por ahí porque ellos hacían la publicidad. Pero no se cumple”.

Todos los consultados destacan que Jeff vende que sabe mucho de marketing y Facebook, pero nada de lavar ropa o planchar camisas. Y que ninguna franquicia es propia, con lo que el modelo no está probado.

El principal argumento de los querellantes es la falta de marketing, con ejemplos que demuestran que había meses que la app generaba ingresos de 24 tristes euros a una tienda pero le cobraba royalties de casi 700.

Sin embargo, esto no fue siempre así en España: hubo un tiempo en que Jeff sostenía a sus franquicias no solo captando clientes, sino pagando la logística (los repartidores que recogen y entregan la ropa) y dando bonus (en palabras de los franquiciados, “subvenciones”) de hasta 3.000 euros al mes. Estas franquicias contentas servían de ejemplo para captar nuevos franquiciados.

Lo explica alguien que entró pronto, cuando la empresa no cobraba royalties sino un porcentaje de facturación. “Prometieron cosas que no eran verdad. Y se dieron cuenta enseguida. Como tenían dinero [de las rondas de inversión], asumieron la logística y nos daban bonus. Sobre el papel eran por cumplir condiciones de calidad, pero en realidad era por hacerles la pelota y para que estuviéramos callados”, dice esta persona, que con ese extra llegaba a cubrir gastos. “Bajaron los precios, así que ni con 30 pedidos al día era un negocio rentable”.

Para ella, como para Enríquez y otros entrevistados, la tesis de fondo es que Eloi Gómez y sus socios pretenden hinchar la empresa y venderla al mejor postor. Y eso se consigue abriendo franquicias, llevándose los 12.000 euros de apertura y los royalties, aunque el negocio no funcione. Como muchos franquiciados son particulares y han invertido sus ahorros, les cuesta dar el paso y demandar. Pese a todo, en sus últimas cuentas españolas (2019) Jeff declaró 16 millones de euros de ingresos y 1,6 de pérdidas. Gasta 8 millones anuales en personal y otros 8 en explotación. “Me gustaría que fuera rentable, pero no tenemos urgencia”, dice Gómez. La inversión externa los sostiene.

“Jeff es una empresa española que capta a inversores españoles. En España no hay negocio, pero decidieron mantenernos con subvenciones, haciendo ofertas, regalando suscripciones a la lavandería y asumiendo la logística porque España no podía caer”, sostiene esta última franquiciada. “No pueden tener mala fama, porque entonces sus inversores dirán: ¿qué pasa aquí?”.

Gómez no lo cree así. “Para los inversores, para gente que entiende, estas reclamaciones son un tema menor. Clean Rite ha hecho más de 4.500 horas de auditoría y ha invertido 8 millones”, concluye. “No nos han causado ningún problema a la hora de seguir consiguiendo capital”.

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