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“¿Cómo disfrutar de las fantasías sexuales de sumisión y dominación sin reproducir patrones patriarcales?”

'El espantapájaros', Maruja Mallo.

Sara Torres

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Hola, Sara. Me gustaría saber tu opinión acerca de las fantasías sexuales que tienen que ver con la sumisión, ¿cómo gozarlas si siempre cabe la duda de que, como mujer, estés reproduciendo un patrón de dominación patriarcal? Mil gracias

Begoña lectora de elDiario.es

La entrada a la infancia, la vida de lxs niñxs bajo la mirada y la influencia de los adultos, implica ya un bautismo en las dinámicas de poder. El adulto que tiene la capacidad de cubrir nuestras necesidades básicas es también el que castiga, tiene el poder de facilitar nuestro acceso al placer y al amor o negarlo. Observamos a la adulta responsable de nuestro bienestar e intentamos entender su deseo para asegurar nuestra propia supervivencia. ¿Qué quiere de nosotras? ¿Qué tenemos que hacer o quienes tenemos que ser para que se muestre satisfecha y actúe a nuestro favor? Cuando el adulto nos celebra, el bienestar está casi asegurado. Cuando nuestro temperamento frustra su voluntad entonces el adulto a veces se enfurece, su gesto se violenta, retira su amor de la mirada que nos dirige y, aunque nos atrevamos a enfrentarlo, porque somos obcecadas e incluso valientes, el mundo tiembla bajo nuestros pies chiquitos.

En la antigua historia que los humanos han escrito para sí, bajo el orden patriarcal, la infancia es el lugar de la sumisión. El cuerpo que necesita el cuidado entrega a cambio la voluntad, ensaya la obediencia y, eventualmente, hasta cierto punto la aprende. Aprendida la obediencia se convierte en un impulso –el de obedecer, acompañado por el miedo al castigo– pero también en una coreografía. Se ensayan los gestos de la niña obediente y se performan frente a un público de adultos que los celebrará. La exactitud de la sumisión será premiada como virtud: el género bien aprendido, la lección, el cuerpo sentado en la silla, frente a la mesa, su uso reglado del lenguaje, del habla y del silencio.

La exactitud de la sumisión será premiada como virtud: el género bien aprendido, la lección, el cuerpo sentado en la silla, frente a la mesa, su uso reglado del lenguaje, del habla y del silencio

“Eso no se dice, eso no se comparte, guárdatelo para ti, calla”. Sumisión, silencio. Niña callada que repite los gestos, niña deseable, niña buena. El deseo se construye desde entonces, empieza a hacerse entonces en miles de estratos o capas de palimpsesto. El cuerpo infantil cuidado es un cuerpo manipulado por la voluntad de un adulto que supuestamente sabe. Sabe sostener la vida, dar placer, generar dolor.

¿Cómo responsabilizarnos hoy de ser sujetos cuyos cuerpos se encienden, se intensifican y responden a través de prácticas donde los juegos de poder se explicitan? No hemos elegido aquello que primero configuró la carne, la mirada y el habla. Tampoco todo lo que vino después, la entrada a la adolescencia con los rituales de la heterosexualidad, es decir, la inscripción del cuerpo en la fantasía binaria de lo activo y lo pasivo, lo penetrador y lo penetrado, el macho y la hembra. Hemos ensayado esas posiciones después de verlas por todas partes. En los cuentos, en los documentales de animales, en la calle, el cine y el porno. En el centro de cada representación hay una fantasía intocable, una roca dura que dicta el significado ideológico de lo sexual.

¿Cómo responsabilizarnos hoy de ser sujetos cuyos cuerpos se encienden, se intensifican y responden a través de prácticas donde los juegos de poder se explicitan? No hemos elegido aquello que primero configuró la carne, la mirada y el habla

Este es el centro inamovible de la escena: el poder de uno cuya fuerza rebosa, escala un cuerpo otro que ha de quedarse quieto. Quieto espera, recibe. Al esperar es deseado, pues se necesita de la pasividad para poder actuar el poder. Entonces ocurre el encantamiento al que asistimos siempre con fascinación, como si fuese la primera vez. El cuerpo dominado al recibir toma del otro el exceso, se transforma también en algo rebosante y, capaz de sostenerlo, capaz de no romperse y morir, traduce la energía en éxtasis. ¿Cuántas veces viste representada esta escena? Tantas como ella, como él, como yo. ¿Cómo no desearla? Nuestro deseo secuestrado en las imágenes.

Pero las imágenes normativas no solo secuestran el deseo, también, para bien o para mal, le dan cauce, es decir, posibilidad de satisfacción. Proponen escenarios, dinámicas, posibilidades de actuación. ¿Tiene sentido juzgar nuestras prácticas desde un punto de vista moralizante? Yo creo que no. Mucho mejor que eso preguntarnos: ¿Cómo reescribir el significado de sumisión hasta lograr una forma que no nos incomode? Que se acomode mejor en las vidas que deseamos. Vamos a probar. Sacar la sumisión de la lógica binaria. ¿Es posible? Sí.

¿Cómo reescribir el significado de sumisión hasta lograr una forma que no nos incomode? Que se acomode mejor en las vidas que deseamos. Vamos a probar. Sacar la sumisión de la lógica binaria

Unas notas sobre la sumisión

No significarla en negativo, el deseo de ocupar una posición sumisa está atravesado por otros deseos, que van mucho más allá de la simplificación binaria donde se presupone que se desea sentir la invalidez propia frente al poder inamovible del otro.

Bellos deseos que confluyen en la sumisión:

  • Deseo relajar la voluntad/responsabilidad
  • Deseo ser sostenida
  • Deseo complacer
  • Deseo recibir de la otra una atención total. Orientada a la intensificación de los estados de mi propio cuerpo
  • Deseo que la otra encuentre en mí la satisfacción de un deseo suyo que considera excesivo, prohibido o ilegítimo.
  • Deseo ser el medio para que la otra alcance algo que le ha sido negado
  • Deseo confiar, por eso me entrego
  • Curiosidad hacia la creatividad del otro cuerpo que propone una acción que todavía no imagino
  • Deseo de ser sorprendida. De recibir una acción inédita
  • Deseo de alcanzar la transgresión a través de la acción de un otro

Someter: soltar, dejar ir, lazar abajo, allanar.

¿Abajo? Al suelo, soltar la verticalidad.

¿Perder la verticalidad? El placer de dejar ir la voluntad, la ansiedad de control. Poner el cuerpo en otras manos, ser una adulta que cede el guion, que confía en la creatividad de otra, que escucha el deseo de otra, que relaja la atención, que se sorprende por la acción de la otra en el propio cuerpo

Ser sumisa. Someterme. ¿A alguien? No, a mi deseo de soltar, de ir abajo, de allanarme. Abajo ¿con quién? Con ella que ahora sostiene y luego también podrá derrumbarse. ¿Necesita un sumiso a un dominador siempre en este baile de contrarios? No. Ella que ahora domina no recibe una identidad, sino que ocupa una posición. Una posición es eso, un momento de la actitud, una escenificación del cuerpo. Después otro momento, y una reconfiguración.

Ella que ahora domina no recibe una identidad, sino que ocupa una posición. Una posición es eso, un momento de la actitud, una escenificación del cuerpo. Después otro momento, y una reconfiguración

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