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Pornografía frente a educación sexual: cuando el referente adolescente enseña a dominar a la mujer

Jóvenes aprenden a poner un condón durante un taller sobre sexualidad

Jesús Conde

Resulta un tema embarazoso para muchos padres. Incluso pueden optar por aplazarlo o eludirlo. Pero la juventud, también en edades preadolescentes, tiene acceso casi ilimitado a las redes. Allí descubren el sexo. O más bien el porno, que sustituye a la educación sexual desde edades muy tempranas.

Desde un teléfono, o cualquier dispositivo tecnológico, la infancia tiene sus primeros contactos con el sexo desde una industria que cosifica a las mujeres. La pornografía es una “caricatura” perversa de la realidad, donde ellas cumplen el rol de complacer a un hombre sediento de sexo. Son “proveedoras de placer” para el ‘macho’. 

Así lo explica Fundación Atenea, que trabaja con la juventud extremeña, y que advierte que el porno también puede normalizar la violencia sexual en las relaciones. Es “un creador de complejos, frustraciones e inseguridades entre la gente joven”, según pone de manifiesto la entidad.

Hay que tener en cuenta -explica- que los modelos de la industria porno no tienen nada que ver con las relaciones. “Donde existe un componente afectivo, sano y gratificante”.

Un mundo sin filtros

En muchas ocasiones no son búsquedas voluntarias, sino ventanas que se abren a modo de anuncio y que llevan a menores a un mundo desconocido. Un mundo para el que no tienen los mismos filtros que una persona adulta.

Javier Segura, de Fundación Atenea en Extremadura, cuenta que el porno conduce a ideas distorsionadas sobre sexualidad. También distorsionan las relaciones afectivas y el disfrute compartido de una relación.

Puede normalizar situaciones en que la persona acepta prácticas que no le gustan, solo porque aparecen en el porno. Lo pueden hacer por el miedo a “quedar mal con la pareja sexual”.

Un giro en la educación

La solución no es la prohibición de conectarse a las redes, más bien un uso adecuado de cómo conectarse. “No censurar, sino naturalizar lo más posible y afrontarlo en favor del desarrollo psíquico-social”.

Javier Segura aboga por implicar en este proceso a toda la sociedad en su conjunto, desde el sistema educativo a la familia. Una propuesta de sumar esfuerzos entre todos.

Comenta cómo la escuela aborda esta cuestión, aunque no se hace con la suficiente intensidad. Se estudia la anatomía o el aparato reproductivo, pero no los valores afectivos y el descubrimiento del placer sexual.

Es necesario a su juicio apostar por un modelo de escuelas de padres y madres, con una educación co-participada, donde la enseñanza recaiga por tanto en la escuela y en la familia. Un instrumento donde todos los 'educandos' tienen una responsabilidad.

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