Artículo 92 de la Constitución: “Las decisiones políticas de especial transcendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”.
La ley está ahí desde 1978, pero solo se ha usado dos veces: con la OTAN y con esa Constitución europea que nunca entró en vigor. No se votó el rescate a la banca. No se votó la reforma exprés de la Constitución. No se deja votar a los catalanes y también es tabú para las élites políticas la sola idea de consultar a los españoles si prefieren (o no) que el jefe del Estado pueda dejar en herencia el cargo porque viene de la pata del Cid y tiene la sangre azul.
No vale solo argumentar que los españoles ya votamos la monarquía con la Constitución. Aquel modelo político se negoció y se aprobó bajo la amenaza explícita de los militares; como un paquete cerrado donde ese importante asunto quedaba fuera de la discusión. Más del 60% de los votantes de hoy no pudo votar esa Constitución y la sociedad ha cambiado enormemente desde 1978. Le debemos mucho a esa carta magna, pero el consenso de entonces no es el consenso de hoy. De ahí vienen estas prisas y que el relevo llegue por medio de una abdicación. Es sintomático que el Gobierno cierre la sucesión sin consultar a los españoles, sin aceptar preguntas, por la vía de urgencia y con un proyecto de ley de 28 palabras. No se puede hacer peor.
Dudo que ese referéndum sobre la monarquía o la república se vaya a producir a corto plazo. Felipe VI heredará la jefatura del Estado porque la mayoría monárquica es apabullante en las Cortes, aunque no creo que sea tan absoluta entre la sociedad. Pero si el descrédito de las instituciones en general y de la monarquía en particular continúa –si el nuevo rey no consigue recuperar la popularidad de la institución–, más tarde o más temprano la única solución será votar, igual que ya no quedan muchas más alternativas ante el problema catalán.
No tengo claro qué decidirían los españoles ante la pregunta de si prefieren una monarquía o una república. Hace pocos años no habría habido duda alguna sobre el resultado, a favor de la monarquía, pero España ha cambiado mucho en este tiempo y el juancarlismo ya perdió su popularidad. Sin embargo, estoy seguro de que un hipotético referéndum no conseguiría ese respaldo del 90% que la sucesión logrará en el Parlamento. Es cierto: el Congreso es y sigue siendo el lugar donde reside la soberanía nacional. Pero algo preocupante pasa cuando el Congreso –o la prensa– refleja una realidad tan distinta a la que se vive en la sociedad. Ese tipo de divorcios, a la larga, se suelen pagar.
Coincido con algunos monárquicos en que, más allá del derecho divino y la sangre azul, hay argumentos racionales para defender una monarquía parlamentaria: la estabilidad, la función del rey como primer embajador, la cohesión territorial… Ideas que no me creo, pero que comprendo que haya quien las pueda comprar. También entiendo a quienes defienden (con razón) que cualquier reforma constitucional que se quiera abordar tiene que seguir los cauces legales y ser capaz de integrar a esos millones de ciudadanos que votan al PP.
Hoy solo la mayoría conservadora en el Parlamento español tiene el poder para convocar un referéndum así. Por eso no va a pasar, aunque la izquierda tiene todo el derecho del mundo a plantear esta posibilidad. Pero si tan seguros están los monárquicos de la popularidad de la monarquía y de la utilidad de la Corona, ¿cuál es el miedo entonces a que se pueda votar?
No encuentro argumento democrático alguno para oponerse a que sea la sociedad española en su conjunto, y no sus élites políticas por medio de pactos opacos, quienes decidan qué tipo de democracia queremos ser, más tarde o más temprano. Creo que es inevitable. Nos encaminamos a un nuevo modelo político: a un importante cambio constitucional o incluso a una nueva Constitución. A una urgente reforma de las instituciones democráticas y del modelo territorial.
Vivimos una segunda transición, y el nuevo acuerdo entre españoles no debería ser de nuevo un paquete cerrado que se ofrezca a votación en forma de pack indivisible. No cabe otro “lo tomas o lo dejas”. Ya no. Hay decisiones importantes –y la Jefatura del Estado es una de ellas– que se merecen un referéndum independiente en el que no haya otro asunto que votar.
Irónicamente, el rey ha sido menos inmovilista de lo que está siendo Rajoy, aunque es evidente que su decisión de abdicar responde al indudable deterioro de su imagen. El rey tenía mucho más que perder: se va ahora porque, si se quedase, la Corona lo tendría mucho peor.
Quienes consideran que la gente no está preparada para votar –sea en unas primarias para elegir un candidato, sea sobre la forma del Estado– tratan a los ciudadanos como si fuesen menores de edad. Viven en otro tiempo, en la antigua política, en esa vieja democracia de baja calidad donde bastaba con controlar a los grandes medios de comunicación –donde la monarquía ha sido siempre un gran tabú– para imponer decisiones impopulares al verdadero soberano, que es el pueblo español. Van a perder el apoyo de la gente, ya lo están perdiendo, porque, ¿cómo confiar en aquellos que no confían en ti?