Imaginen, es un suponer, que ETA hubiese ganado la guerra contra la democracia y para celebrarlo ordenase amontonar todos los cadáveres de su sangriento legado en un enorme y siniestro mausoleo, construido a latigazos por los derrotados. Imaginen que esa enorme fosa común se consagrase después a honrar la memoria del líder de los asesinos y su principal ideólogo, enterrados ambos en la cúspide de esa pirámide de huesos. Imaginen que estos crímenes nunca fuesen juzgados; que sus familiares jamás fuesen indemnizados; que las cunetas siguiesen llenas de cadáveres; que los torturadores se paseasen por las calles, impunes ante una justicia que mira hacia otro lado; que incluso años después, cuando aquel régimen siniestro hubiese terminado, las víctimas tuviesen que aguantar el homenaje al asesino de su padre, o de su hermano, cada vez que quisieran visitar las tumbas de sus familiares.
Eso sí que sería humillar a las víctimas. Eso es lo que pasa en el Valle de los Caídos.
La propuesta del PSOE de retirar los restos del dictador Franco de ese símbolo de la tiranía que pagamos con los fondos del Estado solo tiene un pero: a buenas horas. Por lo demás es intachable. En el Valle de los Caídos están enterradas miles de víctimas de la represión franquista; miles de cadáveres cuyas familias tienen que aguantar los vivas a Franco si quieren recordar la memoria de los suyos. Hay solo dos soluciones: o se identifican uno a uno los restos de cada una de estas víctimas del franquismo enterradas allí contra la voluntad de sus familias (y se devuelven a sus familiares para que los entierren donde quieran), o se retiran de allí los huesos del dictador y se convierte ese engendro fascista en un centro para la memoria sobre la Guerra Civil y la dictadura. Es obvio cuál de las dos opciones es la más fácil.
Pero ya se sabe que no todas las víctimas son iguales.
No son iguales las víctimas del Yak 42. No pasa nada porque uno de los principales responsables de que las familias enterrasen y llorasen a los cadáveres equivocados esté buscando mayordomo para su embajada en Londres.
No son iguales las víctimas de Billy el Niño. Y quienes pretenden que responda ante un tribunal por sus crímenes son tachados de rencorosos que pretenden reabrir las heridas.
No son iguales las víctimas del terrorismo de Estado. Por eso el condecorado general Galindo salió de la cárcel después de cumplir solo cuatro años de los 74 a los que fue condenado.
No son iguales todas las víctimas del 11M. No todas reciben ni las mismas ayudas públicas ni las mismas subvenciones y aquellas –como Pilar Manjón– que se negaron a aceptar esa miserable teoría de la conspiración han tenido que vivir bajo constantes insultos y amenazas. “Métete tus muertos por el culo”, le han llegado a gritar algunos.
No son iguales las víctimas de las palizas policiales. Los mossos que mataron a golpes a una persona hoy siguen patrullando las calles de Barcelona. Como suele ser costumbre, probablemente acabarán indultados.
No son iguales todas las víctimas de ETA. Las hay, como Eduardo Madina, que tienen que aguantar que les tachen de proetarras.
Ni siquiera todas las víctimas que se manifiestan contra la doctrina Parot son iguales. Aquellas a las que se les ocurre criticar al Gobierno de Rajoy –aplicando esa misma vara de medir que Rajoy usó contra Zapatero– ahora son “injustas” e “ignorantes”.
¿Humillar a las víctimas? De eso en España sabemos un rato.