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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

El CETA, caballo de Troya del TTIP

Florent Marcellesi

Alejandro Aguilar —
  • Debido a su gran parecido, el CETA también es conocido como 'el TTIP canadiense', el 'Acuerdo Integral de Economía y Comercio' entre la UE y Canadá

Gracias a la filtración llevada a cabo por Greenpeace, se viene hablando más que nunca del TTIP, el tratado de comercio e inversiones negociado entre la Unión Europea y Estados Unidos. Pero no podemos concentrarnos únicamente en este tratado: existe otro que nos amenaza de igual forma y que se encuentra, solamente, pendiente de ratificar. Este tratado es el CETA.

El CETA, el TTIP canadiense

Debido a su gran parecido, el CETA también es conocido como ‘el TTIP canadiense’. Este “Acuerdo Integral de Economía y Comercio” (por sus siglas en inglés) no es ni más ni menos que otro tratado de comercio e inversiones, esta vez entre la Unión Europea y Canadá. Pero no cualquier tratado: uno que, según la propia Comisión Europea, es un “acuerdo de referencia que inspirará a los negociadores del TTIP”, es decir una suerte de “TTIP 1.0”. Lo único, es que a diferencia del TTIP, sus negociaciones ya han concluido en 2014 fuera de cualquier foco mediático y debate político, y se encuentra ahora mismo pendiente de la ratificación por parte, al menos, del Consejo Europeo y del Parlamento Europeo.

Es igual de peligroso (o más) que el TTIP

Ahora bien, a estas alturas, el CETA es aún peor que el TTIP. Ante todo, donde la presión social y política consiguió forzar que la Comisión Europea fuera algo más transparente sobre el TTIP, el CETA ha pasado desafortunadamente desapercibido. Ya sea por el menor papel del Parlamento Europeo en el proceso, la falta total de publicación de cualquier documento de negociación o por el papel aún más preponderante de las grandes corporaciones. Fuera lo que fuese, el secretismo ha sido total y la información hacia el gran público y sus representantes directos ha brillado por su ausencia. Y ya sabemos que para tener debate democrático, necesitamos básicamente luz y transparencia.

Por otro lado, de nada serviría tumbar el TTIP si el CETA saliera adelante. Primero, porque llevaría exactamente a lo mismo que el TTIP: una bajada generalizada de los estándares europeos con la consiguiente disminución de protección laborales, sociales, ambientales o culturales. Por ejemplo, además de facilitar la exportación de transgénicos o la poca protección de algunas denominaciones de origen, el CETA traería consigo por ejemplo una mayor duración en las patentes de las farmacéuticas (aumentando el precio de los medicamentos y perjudicando así a las personas más desfavorecidas). Segundo, las multinacionales estadounidenses utilizarían el CETA a través de sus filiales canadienses para tener acceso al mercado europeo. El CETA sería por tanto el caballo de Troya de un TTIP fallido.

Si fuera poco, la implementación del CETA abriría una puerta trasera a los tribunales de arbitraje privados que tanta polémica han despertado en el TTIP (y llamados ahora ICS). Por mucho que los negociadores se hayan sacado de la chistera una nueva propuesta puramente cosmética, este mecanismo sigue socavando nuestras democracias. ¿Nos parece normal, por ejemplo, que la multinacional TransCanada reclame a Estados Unidos 15.000 millones de dólares ante el rechazo por parte del gobierno de Obama de que el oleoducto Keystone XL atravesara el país como medida contra el cambio climático? Al igual que ocurre con el TTIP, rechazamos que grandes corporaciones puedan demandar a un Estado por considerar que sus beneficios privados valen más que las legislaciones colectivamente aprobadas.

Hay más. El CETA también atenta contra los derechos laborales y los servicios públicos. Como denuncia conjuntamente el movimiento sindical europeo y canadiense, el derecho de sindicación y de negociación colectiva no vienen fuertemente recogidos en el Tratado. Lo cual no nos tendría que sorprender: Canadá está lejos de haber ratificado todos los convenios de la Organización Internacional del Trabajo. Además, cláusulas como la llamada “lista negativa” (standstill en los textos) recoge que los Estados deben elegir una lista limitada de servicios que no quiere que sean privatizados. Todos los demás, incluyendo los futuros, estarían abiertos a competencia extranjera y a una posible privatización que difícilmente se volverían a gestionar públicamente por su alto coste (debido a otra cláusula llamada trinquete).

Por último, como su hermano menor, el CETA tampoco va acorde con la lucha contra el cambio climático. Al incentivar el transporte transatlántico, la comercialización del petróleo más sucio, del fracking o de las arenas bituminosas, frenar la producción de energía limpia local y por ende aumentar las emisiones de CO2, se traduce en un flagrante incumplimiento del recién firmado acuerdo climático internacional de París. Es hora de ser coherentes y poner la economía al servicio de las personas y del clima.

Hay alternativa

Aún estamos a tiempo de parar tratados como el CETA. Esto pasa por entender que la batalla contra el TTIP no era una batalla contra Estados Unidos, sino una lucha contra las multinacionales ya sean estadounidenses, europeas o canadienses y todas sus correas de transmisión en nuestros respectivos gobiernos. Para ganarla, al igual que para el TTIP, esta lucha tiene que ser transatlántica, aunando a movimientos sociales, ecologistas, sindicales, etc. de ambos continentes. Y para ello, contamos con la experiencia canadiense de lucha contra el NAFTA, acuerdo comercial entre Canadá, EEUU y México que supuso la pérdida de cientos de miles de empleos de calidad en Canadá.

Además supone superar la estrategia del NO y apostar también por una estrategia del SÍ. Es decir, tenemos que ser capaces de construir una alternativa al modelo comercial depredador dominante que nos quieren colar. Lo cual supone construir a su vez un imaginario colectivo diferente al del crecimiento, de la globalización y de la competencia (como lo explicamos aquí) y también ofrecer una propuesta comercial diferente (como por ejemplo lo hace el “Alternative Trade Mandate”).

El comercio no es un fin en sí mismo. Es una herramienta para mejorar la vida de las personas, respetando al mismo tiempo la naturaleza. Por tanto, necesitamos optar por un comercio justo y ecológico que prime la protección de las personas, el planeta y el resto de sus seres vivos.

La lucha contra el TTIP pasa por la lucha contra su hermano mayor, el CETA.

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