Lagarder, el ‘periodista de los pobres’, recorre España para visibilizar las desigualdades
Quienes lo han conocido lo describen como un activista incansable. También como un hombre noble. En las calles los sin techo lo conocen como el “periodista de los pobres” porque recoge sus historias, las documenta y luego las comparte con las miles de personas que le siguen en las redes sociales e Internet.
Lagarder Danciu permanece siempre atento a los detalles invisibles para el hombre de a pie. En constante búsqueda de personas sin hogar, invisibles para buena parte de los mortales. Su ruta discurre por las periferias, por aquellas aceras despintadas llenas de gentes a las que la diosa Fortuna atravesó de largo. Lleva meses haciendo lo mismo por todo el país.
Una ruta de la pobreza que esta semana le lleva por las ciudades más importantes de Extremadura. A ellas no acude precisamente a hacer turismo, sino a sumergirse en los barrios más marginales, en busca de los desahuciados, de quienes menos tienen.
Siempre con una sonrisa en la boca, inquieto y optimista por naturaleza, la mirada de este rumano gitano de 35 años es diferente quizás porque decidió pasar ‘al otro lado de la barricada’ como él mismo cuenta. Un día dejó su trabajo, las comodidades que le aportaba su empleo y pasó a vivir del mismo modo que viven los pobres. Lagarder es un sin techo por decisión propia.
Estaba integrado en el mundo laboral, tenía ingresos y llegó a ser tutor de decenas de proyectos universitarios de Trabajo Social en Sevilla. Fue educador en más de una veintena de centros educativos y traductor en la comisaría de policía.
Su vida ha cambiado por completo porque ahora se mueve en busca de la realidad que todos obvian. Cada vez que encuentra una wifi libre aprovecha para subir, narrar, dónde duermen los pobres, dónde comen y cómo discurre la vida de alguien que se pasa las 24 horas del día en la calle. Pero es que él es el protagonista de las propias historias que cuenta porque vive igual que estas personas.
Reconoce que se queda atrapado por las historias de la calle. Todo su empeño consiste en ponerle rostro a la pobreza, también en mostrar los detalles a los que nadie llega. Narra con cierto desconcierto una de sus últimas vivencias, en el comedor social de Badajoz.
Se trata de una usuaria que quería llevarse la comida sobrante en un ‘tupper’ mientras la monja al frente de la sala se lo denegaba. “Veo cómo la mujer se esconde la comida como puede y al final descubro que quería llevarse los alimentos para sus hijos. Intenta que todo parezca normal, mete los alimentos en la nevera y luego se los da a los críos sin que ellos sean conscientes de dónde proceden”.
En Badajoz ha encontrado muchos momentos “enriquecedores” por los barrios de la margen derecha del río, adonde nadie llega. “Historias de gente que lo han perdido todo, y que a diario acuden al comedor de la caridad para comer. Todos ellos fueron trabajadores de este país, hoy no tienen capacidad de consumir y el sistema los castiga”.
También ha pasado por Mérida, donde acompañó a los Campamentos Dignidad en la limpieza del local que apareció carbonizado y rodeado de pintadas nazis. Dentro se guardaban dos toneladas de ayuda humanitaria con destino a los campos de refugiados de Calais. De los estos activistas destaca su capacidad de lucha, también desde abajo y desde los barrios.
“Un educador de la calle”
Una de las primeras preguntas que surgen a cualquiera es cómo alguien que tenía la vida “solucionada” renuncia a todo.
Pero su fin no era trabajar por dinero, sino por la transformación social. Siempre ha tenido la inquietud de dar sentido a lo que hacía, y llegó el momento en que se alejó de la vida monótona que aporta ingresos, que no los anhelos interiores. Hacer lo contrario era traicionarse y al final decidió combatir las desigualdades desde la esfera más baja. Lagarder se define como un ‘educador de la calle’.
Es en la calle desde donde quiere “empoderar a los nadies”. Con su mochila viaja por toda España, deambula en búsqueda constante de “aquellas personas valientes que forman parte del mobiliario, invisibles para el resto”. Ejerce su vocación de educador en su máxima expresión. Habla con pasión del trabajo que desarrolla con las personas a las que acompaña, a las que escucha, a las que da un poco de aliento.
Se ha volcado en su nueva vida, empeñado en mostrar la “impunidad” que los poderes tienen con estas personas según explica. Alza la voz para expresar que las instituciones están completamente alejadas y desconectadas de las vibraciones de la calle, de la vida de las gentes.
Su esfuerzo se basa en “balancear la desigualdad”. Quiere ser una especie de “bisagra” que muestre desde los ojos de alguien que procede del sistema, la realidad que el propio sistema excluye. Sus ojos muestran en las redes sociales la brecha de dos mundos que discurren en paralelo en la misma ciudad.
La ‘Universidad’ de la Calle
La calle enseña muchas cosas a quienes viven de manera permanente en ella. Comenta Lagarder que le ha enseñado a vivir el presente, y no estar angustiado por el futuro, o absorto por las historias del pasado. “Porque cuando no tienes nada, lo único que te queda es el presente. Porque todas las preocupaciones que nos marca el sistema no nos hacen más que infelices”.
Reconoce que hay cosas que le afectan mucho, por ejemplo descubrir dentro de la cultura de la pobreza que hay sin techos que se pelean entre ellos por su pequeña cuota de caridad. También que vean al migrante como un intruso, cuando el que roba –dice- es el que evade impuestos, impone recortes en servicios básicos o extiende contratos ‘basura’. “Nunca pensé que los sin techo competían por su cuota de miseria, pero lo hacen, hasta que viene alguien que les dice que su enemigo es otro y su perspectiva cambia”.
Sensible también a la vida de los niños que deambulan por los barrios marginales, a esos que puede que la vida no les sonría cuando sean adultos. “Cuando veo a estos niños en la arena me pregunto: ¿Dónde están los derechos de los niños, rodeados de pobreza, en un país como este podemos consentir eso?”.