El dedo sagrado de José María Aznar escogió a Mariano Rajoy como su sucesor por una razón principal: porque pensó que sería más dócil que Rodrigo Rato, el subcampeón en ese “pito, pito, gorgorito” con el que el amado líder se decidió entre los dos. Hubo más motivos: la posición de Rato tímidamente contraria a la guerra de Irak, su divorcio –Ana Botella es íntima de su exmujer–, y también que en un primer momento don Rodrigo le dijo a Aznar que no. Lo cuenta el expresidente en sus memorias: Rato no solo le rechazó, sino que también se lo contó a Pedro J. Ramírez, que lo publicó. Aznar no se lo perdonó, lo cual dice mucho del arbitrario método de selección y también sobre esos supuestos métodos democráticos que la Constitución exige a los partidos en su vida interna. DEDOcracia, es lo que entiende el PP.
Que se sepa, en el dedazo de Aznar no influyó la sombra de la corrupción que, ya entonces, oscurecía la carrera de su vicepresidente económico: el PSOE había llevado ya al Parlamento los oscuros créditos con los que Argentaria –en origen, un banco público– había favorecido a las empresas del vicepresidente. Nada importó.
El dedo de Aznar proclamó a Rajoy y después se arrepintió. Y la ruptura de ambos, que es vieja, en estos últimos días ha ido a mucho más. Aznar está entregado al género epistolar, estilo Nuevo Testamento (carta del expresidente a los infieles). Mientras Rajoy, el del plasma, presume de que él dice las cosas a la cara (y en full HD).
De paisaje de fondo hay dos cuestiones, que se alejan del simple desencuentro personal. La primera, el miedo del PP a perder la primogenitura de la derecha española frente a Ciudadanos. Aznar recuerda, y tiene razón, que las catalanas son las primeras elecciones desde que se desangró la UCD en las que el PP queda por detrás de otro partido conservador y nacionalista español.
La segunda, la sensación generalizada dentro del propio PP de que Mariano Rajoy es un candidato desastroso, el más impopular en el CIS entre los votantes españoles desde el récord anterior que dejó Zapatero, y que aunque ya es demasiado tarde para cambiarle del cartel, aún se está a tiempo para preparar su sucesión. Si el PP no consigue una mayoría amplia, su casi único posible aliado de Gobierno –Albert Rivera– exigirá su salida como requisito para pactar.
El resultado de las catalanas es una pésima noticia para Rajoy porque probablemente influya en el orden de llegada en las próximas generales: porque el votante conservador vuelve a ver en Albert Rivera una opción frente al PP.
Hasta el 27S, el pronóstico que apuntaban todas las encuestas es que el PP sería el partido más votado, seguido de mayor a menor por PSOE, Podemos y Ciudadanos. El orden es importante, casi más que la distancia porcentual, porque ser el partido más votado influye mucho en la capacidad de negociación aunque no haya mucha distancia en escaños. También importa mucho no ser el cuarto, porque el reparto de provincias por escaños dejará a quien quede en esta posición infrarrepresentado; sea quien sea ese cuarto, la ley electoral le perjudicará.
El orden puede cambiar porque Podemos está bajando –y si hay otra lista de IU lo hará más– y Ciudadanos está subiendo, a costa del PP. Y algunos sociólogos pronostican que ese cambio de tendencia puede llevar al partido de Albert Rivera a la tercera posición, en detrimento del PP que podría quedar segundo tras el PSOE si Ciudadanos sigue comiendo votante conservador. Con un resultado así, Pedro Sánchez lo tendría fácil: podría negociar con todos los demás partidos –abstención del PP incluida– para garantizarse la presidencia del país. A diferencia del PP, el PSOE lo tiene más fácil para pactar.
Desde el PP han hecho también este cálculo y por eso quieren presentar a Ciudadanos como un partido de “centro izquierda”. Dudo que cuele, como tampoco parece que funcione tacharlos despectivamente como “catalanes” y llamarles “Ciudatans”. No después de ver a Albert Rivera y sus chicos cantando a voz en grito “yo soy español, español”.
Ciudadanos, además, está consiguiendo la bendición de gran parte de la prensa de papel en sospechosa unanimidad. ¿Son el partido del Ibex 35, como simplifican sus detractores? Es obvio que el poder empresarial no ve mal su discurso liberal –más aún si les comparan con el temido Podemos–, pero sus dos principales ideólogos económicos, Luis Garicano y Manuel Conthe, no son precisamente plato de gusto para los hombres más poderosos del país. Un par de ejempos: Conthe publicó el obituario más duro de la prensa económica sobre Emilio Botín y Garicano hace tiempo que mantiene públicamente uno de los discursos más críticos con César Alierta. Y más Ibex que Telefónica o el Santander no lo hay.
Aznar es un soberbio y tiene mucho que callar. Para empezar, nos debería explicar su impresentable papel como comisionista en la Libia de Gadafi, ese “terrorista” reconvertido en “amigo de Occidente” con el que tenía tan buena relación. Pero Aznar golpea en un punto débil de Rajoy, y por eso –como escribía ayer Cristina Pardo– desde el PP muchos han criticado sus formas pero no sus palabras. Porque en la derecha hay muchos que le dan la razón.