Una superbatería capaz de cambiar el mundo
La marca japonesa Toyota acaba de dar a conocer que retoma sus planes para dotar a sus vehículos híbridos y eléctricos del futuro de baterías de iones de litio sin que ello suponga un problema de seguridad como el que se ha presentado en el tristemente famoso (sobre todo para Samsung) modelo de teléfono Galaxy Note 7.
El primer vehículo que recibirá esta tecnología será el Prius Prime Plug-in, un híbrido enchufable que proporcionaría una autonomía de hasta 60 kilómetros en modo eléctrico. Las baterías de iones de litio servirían para propulsar a toda una futura generación de vehículos eléctricos del fabricante nipón.
Inventada en 1980 por John Goodenough, hoy un nonagenario profesor de ingeniería mecánica en la Universidad de Texas, la batería de ion-litio se ha instalado en miles de millones de dispositivos portátiles desde que Sony comenzara a venderla 11 años después de que el maestro hubiera creado el cátodo de óxido de litio y cobalto.
A pesar de su edad, Goodenough sigue acudiendo cada día al laboratorio. Busca una panacea, la superbatería que permitiría revolucionar el mundo tal como lo concebimos hoy. Para ello tiene que acelerar el avance que viene experimentando la tecnología aplicada a las baterías en los últimos tiempos: se calcula que la eficiencia de éstas mejora en torno a un 7 u 8% al año.
No sabemos si será de iones de litio o de iones de sodio, como el propio Goodenough y su equipo aseguraron el año pasado. Lo que es seguro es que una batería realmente capaz de convertir al coche eléctrico en alternativa viable no solo en el tráfico urbano y periférico sino también en desplazamientos largos, además de fácilmente recargable y –por supuesto– segura, podría transformar la economía mundial de una manera profunda.
Así lo sostiene Steve LeVine, profesor adjunto de la Universidad de Georgetown, quien ha escrito un libro, The Powerhouse, que relata la carrera mundial por conseguir la superbatería. Por el lado estadounidense, cita los esfuerzos que está llevando a cabo en los últimos años el Argonne National Laboratory, un centro con financiación federal que agrupa a cinco empresas, cinco universidades y cinco laboratorios.
LeVine aventura con argumentos que suenan veraces: “Si consigues una superbatería que sea en sí misma una industria y que genere la venta masiva de coches eléctricos, el impacto sacudiría a esos países [los productores de petróleo] y haría a los consumidores, Europa y Estados Unidos, más fuertes. Comprarían menos petróleo”.
Los deseos del autor de The Powerhouse quedan claros. De forma análoga, las grandes corporaciones dedicadas al negocio de los combustibles fósiles no ven, o no quieren ver, lo que según LeVine se les viene encima. Exxon Mobil estima que el consumo de petróleo se mantendrá estable en 2040 porque, aunque los coches gasten mucho menos carburante, el parque global se habrá doblado desde 2010 y alcanzará los 1.700 millones.
El profesor de Georgetown no entiende esta ceguera. Dichas predicciones, asevera, “están basadas en pensamiento lineal; hay que entender que vivimos en una edad de cambio rompedor, de sorpresas geopolíticas y económicas a todos los niveles”. El hallazgo de la superbatería podría demorarse en el tiempo, advierte, pero también podría ocurrir mañana, y solo quienes estén preparados evitarán que los arrastre el tsunami.