Un premio de poesía distinto: el “Meléndez Valdés” de Ribera del Fresno
Uno de los procedimientos identitarios más usuales para una localidad es encarnarse en la figura de alguno de los personajes históricos que en ella nacieron. Ser a partir de sus hijos notables. El recurso no siempre depara satisfacciones, porque hay mucha vanagloria local que es mera filfa, mucho prohombre de pueblo cuya notoriedad no resiste el mínimo alejamiento de su cuna.
No es el caso de Juan Meléndez Valdés (1754-1817) y de Ribera del Fresno, su localidad natal. Meléndez fue el más destacado poeta del siglo XVIII, un notable jurista y un político controvertido, que acabó afrancesándose y apoyando al rey intruso José I. Es una figura de notoriedad incuestionable en la literatura y en la historia de España. De su muerte en el exilio, en Montpellier, se cumplen este año dos siglos. Y el Ayuntamiento de Ribera del Fresno, entre las actividades conmemorativas que prepara, en colaboración con la Junta de Extremadura y la Diputación de Badajoz, ha organizado el Premio Nacional de Poesía “Meléndez Valdés”, galardón que se otorgará al mejor poemario en castellano publicado en 2016.
El premio tiene varias singularidades. En primer lugar, se proyecta desde lo local como un premio nacional. Acostumbrados en España a tanto galardón aldeano convocado para los cercanos, se agradece esta ambición del Ayuntamiento de Ribera del Fresno. Y es que lo nacional no es exclusivo de lo capitalino. No hay que ser una gran ciudad para premiar más allá de las fronteras municipales. Puede hacerse desde una localidad de tres mil quinientos habitantes, más aún si se hace en nombre de Batilo, el principal -con permiso de Cadalso- de la notable escuela salmantina de poesía.
La segunda originalidad del premio es que no invita a los poetas a que se presenten. Se basta por sí solo para elegirlos, ya que se trata de un premio a libros publicados que sigue el modelo de los premios nacionales de la Crítica o, sin ir más lejos, del premio de novela “Dulce Chacón”, que se concede anualmente en Zafra. Ha reunido a un jurado muy solvente −salvo el secretario− en el que coinciden Olvido García Valdés, Premio Nacional de Poesía en 2007; Irene Sánchez Carrón, Premio Adonais en 2002; Juan Ramón Santos, poeta, novelista y presidente de la Asociación de Escritores de Extremadura; Eduardo Moga, también Premio Adonais en 1995, además de director de la Editora Regional de Extremadura. El jurado −que se completa con la alcaldesa de Ribera del Fresno y la directora del Área de Cultura de la Diputación de Badajoz− está presidido por el poeta Álvaro Valverde, Premio Fundación Loewe y Extremadura a la Creación.
Se reunirán en Ribera del Fresno el próximo 22 de abril para elegir al ganador y lo harán entre seis finalistas. La selección la han hecho los miembros no institucionales del jurado con una serie de críticos asociados, también muy notables. Críticos de cuatro de los medios literarios más relevantes de España: Jaime Siles (ABC Cultural), Alex Chico (Quimera), Javier Rodríguez Marcos (Babelia-El Pais), Javier Irazoki y Nuria Azancont (El Cultural), un profesor de la Universidad de Extremadura, Miguel Ángel Lama, y el crítico del diario HOY, Enrique García Fuentes. Cada uno de ellos ha aportado tres títulos de poemarios publicados el año pasado y entre la relación resultante, de veintidós, han priorizado seis. La lista de finalistas la integran: Carta al padre, de Jesús Aguado (Fundación José Manuel Lara); Corteza de Abedul, de Antonio Cabrera (Tusquet); No estábamos allí, de Jordi Doce (Pre-textos); Ser el canto, de Vicente Gallego (Visor); Han venido unos amigos, de Antoni Marí (Renacimiento) y Pérdida del ahí, de Tomás Sánchez Santiago (Amargord). Ninguna mujer, ay, pero con el procedimiento de selección no era posible asegurar de ninguna manera el género de los autores.
Premio nacional sin convocatoria para un libro publicado y jurado acompañado de críticos para un proceso de selección impoluto. Y la tercera originalidad del premio es que no es sólo un acto de, llamémosle, “cultura elevada”, sino una oportunidad de dinamización cultural de una localidad del medio rural extremeño. Para ello se invita a que los aficionados y las aficionadas locales a la poesía lean los libros finalistas. Y que se reúnan en un foro de lectura un día antes de la reunión del jurado indicando a la alcaldesa cuál debe ser el sentido de su voto. Más que un ejercicio de democracia poética, es una excusa para la animación cultural.
En definitiva, un premio original en homenaje a un poeta singular. Pero Meléndez no fue sólo un eminente poeta, fue un jurista inserto en la historia institucional de la región, ya que fue el autor del discurso inaugural de la Audiencia de Extremadura en 1791, y un político desgarrado tras optar por la fidelidad al rey francés José I frente a la mayoría de sus compatriotas. Su condición de afrancesado durante la Guerra de la Independencia marcó el resto de su vida y ha condicionado su huella en la cultura española de estos dos siglos. Sería de desear que homenajes como los de este premio sirvieran para rehabilitar, también políticamente, la figura de Meléndez, que fue afrancesado a fuer de ser liberal.