¡Nunca con Maroto! Por un movimiento LGBT feminista
En el mismo siglo y año (XVIII, 1790) que Olympie de Gouges firmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, la Asamblea Nacional recibía un panfleto de “La Orden del Guantelete” (L’Ordre de la Manchette) que reivindicaba la mejora de las condiciones de vida de las prostitutas, los rufianes y los sodomitas. Firmaba la proclama un anónimo “les enfants de Sodome”, los chicos de Sodoma.
Amelia Valcárcel ha definido el Feminismo como un hijo no deseado de la Ilustración. Yo añado, el Feminismo y el activismo LGBT somos los hijos rechazados por la Ilustración.
Apuntemos, ya de entrada, aviso a despistados, que en este primer conato de movimiento en defensa de los derechos de las personas perseguidas por su identidad, género u orientación sexual, se optó por situarse al lado de los marginados, junto a la llamada canalla, de la mano de quienes quebrantaban y cuestionaban los presupuestos morales establecidos: las putas, los golfos, los chaperos… Como en el poema de Luis Antonio de Villena, nuestro espacio está:
En las afueras (…)
Mi camino se ha forjado en lo oscuro
Nunca fui de los suyos.
Su vida es un cuarto de estar con aduana
Jamás con ellos… Aunque no esté seguro de mi sitio
(“Contra la mayoría moral, intachable, serena”. Luis Antonio de Villena).
No siempre ha sido así. El activismo se moverá entre quienes buscaron la aceptación a cualquier precio, la tolerancia – aunque sea precaria - a cambio de asumir un código de conducta normativo, de no cuestionar los valores morales vigentes y reclamarse parte de esa sociedad que cree que el orden, la familia y la monogamia son requisitos imprescindibles para garantizar la supervivencia de la especie, y quienes asumieron que solo es posible el respeto a nuestras identidades, afectos, orientaciones y sentimientos, que únicamente seremos libres, impugnandoel patriarcado.
Si optamos por impugnarlo y combatirlo, necesariamente tenemos que conectar con las luchas feministas que han corrido paralelas, a veces, y coincidentes, muchas otras, a las luchas LGBT. También tenemos que entender la base que ha justificado la violencia ejercida contra nosotros.
Escribía Jean Geneten 1964 que “la homosexualidad (su práctica), ya que nos pone al homosexual fuera de la ley, nos obliga a cuestionar los valores sociales”.
Postulado: sin el cuestionamiento del sistema simbólico, cultural, político y económico que legitima el predominio del hombre frente a la mujer, el activismo LGBT está condenado a fracasar. Lo repito, de otra forma: la institucionalización del dominio masculino explica, ampara y legitima la violencia contra la mujer, pero también contra los maricas, las lesbianas, las y los transy las y los bisexuales.
El patriarcado, el dominio masculino institucionalizado, se apoya en dos estructuras fundamentales: la heterosexualidad obligatoria y el contrato sexual, cuyo fin es la procreación.
Por eso la condena de las prácticas homosexuales siempre ha estado ligada a la apología de la procreación y la familia. Desde los discursos del inquisidor sevillano Fray Pedro de León, que en el siglo XVII encendía las hogueras para abrasar a los sodomitas (porque como mariposas, llevados por el pecado, debíamos terminar nuestros días entre el fuego) hasta las leyes penales contra los homosexuales, vigentes hasta bien entrado el siglo XX, la principal acusación será la de poner en peligro a la especie.
Los maricas somos traidores a la masculinidad, a nuestro estatus de privilegio. La lesbiana será una usurpadora, uno de los mayores peligros porque representa la sexualidad y su plena satisfacción sin la presencia del hombre. No es posible concebir mayor herejía. Por eso han sido invisibilizadas a lo largo de los siglos, fruto de esa mentalidad masculina que niega las necesidades sexuales de la mujer.
Maricas, lesbianas, trans y bisexuales representamos un peligro para el contrato social. También cuestionamos la heterosexualidad obligatoria.
Ésta llega a estar tan arraigada, que incluso el gay la interioriza, la asume y quiere vivir una suerte de impostura de la heterosexualidad. En ese rechazo a las “locas”, a las “afeminadas”, a la “pluma”, presente en muchos perfiles en nuestras redes de contacto, en ese querer afirmarse un macho, un varón viril, un hombre, pervive esa ilusión por la heterosexualidad, al menos en apariencia.
No es nada nuevo. La Lex Scantinia en la antigua Roma prohibía al patricio asumir el papel de pasivo en el sexo anal. El ciudadano romano podía penetrar a cualquiera, hombre o mujer, pero jamás ser penetrado, actitud que se juzgaba propio de la mujer.
También lo podemos observar en la saña con la que fue perseguida e injuriada la memoria del emperador Marco Aurelio Antonino Augusto, llamado Heliogábalo, que no solo nombró mujeres en el senado, sino que llegó a ofrecer una abultada recompensa a aquel médico que le dotase de genitales femeninos. Fue asesinado.
Los maricas solo podemos construir una sociedad que nos tolere desde un activismo LGBT y feminista, desde una sinergia de las oprimidas. No significa que renunciemos a un espacio propio, que lo tenemos que tener, pero si que debemos saber quienes son nuestras aliadas. Me siento más identificado y hermanado con las mujeres que se pusieron en huelga de hambre en la Puerta del Sol contra la violencia machista que con Javier Maroto, quien jamás cuestionará el sistema político, económico, cultural y simbólico que ha justificado y legitimado la violencia contra las personas gais, lesbianas, bisexuales y trans.
Con Maroto nunca, jamás. Tampoco con los indiferentes. Ya Dante situó en el primer vestíbulo de su Infierno a quienes non furonribellini furfedeli, los que no fueron ni rebeldes ni leales, quienes no tomaron partido.