“He decidido libremente no ser madre, aunque a la sociedad le moleste”
Lo tiene muy claro. Alicia no quiere ser madre. Tiene 31 años y desde Cáceres comenta que no le gustan los niños y entiende la maternidad como una atadura que no quiere tener. Aunque su precaria situación laboral mejore, no sería madre igualmente.
La presión social que mujeres como Alicia soportan a sus espaldas por ser sinceras y hablar de su decisión no es cosa del pasado: “Mi familia me dice que se me va a pasar el arroz, que debo ser madre, que estamos hechas para eso. Yo creo que es una elección, como la de casarse”. Lamenta esta joven que la han llegado a tachar de ‘loca: “que no me ha sonado el reloj… pero creo que hay mujeres que no les suena ese reloj”.
El colectivo de mujeres Malvaluna pone de manifiesto que en la actualidad siguen latentes mensajes que dan por hecho que las mujeres, hasta que no son madres, no llegan a tener una plenitud completa, “que nuestro destino en nuestra vida es serlo, tener una pareja y formar una familia”. No obstante piensan que se ha evolucionado, y las más jóvenes si tienen claro sin miedos que su objetivo en su vida es el de ser feliz. Y quizás la felicidad es tener un desarrollo personal y profesional, y no la crianza.
La no maternidad no tiene una palabra asignada en el diccionario de la Real Academia. El colectivo de mujeres libres Salamandras Sincréticas de Mérida cita a Simone de Beavouir para trasladar que “aquello que no se nombra no existe en las mentalidades”. “Para nuestra sociedad heteropatriarcal las mujeres son seres destinados a dar vida, a parir, a cuidar a otras personas, es decir, a vivir para los y las demás...”.
Pero advierten que es mucho más que la maternidad biológica. “Lo ideal es que seamos madres de la sociedad en general. Seres cuidadores, pues sin estos cuidados invisibles por los que no se paga y no hay reconocimiento, el sistema se caería...”.
Irene es una joven de Mérida que no tiene en sus planes tener criaturas. Tampoco se lo ha planteado. “No tengo un motivo claro, simplemente no me apetece, no me gustan mucho los niños y no quiero ese tipo de responsabilidad ahora. Y no sé si la querré en algún momento”. En su caso la respuesta que siempre recibe es la de “eres muy joven ya cambiaras de opinión”.
Quizás esas afirmaciones, a modo de cátedra, no las sufra un joven de la misma edad que Irene que en su misma ciudad. Y es que piensa Malvaluna que al hombre no se le cuestiona para nada el hecho de su paternidad. “Cuando hay una pareja sin hijos siempre se focaliza en la mujer. A los hombres no se les pregunta si quieren o no quieren ser padres”. El motivo, a su juicio, es que la sociedad no espera lo mismo de un hombre que de una mujer, sobre todo en la edad reproductiva.
Piensa de hecho Malvaluna que la sociedad ‘patriarcal’ tiene un modelo muy claro de qué es el ser mujer: “estar en su casa cuidando de tu familia”. Cuando se trata de algo que tiene que ser personal, “tener una decisión sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas”. Algo a lo que no ayudó demasiado aquellas leyes reproductivas del pasado que no lo consideraron así, “y si no hubiéramos seguido luchando creo que las leyes no hubieran favorecido para nada la decisión de las mujeres”.
Ese muro invisible
La presión social es una especie de muro invisible presente en la vida de las mujeres. Las Salamandras explican que desde pequeñas se ofrece a ellas muñecas para cuidar, “en anuncios, o en los modelos de comportamiento que vemos a nuestro alrededor, mientras que a los hombres se les ofrecen otros patrones”. “Y cuando tenemos una edad propicia para ello, ‘según la sociedad’, todo el mundo empieza a preguntar y a presionar. Incluso en los trabajos, siendo una edad delicada, alrededor de los treinta y pocos, para encontrar trabajo por este tema”.
Creen de hecho que la elección de la maternidad no es una elección totalmente libre. “Siempre está el filtro social heteropatriarcal para juzgar y señalar lo que una mujer debe hacer o cómo debe de ser (madre, cuidadora, sumisa, etc.)”.