En un agujero de 22.000 millones de euros, un crédito de 30.000 euros puede parecer algo anecdótico, pero los pequeños detalles a veces dan la medida de las grandes historias. “Lee la carta de esta sobrina mía. Habrá que echarle una mano y pronto”, decía Blesa para desatascar un crédito a un familiar que el departamento de riesgos no acababa de aprobar. La noticia es indignante, especialmente para todos los españoles que no tienen un tío de Zumosol. Sin embargo, la principal responsable no es la sobrina, que recurre apurada al tío Miguel para que le eche una mano. Es el tío millonario, que se muestra generoso y comprensivo, con el dinero de los demás; que gestionaba la caja de todos como su propio cortijo personal.
El banco del tío Miguel fue una caja que durante más de tres siglos benefició con la obra social a la comunidad, y de la que solo ha quedado en herencia el mayor desastre financiero de la historia del país. El banco del tío Miguel, Caja Madrid, sobrevivió a la invasión napoleónica, a las guerras carlistas, a la Guerra Civil y a la dictadura franquista, pero no aguantó la desastrosa gestión y los abusos de poder de Blesa, Rato y otros tantos más. El banco del tío Miguel era un botín muy preciado, un sillón disputado y de enorme poder, que el PP entregó a una persona de mínima experiencia financiera, cuya única cualidad para el puesto era su íntima amistad con el presidente del Gobierno, su compañero de oposiciones José María Aznar.
Quien tiene una sobrina también tiene un exministro del PSOE, un presidente del Senado del PP o una secretaria de Esperanza Aguirre. Todos ellos y probablemente muchos más recurrieron a Miguel Blesa para pedir, con aparente éxito, un trato de favor. Caja Madrid tenía dos ventanillas: la de los ciudadanos corrientes y la ventanilla VIP, la de aquellos afortunados que podían recurrir al tío Blesa para esquivar esos incómodos controles de riesgo que suelen negar los créditos al ciudadano común.
Los correos electrónicos que estamos publicando estos días en eldiario.es –con la ayuda de la Comisión Anticorrupción del Partido X– también demuestran la euforia con la que Blesa celebró el éxito de las preferentes. La única preocupación de la cúpula de Madrid, lo único que le daba miedo a Blesa, era el “exceso de celo de la red” de oficinas. Estaban vendiendo un complejo producto financiero a personas sin formación y la única alarma era que los empleados de Caja Madrid se pasasen de buenos, en la defensa de sus clientes.
Los correos de estos días se suman a los que publicaron hace unos semanas nuestros compañeros de Infolibre sobre los negocios de venta de armas en Venezuela de Blesa y su amigo Aznar. Toda esta documentación, y la que está por llegar, explica muy bien otra historia: la del vilipendiado juez Elpidio José Silva, que ahora se enfrenta a un durísimo proceso judicial. Es el mundo al revés, igual que pasó antes con Garzón. Los truhanes quedan libres, mientras la justicia acorrala al juez que se atrevió a actuar.