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El blog personal del director de elDiario.es, Ignacio Escolar. Está activo desde el año 2003.

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Una decepción olímpica

Ignacio Escolar

  • En el libro, que ya está a la venta, también participan Maruja Torres, Iñigo Sáenz de Ugarte, Rosa María Artal, Javier Gallego, Lucía Lijtmaer, Antón Losada, June Fernández, Antonio Baños y Manel Fontdevila.

Perdonen la frivolidad, pero el desastre de Madrid 2020 a mí me recuerda a otro fracaso más doméstico de la marca España: la derrota de Rosa López, “Rosa de España”, en Eurovisión. Seguro que lo recuerdan, fue en el año 2002. Rosa fue la vencedora del primer Operación Triunfo, ese reality del que también salieron otros monstruos de la canción ligera como Chenoa, Bustamante o Bisbal.

La final de Operación Triunfo llegó a sumar a más de 12 millones de personas frente al televisor, un récord solo al alcance de una final de fútbol. Tras ese éxito de audiencia, la fiebre se disparó. Media España estaba convencida de que esa cantante granadina de extraordinaria voz iba a arrasar; que Europa entera se rendiría ante el talento de este patito feo convertido en cisne por la televisión y España recuperaría el trono europeo de la canción, un certamen que no gana desde 1969, el año que John Lennon se casó con Yoko Ono.

Antes de Operación Triunfo, Rosa tenía un sueño: abrir un asador de pollos en su barrio. ¿Quién podría resistirse ante esta cenicienta transformada en princesa?

Rosa quedó séptima en Eurovisión.

El diario El País le dedicó su foto portada de al día siguiente con el titular: ‘Decepción en Tallín’ (la capital de Estonia, donde ese año se celebraba el festival). Era la palabra justa, decepción, porque de verdad era mayoritaria la opinión en las calles y en los medios de comunicación españoles sobre las posibilidades de Rosa para vencer, a pesar de que ni las casas de apuestas extranjeras ni la prensa internacional daban a la cantante granadina la más mínima posibilidad. ¿Qué podía haber salido mal?

Probablemente, que en el resto de Europa ni leen la prensa española ni ven nuestra televisión. La propaganda es un hechizo muy eficaz, pero su poder se diluye cuando uno se aleja del último altavoz que repite el mensaje falaz. La empatía que sentían muchos españoles por Rosa, por su historia personal, por motivos completamente ajenos a lo musical, no servía de mucho ante una votación internacional de telespectadores que jamás habían visto a Rosa llorar, esforzarse y triunfar en el karaoke.

La decepción siempre es directamente proporcional a las expectativas. Y las expectativas de la candidatura olímpica de Madrid 2020 no podían ser mayores. Al igual que con Rosa, los medios de comunicación estaban completamente entregados a la causa, igual que un amplio porcentaje de la población. Al igual que con el fracaso eurovisivo, las casas de apuestas y la prensa internacional no compartían el optimismo patriótico, pero esto ni aguaba la fiesta previa ni restaba un gramo de entusiasmo a los pronósticos dentro del país.

“Madrid lo merece”, titulaba El País su editorial del 6 de septiembre de 2013, unos días antes de la votación de la ciudad organizadora por el COI. El editorialista recordaba que “el de Madrid es el Ayuntamiento más endeudado de España” (y parte del extranjero), pero eso no parecía un problema: era por “el desarrollo de sus infraestructuras que en 2020 facilitarían la celebración de este evento global”.

El diario El Mundo vendía la piel del oso antes de cazarlo: “50 de los 98 miembros del COI han prometido votar a Madrid”, titulaba en su portada el 4 de septiembre. Y aquellos pocos –minoritarios en los medios– que cuestionaban las posibilidades reales de la candidatura olímpica madrileña, o su oportunidad en plena crisis económica, eran tachados de cenizos, de aguafiestas o de antiespañoles. Una encuesta llegó a cifrar el apoyo popular a la candidatura en el 91%, un dato sin duda irreal pero que muy pocos cuestionaron. España –o al menos la España oficial– enfrentaba la designación olímpica con la moral bien alta. Tan alta como fue la decepción.

