Imaginen, es un suponer, que estuviésemos hablando de un líder sindical, en vez de don Gerardo Díaz Ferrán. Que hubiese sido el secretario general de CCOO o el de UGT quien escondiese en su casa de Alí Babá lingotes de oro o billetes de 500 euros al por mayor. Que fuese un representante de los trabajadores, en vez del expresidente de la patronal, quien estuviese acusado de blanquear dinero, de defraudar al fisco… De “alzamiento de bienes”, que en román paladino se traduce con un verbo más rotundo: robar. ¿Qué habríamos leído en algunos medios? ¿Qué habríamos escuchado a algunos políticos?
Pista: en España que un sindicalista se tome una caña después de una manifestación es noticia de portada.
Que un hombre como Gerardo Díaz Ferrán haya sido durante varios años el presidente de los empresarios españoles, su principal representante y portavoz, es una mancha difícil de borrar. Su trayectoria define a la perfección los peores vicios del empresariado español. Es casi su caricatura, su guiñol.
Díaz Ferrán, el liberal, comenzó su fortuna con las privatizaciones de autobuses que decidía el alcalde franquista de Madrid, Arias Navarro, el primo de la madre de su socio. Después, con la democracia, mantuvo el mismo modelo: negocios privados al calor del favor público. Con Felipe, compró Marsans al Estado de rebajas. Con Aznar, se quedó con Aerolíneas Argentinas a un precio inmejorable: un euro.
Pero su mayor benefactora fue Esperanza Aguirre, otra liberal que, según sus propias palabras, “es cojonuda”. Tan cojonuda que Díaz Ferrán donó a Fundescam 246.000 euros que después el PP de Madrid gastó en la campaña electoral de la lideresa en el año del Tamayazo. Fue una de sus inversiones más rentables: la Comunidad de Madrid después adjudicó a sus empresas 6,4 millones de euros en contratos públicos. Además, se llevó de propina un sillón en el consejo de Caja Madrid, una caja a la que dejó un pufo de 26,5 millones. Parte de esos créditos se lo gastó en un exclusivo Ferrari, la última joya de una colección de coches en la que no faltan tampoco los Porsche o los Rolls Royce y que protegió mediante testaferros para evitar el embargo judicial.
Es el momento ideal para repasar la hemeroteca y recuperar las grandes frases de Díaz Ferrán: cuando pedía “un paréntesis al libre mercado” (para socializar las pérdidas, claro está); cuando defendía “cobrar menos y trabajar más”; cuando decía “que la mejor empresa pública es la que no existe” (y la mejor, la que le venden a él) o cuando argumentaba que hacía falta “una reforma laboral profunda y global” para “calmar a los mercados”, días antes de dejar a sus propios trabajadores sin cobrar. Éste era el empresario modelo. Éste era Díaz Ferrán.