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El modelo cooperativista tiene futuro pese a la crisis de Fagor

No está claro si Fagor y Edesa podrán ser viables.

Cristina G. Bolinches

Es la joya de la corona del cooperativismo, un ejemplo de cómo el modelo industrial podría ser más responsable y comprometido con sus trabajadores y con la comunidad. Sin embargo, que se haya quebrado una de las, en apariencia, robustas patas del grupo Mondragón ha puesto en la picota todo el modelo cooperativista.

“Lo sucedido con Fagor no tiene por qué poner en duda el modelo en España, del mismo modo que el capitalismo no se ha puesto en cuestión porque algunas empresas capitalistas hayan entrado en concurso de acreedores”, señala Estrella Trincado, profesora de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense de Madrid. “Mondragón lleva muchos años siendo un conglomerado de éxito internacional”, matiza la profesora de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.

Entonces, ¿cómo es posible que el referente del cooperativismo, no sólo en España sino en todo el mundo, se vaya a llevar por delante a una plantilla de más de 5.500 personas de los que, casi 2.000, son además socios cooperativistas que aún no saben si van a tener que responder con su propio patrimonio?

Adaptarse para sobrevivir

“Generalizar es injusto, hay unas cooperativas que funcionan y otras que no; es así de sencillo”, asegura el director del Sector Financiero del IE Business School, Manuel Romera. “El problema es que, quizás, Fagor ha dejado de ser competitiva. Simplemente, sus electrodomésticos han dejado de ser competitivos frente a los que se fabrican, por ejemplo, en Corea. Los asiáticos se están haciendo con el mercado”, explica el profesor de la escuela de negocios.

“Las empresas no son eternas y hay que estar al tanto de los cambios en el mundo”, argumenta Cándido Muñoz Cidad, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. La propia Mondragón reconoce que va con retraso a la hora de adaptarse a los cambios que vive el sector de los electrodomésticos y a las nuevas “reglas de juego”.

Así, su reestructuración, simplemente, llega tarde. Algo que asumen quienes comparten su visión de una economía basada en valores humanos. “El problema de Fagor es que sus ventas se han hundido, han pasado de 1.800 millones de euros a sólo 500 este mismo año y, aunque se han tomado medidas, se han reducido sueldos, se han aportado 70 millones desde otras cooperativas de Mondragón, se ha apelado a la solidaridad…, no ha sido posible y no hay margen de mejora”, reconoce Juan Antonio Pedreño, presidente de la Confederación Empresarial Española de la Economía Social (Cepes).

¿La solidaridad bien entendida empieza por uno mismo?

Fagor se ha convertido en la oveja negra a la que nadie quiere parecerse, pero hay otros ejemplos de cómo el cooperativismo funciona. “Sí, y hay un ejemplo muy claro: las cooperativas de crédito. Son las que menos mora tienen de todo el sistema bancario español”, explica el director del Sector Financiero del IE Business School. Pero matiza que “no se puede hablar de modelo, hay que hablar de cooperativas buenas y malas. Las que funcionan mejor son las que diferencian el capital trabajo y el capital económico: los dos tienen que trabajar pero cada uno en lo suyo”. “En todo caso, la solidaridad bien entendida empieza con uno mismo. Primero hay que ganar dinero y, luego, repartirlo”, recalca Romera.

Puede que en el caso de Fagor, y en el del grupo Mondragón, ese papel haya quedado desdibujado o que la ambición por crecer haya ido demasiado lejos. No hay que olvidar que en la crisis del grupo vasco hay implicados miles de pequeños inversores que confiaron en él y depositaron más de 800 millones en forma de participaciones preferentes, la mayoría (660 millones), en Eroski; y el resto (185 millones), en la propia Fagor.

“A medio y largo plazo, el modelo cooperativista puede tener éxito en determinados ámbitos, como son las cooperativas agropecuarias, pero no en general, porque en la empresa cooperativa aumenta la tendencia por el corto plazo, menos inversora. El trabajador no tiene incentivos para ahorrar, dado que no puede capitalizar sus rentas futuras, y es menos innovador, puesto que la innovación se concentra en aspectos de amortización rápida o en innovación defensiva”, critica Estrella Trincado. Al no haber “especialización en la gestión, las tecnoestructuras y relaciones de poder tienden a perpetuarse más que en una sociedad anónima [...] y la toma de decisiones es menos ejecutiva y rápida”.

Las cifras del cooperativismo en España

En España, actualmente existen entre 22.000 y 23.000 cooperativas, según las estadísticas de Cepes. Su presidente asume que el modelo ha recortado empleo desde que se inició la crisis pero asegura que el impacto ha sido menor “porque para poder mantener el empleo, el sector ha llegado a bajarse el sueldo hasta un 30% o un 40%”. Aun así, el volumen de puestos de trabajo “se ha reducido desde 315.000 a 290.000”. “Es muy duro, pero es una crisis de siete años. Los valores del cooperativismo se han mantenido, la solidaridad se ha mantenido, pero la crisis no ha revertido”, especifica Trincado.

A la cabeza del cooperativismo están, según Juan Antonio Pedreño, cinco comunidades autónomas: Cataluña, Andalucía, País Vasco, Murcia y Valencia. Aunque en el imaginario colectivo el sector agrario puede configurarse como el eje del movimiento cooperativista español, no es así. “Las empresas de servicios son casi el 50% del sector cooperativista español, seguidas por la industria, con Mondragón a la cabeza, y el sector agrario. Hay que tener en cuenta que, en este modelo, el sector de la educación ocupa un papel fundamental porque en España hay más de 700 cooperativas de enseñanza”, matiza. “Además, hemos detectado que, con la crisis, hay muchas sociedades que han pasado a ser cooperativas, para compartir el riesgo y el beneficio, porque una cooperativa se puede montar con dos personas”.

Las cooperativas forman parte de un concepto más global, la denominada economía social, donde también se enmarcan las sociedades laborales, empresas de inserción, mutualidades y fundaciones o asociaciones. Según CEPES, en 2012 la facturación del sector superó los 145.000 millones de euros. De ellos, 56.600 millones correspondieron a cooperativas. “Para nosotros, la persona es el centro, así como los valores de implicación, democracia, igualdad. El capital es un bien necesario pero subordinado a la persona”, asegura Pedreño.

El cooperativismo en el mundo

“Uno de cada cinco europeos es miembro de una cooperativa, quizás no te has dado cuenta pero tú puedes ser uno de ellos”, así explicaba la relevancia del sector el lobby europeo de las cooperativas, denominado Cooperatives Europe, que señala en un documento informativo que, en conjunto, dan empleo a más 5,4 millones de europeos. “En Europa, las cooperativas están especialmente en Gran Bretaña y en España, donde es conocida internacionalmente la experiencia de Mondragón”, asegura la profesora Trincado. En Sudamérica, destaca su implantación en Argentina o Colombia. “Este modelo, sin embargo, es muy extraño en Estados Unidos o en la mayoría de los países asiáticos”.

“Las cooperativas son un recordatorio para la comunidad internacional de que es posible perseguir tanto la viabilidad económica como la responsabilidad social”. Estas palabras no corresponden a ningún responsable del movimiento cooperativista, sino al secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, cuando declaró 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas, una de esas conmemoraciones que no logran demasiado eco internacional. La ONU pretendía impulsar así este modelo asociativo como vehículo para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Uno de ellos, el anhelo de lograr que la pobreza se redujera a la mitad en 2015 respecto a la que existía en 1990.

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