Madrid 2020 quedó eliminada en la primera ronda. Para la historia queda el traspiés de algunos medios de comunicación: tan grande era la seguridad en la victoria que dieron la noticia erróneamente y anunciaron en un primer momento que la candidatura española había pasado el corte cuando ya se había quedado fuera. Quedaron lost in translation, perdidos en la traducción, como ese discurso para la historia de la alcaldesa Ana Botella y su “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”.

Además de un contrasentido –la cafeína es un estimulante, no un relajante, incluso en la Plaza Mayor– la cita y su contexto sirve como destilado de la marca España. La derrota olímpica es un concentrado de esa actitud patriotera que, de tan soberbia, se acaba creyendo su propia propaganda. La “relaxing cup of café con leche”, como icono de aquel fracaso, resume lo peor de esa actitud, empezando por cómo se gestó la frase. Fue obra de un consultor internacional, Terrence Burns, que cobró una millonada por ayudar a la candidatura madrileña a fracasar. Burns entrenó personalmente a la alcaldesa Botella para preparar su alocución. Viendo el resultado –una obra maestra del humor involuntario–, cabe preguntarse cómo era la oratoria de la alcaldesa antes de las clases del señor Burns.

La derrota olímpica sacó lo mejor de cada uno. “Tongo olímpico”, tituló al día siguiente en su portada La Razón. Al igual que el capitán Renault en Casablanca, muchos descubrían entonces, escandalizados, que en este local se juega: que el COI es un organismo “corrupto” que “se vende al mejor postor” (¡oh, sorpresa!).

Algo parecido pasó con Eurovisión, donde hubo muchos que, tras el fracaso de Rosa, concluyeron que las uvas no estaban maduras y que tampoco era necesario convertir un festival de la canción más bien hortera en una cuestión de Estado. Probablemente el fracaso de Rosa está indirectamente detrás de la nominación del Chikilicuatre al festival: ya que es un circo, nos lo tomaremos como tal, decidieron los ciudadanos que escogieron como candidata esa canción. España en aquella ocasión quedó en el puesto 16, pero nadie se llevó decepción alguna y, si se mide en términos de audiencia, el Chiki-chiki logró en España tanto share como Rosa de España. La historia, repetida como farsa, funcionó igual de bien que la tragedia.

El regreso desde el sueño olímpico, la vuelta en avión desde Buenos Aires, sirve también de metáfora de estos últimos años: de la decepción de un país que se creía rico, sofisticado y europeo, y se ha dado de bruces con un paro subdesarrollado y el aumento de la miseria y la pobreza entre amplios sectores de una sociedad deprimida y sin un proyecto en el que creer.

No todos salen igual de la derrota, también en esto hay clases. Unos regresan en el jet privado de un constructor, como hizo el presidente de Madrid, Ignacio González, y su esposa, desde Buenos Aires tras la derrota de Madrid 2020. Otros se van en metro a casa desde la Puerta de Alcalá, con la cara desteñida por la bandera rojigualda pintada en la mejilla con la que se salió a festejar esa victoria que nunca llegó.

De esto va este libro: de un país donde el Gobierno se llena la boca por la defensa de Gibraltar (¡español!) mientras amplía las bases estadounidenses sin apenas oposición. De un lugar que presume de la “generación mejor formada de la democracia” a la que se invita a emigrar. De una España que dio lecciones morales al mundo sobre justicia internacional y crímenes contra la humanidad mientras mantenía (y mantiene) la impunidad. De un cuento con éxito de crítica y público, la Transición (sin pecado concebida), que ahora está en cuestión.

“Hay lugar para el optimismo porque España tiene españoles y eso es una cosa muy seria”. La frase es de Mariano Rajoy y resume un nacionalismo trompetero y triunfalista, el mismo que nos ha llevado hasta aquí.

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