¿Podríamos estar mejor? Sin duda. Pero también es indudable que podríamos estar mucho peor. La crisis de Estado sigue abierta en Catalunya. También están abiertas unas heridas profundas en la convivencia que tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Sigue sin resolverse el problema de fondo: esos dos millones de catalanes que se quieren marchar, y que España parece incapaz de ilusionar. Pero en los últimos días, contra todo pronóstico, hemos bordeado un terrible abismo sin que nadie se haya tirado por él.
Algún día, por alguna biografía, sabremos exactamente qué fue lo que más influyó en las dos horas antes del discurso de Carles Puigdemont: las presiones, el orgullo, el miedo, la responsabilidad… Algún día conoceremos las verdaderas razones por las que el president decidió parar; cambiar la DUI prometida y prevista por el máximo frenazo en seco que el movimiento independentista era capaz de tolerar. Lo que ya sabemos, lo que es obvio, es que por mucho que cierta prensa madrileña, ciertos partidos, insistan en que se ha producido una declaración de independencia inaceptable, el martes eso no sucedió. Y que el frenazo de Puigdemont ha propiciado un escenario que, con todos los peros y matices, es por primera vez esperanzador.
A la mínima DUI posible para Puigdemont, Rajoy ha respondido con el mínimo 155 posible para el Gobierno. El presidente ha iniciado el procedimiento legal para la intervención de la Autonomía, pero lo ha hecho sin abusar de los adjetivos, con un discurso inusualmente templado, sin forzar la humillación de Catalunya y cerrando un pacto con el PSOE con un calendario concreto para la reforma de la Constitución. Tal vez estos gestos sean pocos y lleguen tarde; sin duda nos habríamos ahorrado muchos episodios terribles si esta distensión hubiese empezado tiempo atrás. Que se abran las nubes no evita que pronto vuelva a tronar. Pero el cambio en la tendencia es indudable. Tanto, que hay quien cree que no puede ser casualidad.
Este lunes, antes del mínimo DUI posible de Puigdemont y el mínimo 155 posible de Rajoy, un conocido diputado del Parlament me anticipó que estos dos pasos iban a suceder. También me contó qué pasaría después. Su teoría se basa en su experiencia y algunos datos, no son solo una mera especulación. Y como el diputado ha acertado en los primeros dos movimientos de este complejo ajedrez –los ha clavado–, les traslado lo que, según él, va a suceder a continuación: que la respuesta del Govern al requerimiento de Rajoy será la convocatoria de elecciones anticipadas, lo que permitiría a Puigdemont contestar al requerimiento del Gobierno sin que suponga ni un nuevo callejón sin salida para la Generalitat ni tampoco su total rendición.
“Han pactado el desacuerdo”, me dice este diputado, que va incluso más allá. “Solo se entiende lo ocurrido si hay mediadores que han trabajado discretamente con ambas partes para abrir esta salida”.
Puede que este diputado no acierte, pero ojalá tenga razón.
Publicado en La Vanguardia