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La religión en la escuela. Por qué los proteccionistas se equivocan

Alfredo Aranda Platero, vicepresidente Sindicato del Profesorado Extremeño PIDE

Parece que, últimamente, a la religión como materia educativa dentro de la escuela le salen defensores insospechados como D. Víctor Bermúdez Torres, miembro del Consejo Escolar de Extremadura en representación de Podemos. Mi respetado compañero de debate epistolar, escribió en el diario.es el pasado 21 de enero un artículo respondiendo a otro mío (“La fe como asignatura”, también publicado en este diario que, según decía, le había provocado unas ganas irresistibles de abrazar la fe. Ironías aparte considero que los argumentos que Víctor vierte en su artículo están fuera de la realidad, sostenidos en una especie de onanismo filosófico de su muy particular e intransferible idealismo.

El hecho incontrovertible de que el Estado a través del Concordato con la Santa Sede impone la religión en la escuela, no es, para Víctor, ningún argumento, solo, según dice, demuestra la ideología del autor –la mía, vaya– ; para Víctor describir la realidad es ideológico. El Estado español es tremendamente irresponsable por ayudar a inculcar la fe en la mente de los niños, lo que debería hacer es promover diferentes valores y creencias pero sin ser parte activa en ningún adoctrinamiento, para eso están, lo digo una vez más, los diferentes templos de culto y los centros parroquiales.

Un niño no debe estar expuesto a la educación religiosa dado que su desarrollo cognitivo es incompleto, así de simple. De otra manera le obligamos, sin que se dé cuenta, a adoptar como propias una serie de creencias para las que el niño no tiene posibilidad ni capacidad de oponerse y, por supuesto, se vulnera su derecho a no ser “ideologizado” sin su consentimiento.

Para el Sr. Torres el hecho de que la religión sea optativa, supone que la Iglesia ha perdido todo el control sobre el asunto (es enternecedor advertir en un adulto tamaña ingenuidad). La iglesia, como todos saben, sigue teniendo profunda influencia en todos los órdenes de la vida. Que hoy día no se imponga la obligatoriedad de esta materia de fe, no significa, en modo alguno, que los hilos que mueve el lobby religioso no sigan siendo determinantes. La imposición es más sutil. Al niño no se le obliga a estudiar religión o, siendo más exactos, a los padres no se les obliga a que sus hijos cursen esta materia, pero el sistema está preparado, sobre todo en primaria, para que el niño tenga más facilidad de optar por la religión. Además un niño de 9 años (4º de primaria), por ejemplo, que no estudia en la escuela religión ni recibe catequesis, está socialmente, no excluido –faltaría más– pero sí mirado con cierta infundada pena por otros padres: “Pobrecito, qué culpa tiene él de que sus padres sean ateos”, lo que de alguna manera provoca que muchos progenitores terminen cediendo, sobre todo en localidades pequeñas, a cierta presión social. Después tenemos el chantaje que supone los regalos del día de la comunión, de tal manera que muchos niños terminan en clase de religión y haciendo la comunión sin saber muy bien por qué; bueno sí, para recibir los regalos del día de la comunión. Víctor dirá, claro, que también es una imposición quitar al niño de la clase de religión. La diferencia estriba en que los padres que no quieren que sus hijos estudien religión, no necesariamente ateos, persiguen que los niños decidan en qué creer o en qué no creer cuando completen su desarrollo cognitivo; cuando, en definitiva, sean adultos. De otra manera coartamos la libertad de elección, dado que encadenamos al niño desde temprana edad a una creencia que no buscaron con plena consciencia.

Sí, Víctor, la religión depende, fundamentalmente, de donde naces o de la familia en la que te críes: Igual que el idioma, las costumbres o la gastronomía; pero sin embargo hay cosas universales como la lógica empírica y la experimentación que son fundamento del conocimiento humano, y aunque me acuses de demagogia con la tuya propia te diré que la religión no podrá jamás pasar el tamiz del método científico, porque se quedará siempre enredado en la tupida urdimbre de su criba. Entre la verdad demostrada y “la verdad” revelada hay una distancia irreconciliable de dimensiones planetarias.

Víctor, o el Sr. Bermúdez, o el Sr. Torres, o el representante de Podemos en el Consejero Escolar de Extremadura o, si queremos, el presidente de la asociación de profesores de Filosofía (no sé muy bien con quién estoy debatiendo), sigue argumentando que la religión no debe mantenerse alejada de la escuela pública porque sea dogmática, dado que sostiene que también la ciencia es dogmática porque se nutre de “axiomas, postulados, supuestos…”. Es un argumento vacío, falso y torticero, porque, como el Sr. V.B. sabe la ciencia se reinterpreta con el paso del tiemplo. Acomoda sus postulados e, incluso, sus axiomas a través del estudio, la evolución y la experiencia, de otro modo el hombre nunca hubiera llegado a la luna y no existirían los trasplantes de corazón, por ejemplo. Sin embargo la religión es siempre la misma, sus postulados no cambian, no se adaptan, no pueden; por eso la fe es, y será siempre, el único fundamento de su existencia.

El Sr. Bermúdez sigue con su particular cruzada en defensa de la religión como materia escolar, con otro argumento insostenible. Considera que un Estado laico debe representar y administrar “la pluralidad de valores, ideales y creencias de los ciudadanos…” y esto se asegura, considera, con el estudio de la religión dentro del aula. Lo que constituye una soberna falacia porque la religión católica tiene el monopolio en las aulas, por lo tanto la pluralidad de la que habla es puro artificio. Si la religión debe estar en la escuela, como sostiene Víctor B.T., deberían estarlo todas las religiones presentes en una España multicultural. Y habría que destinar las mismas horas a todas la religiones convirtiendo la escuela es una especie de madrasa europea multiétnica para la ideologización segregada del alumnado. El estudio de la historia de las religiones impartida por expertos, no por predicadores de «la palabra», sería lo más conveniente.

Parece que V. Bermúdez tiene miedo de que el alumno que no estudia la materia de religión en la escuela pueda acudir en su busca a otros lugares donde puede fanatizarse. Sí, habéis leído bien, eso mismo publicó V.B.T. en su artículo. Los valores, la búsqueda de respuestas, el sentido de la vida, etcétera están plenamente asegurados con la formación humanística y científica de las asignaturas no religiosas; pretender que nos quedemos huérfanos de todo ello por quitar la religión del horario lectivo es, como mínimo, demagogia de saldo.

El amigo V. termina sus argumentos diciendo que prefiere, por justo y democrático, que todos encuentren su opción ideológica en la escuela pública y que la gente esté informada de todas las opciones posibles. La única manera de llegar a eso es el estudio, no la práctica en el aula, de todas las religiones. Lo he dicho antes, pero voy a hacer un esfuerzo para traducirlo del español al castellano: España tiene una realidad multiétnica cada vez más presente y, por tanto, solo el estudio de la historia de las religiones tiene cabida en el horario lectivo, pero no el “estudio” adoctrinador de cada una de ellas.

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