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Opinión - ¡Nos comerán! Por Esther Palomera

El discreto y convencional encanto de la vengativa Medea abre el Festival de Mérida

Ana Belén, con el joven Jason

Pablo Sánchez / Pablo Sánchez

La actriz contemporánea que mejor ha entendido y representado el mito de Medea, Nuria Espert, cuenta que en cada representación, con cada director, fue descubriendo un matiz de la compleja personalidad de Medea que construyó Eurípides, modeló Séneca y maquilló Apolonio de Rodas. Así, recuerda Espert en unas ocasiones fue una Medea vengativa, en otras una mujer abandonada, en otra ocasión quedó atrapado en el enganche sexual de su amado Jasón. Medea, grande entre las grandes tragedias griegas, sigue abierta a múltiples miradas.

Vicente Molina Foix, creador de la dramaturgia, y José Carlos Plaza, buen conocedor de la escena romana de Mérida, han buscado para abrir el Festival de Mérida una Medea muy humanizada, vengativa y humillada, claro está, y dispuesta a cobrar muy cara la traición que sufre.

Con la profesionalidad de un equipo más que solvente (música de Mariano Díaz, austera y linda escenografía de Francisco Leal), la Medea de José Carlos Plaza llega como un producto de buena y convencional factura en el que la narración fluye con naturalidad, con recursos casi cinematográficos en determinados momentos y con un trabajo espléndido de Consuelo Trujillo (nodriza) en un equipo en el que todos cumplen con profesionalidad su papel, Ana Belén (Medea) , Adolfo Hernández (Jason), Luis Rallo (profesor) entre otros.

Buena entrada

En el estreno de este miércoles, más de dos mil espectadores en las gradas, se dieron cita para contemplar, una vez más, la obra más representada en Mérida desde la reapertura del Teatro Romano en junio de 1933, precisamente con una representación de Medea.

Pedro Moreno, en el vestuario, ha sido fiel a la tradición y vistió a Ana Belén/Medea del rojo pasión de la sangre, el amor y el odio, y en la fase final cuando Medea vuelve a ser la hechicera que rompe normas, moldes y vidas, Ana Belén fue vestida de un blanco inmaculado, con la pureza de la crueldad infinita, o tal vez el blanco inocente de la locura.

La historia, en el Festival de Mérida, es muy conocida. En una ciudad, Corinto, bañada por las olas del mar que al final se teñirán de rojo, se va forjando el drama. La joven Medea, allá cuando era joven en su tierra, cuando creía que la maldad estaba en los otros, conoce a un joven esbelto y viril. Por amor deja todo, se hace emigrante, madre, extranjera y al final, solo queda de ella una triste mujer repudiada porque su amante Jasón, un héroe de pacotilla, ha encontrado un matrimonio de conveniencia y la deja más tirada que una colilla. Tal cual, con dos niños, en realidad un niño y una niña.

El drama no podía faltar a una cita a la que ha sido invitado con tanta ceremonia. Y llega, con la crueldad previsible. Cebándose en los más débiles e indefensos, como casi siempre. Medea, la hechicera, decide que su odio es más fuerte que el viejo amor y no tiene reparos en hacerlo saber a propios y extraños, espantando con sus actos a mucha gente que tiene dudas a la hora de llevarla al furgón de las víctimas o a la celda de los verdugos, o a una estancia en la que convivan unos y otros amándose y matándose por toda la eternidad.

La Medea que abre el Festival de Mérida vuelve a atizar viejos fuegos, viejos pasiones, en un montaje sin demasiadas pretensiones, agradable de ver, y que a buen seguro tendrá un buen recorrido comercial.

 

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