Al PSOE no le quedaba otra opción: o Rajoy o Rajoy. O Rajoy de comida o Rajoy de cena. O permitían esta semana la investidura del presidente de los sobres o le reforzaban aún más dentro de dos meses, con una nueva repetición electoral.
El error histórico del PSOE no está en esta última decisión. La abstención incondicional es consecuencia de errores mucho más graves, que han abocado al PSOE a quedarse sin más alternativas que escoger la fecha para la rendición: o ahora o en dos meses. No podían buscar otro Gobierno alternativo porque quienes arroparon el golpe palaciego contra Pedro Sánchez no lo permitirían. No podían repetir las elecciones porque, tras el espectáculo de estas semanas, sabían que el batacazo sería monumental. No había más opciones porque, en su guerra interna, el PSOE quemó todos los puentes. Todos, salvo el puente a La Moncloa que ahora le brindan a Rajoy.
El 27 de junio, tras las últimas elecciones generales, el PSOE y sus distintos dirigentes tenían dos estrategias posibles ante la derrota electoral. Dos caminos.
El primero: cumplir con lo que prometieron en campaña y no permitir ni por activa ni por pasiva la investidura de Mariano Rajoy. Buscar otra alternativa de gobierno o al menos forzar al PP a que negociase la investidura con los demás partidos conservadores y así mantener al PSOE como una fuerza de oposición que cumple con la palabra dada a sus votantes.
El segundo: negociar la abstención con el PP a cambio de un precio. Asumir que la derecha tenía la mayoría en la Cámara y obtener algo a cambio. Puestos a pedir, pedir a cambio la cabeza de Rajoy. Trasladar la presión al PP y hacer responsable al presidente de los sobres del bloqueo institucional.
Ninguna de las dos opciones evitaba del todo una tercera repetición electoral: ni mantenerse en el no y buscar un Gobierno alternativo que no dependía solo del PSOE ni tampoco negociar seriamente la abstención con el PP. Pero cualquiera de estas dos estrategias permitía al menos llegar a una hipotética repetición electoral con un discurso más coherente y cabal que el que tienen hoy. Cualquiera de estos dos caminos era mejor que el que el PSOE finalmente siguió, incluso si ese camino obligaba a volver a votar.
El 9 de julio, el Comité Federal del PSOE aprobó el ‘no es no’. Un ‘no’ unánime y sin matices; no hubo siquiera votación. Un no triple y contradictorio porque se aprobaron tres cosas, incompatibles entre sí: no a al PP, no a intentar otro Gobierno sin el PP, no a las terceras elecciones.
El comité del 9 de julio fue un acto de hipocresía general porque ese órgano era el mismo que este domingo ha aprobado la abstención por amplísima mayoría. Quienes ya entonces mandaban en el Comité Federal –quienes ahora también mandan en Ferraz– buscaban otro objetivo, muy distinto a los intereses del PSOE o de sus votantes: que fuese Pedro Sánchez quien se comiese el marrón de la abstención. El mismo comité que, tras las elecciones de diciembre, ataba en corto a su secretario general en su política de pactos ahora le daba toda la libertad… Toda la libertad para que se suicidase sin protestar.
No se sabe qué cálculos políticos hicieron, es obvio que calcularon rematadamente mal. Pedro Sánchez no se suicidó e intentó aguantar hasta el final. Es posible, como dicen algunos en el propio PSOE, que el dimitido secretario general tuviese ya avanzada su investidura con Podemos y los nacionalistas e independentistas. Es sorprendente que haya partidos que prefieran matar a su líder antes de que se atreva a gobernar.
La gestora que ahora toma esta decisión en representación del verdadero mando en el partido, el de Susana Díaz, se equivocó con la fórmula con la que tomó el poder en Ferraz: un golpe palaciego para tumbar al primer secretario general supuestamente elegido por las bases (esto nunca fue del todo verdad).
El resultado a la vista está. Mariano Rajoy, graciosamente, ha renunciado a poner condiciones al PSOE. Es un gesto magnánimo porque la debilidad de los socialistas es tan brutal que han firmado sin queja alguna una rendición incondicional. El PP ni siquiera ha tenido que molestarse en pactar un acuerdo como el que sí logró Ciudadanos o incluso Coalición Canaria. No es que no haya unas mínimas concesiones, un precio barato como habría sido la derogación de la Lomce o de la ley mordaza: es que al PP le sale gratis. Y pueden dar las gracias, porque Rajoy a punto estuvo de cobrar.