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Ada Colau: “Tenemos que ocuparnos de las instituciones para ejercer la democracia real”

Ada Colau / GUANYEM

David Lombao

La figura de Ada Colau (Barcelona, 1974) está asociada, posiblemente para siempre, a la lucha contra los desahucios a través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Tras muchos años de trabajo social y después de diversas ofertas para incorporarse a la política partidaria, ahora es también uno de los rostros más visibles de Guanyem Barcelona, la plataforma ciudadana que apuesta desde hace meses por “recuperar” la capital catalana y, en última instancia, gobernarla. De visita en Galicia para compartir sendos encuentros y actos públicos con Anova y la Marea Atlántica, Colau reitera la necesidad de “confluencia” a partir de “prácticas y objetivos concretos”. “Estamos en un momento de cambio histórico”, asegura.

Visita Galicia para compartir actos con Anova y con la Marea Atlántica con la confluencia en el centro del debate. ¿Qué tiene la confluencia que no tengan las coaliciones de partidos o la incorporación a ellos de personas procedentes de los movimientos sociales? ¿Por qué no otras fórmulas?

El sujeto es la ciudadanía en la revolución democrática que está en curso. Ha habido un despertar ciudadano, desgraciadamente a partir de una experiencia traumática, como el estallido de esta estafa llamada crisis. Hay una conciencia generalizada de que delegar la política ha sido nuestra ruina, de que o la democracia se ejerce cada día o si no, otros se apropian de ella con fines diferentes al interés general. Esta no es una reflexión de dos días, es un proceso largo con muchos frutos y expresiones: el 15-M, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, las mareas... Y ahora hay una necesidad de ocuparnos de las instituciones que están secuestradas por poderes económicos e intereses privados que, claramente, son un techo de cristal para esa defensa del interés general y para ejercer una democracia real. En ese proceso están buscándose herramientas desde la ciudadanía para intervenir, y es lógico que en función de los diferentes contextos vayan surgiendo propuestas que son muy afines en el planteamiento general: que hay que actualizar las formas de participación política, que el diseño institucional que hemos tenido hasta ahora es insuficiente, que tenemos un problema generalizado de corrupción...

Tenemos también un problema, que no es solo esa confusión del interés privado con el público, sino también el de la participación política. En la Transición y en la Constitución los partidos se consagran como única forma de participación. En ese momento seguramente tenía sentido histórico, saliendo de una dictadura, con una transición que en aras de la paz no hace justicia y no juzga a los verdugos. Con todo ese miedo se refuerzan los partidos políticos, debilitados tras cuarenta años de dictadura. Cuarenta años después hay que actualizarlos, porque la forma de participación a través de los partidos es claramente insuficiente. Es en ese contexto en el que empezamos a hacer ensayos y en el que, no por casualidad, lo más avanzado sale de la periferia del reino: las CUP, Anova, el Procés Constituent... Ahora, en el contexto de las municipales surge Guanyem y rápidamente se genera la Marea Atlántica, Ganemos... El nombre es lo de menos, son síntomas de un cambio profundo.

Desde diversos partidos, sobre todo desde la izquierda, suelen decirles: “Oigan, nosotros también somos ciudadanos”...

Estoy de acuerdo. No hay que hacer una crítica facilona a los partidos políticos, hay que distinguir entre estructuras de poder y personas. En los partidos políticos hay muchísima gente honesta que ha entregado su vida, no todos son unos ladrones y no es cierto que no se haya conseguido nada. Se consiguieron muchas cosas y grandes conquistas sociales. Pero una cosa es eso y otra, que esas formas de participación política que se han consolidado como estructuras opacas y electoralistas se han quedado, como mínimo, insuficientes, por no decir caducas. La ciudadanía está reclamando protagonismo y tenemos los medios para hacerlo, es cuestión de voluntad política. No es cuestión de que todo lo que ha existido hasta ahora no vale, la experiencia acumulada es uno de los tesoros que debemos aprovechar, pero hay que actualizar las formas de participación.

¿Es por este motivo por el que dijo “no” cuando, caso por ejemplo de Iniciativa per Catalunya, se le propuso sumarse y ahora sí? Ahora hay una posibilidad de ver a Ada Colau haciendo política institucional...

Lo que siempre había descartado es el fichaje individual por un partido político clásico. Porque entendía que no es que no fuera legítimo, pero para mi vocación de transformación de la sociedad y de una conquista de más y mejor democracia era más útil fuera de las instituciones. Pero ahora por fin se abre un contexto de repolitización de la sociedad en el que es posible cambiar las instituciones y experimentar con esas fórmulas de confluencia no en base a declaraciones y negociaciones, sino incluyendo al máximo de gente posible sobre prácticas y objetivos concretos. Esas experiencias presentan la posibilidad de abrir las puertas de las instituciones y que la gente sea protagonista. No se trata de llegar al poder para actuar en lugar de otros, sino de transformar las instituciones, democratizarlas.

¿Cuánto hay en estos movimientos de tentación, por parte de fuerzas políticas ya existentes, de controlar o teledirigir?

Evidentemente, cuando se están experimentando cambios profundos, no se hace en dos días. Hay viejas inercias que se mantienen, lo viejo y lo nuevo conviven y están en tensión permanente. Eso es predecible, de ahí la importancia de centrar el proceso de confluencia en los objetivos y en las prácticas. Ya todo el mundo habla de participación y regeneración democrática. Donde se tiene que notar la diferencia es en las prácticas y en los objetivos. Donde se demostrará cuánto está dispuesto cada uno a apostar por esa profundización democrática será en lo que esté dispuesto a transformarse, a cambiar y a compartir con generosidad y valentía. Quien lleva mucho tiempo en política es normal que tenga resistencia a diluirse, hay recelos que son razonables. Pero ahí se va a demostrar la grandeza y la altura de miras de quien apuesta por conquistar más y mejor democracia.

Están conviviendo con fuerzas políticas recientes, de poca dimensión a nivel de cuadros como Anova, pero también con una en plena expansión orgánica y territorial, como Podemos, que se está constituyendo como partido...

No está nada escrito y lo iremos viendo a medida que los procesos se vayan construyendo colectivamente. No hay una fórmula única en el municipalismo que se pueda aplicar por definición, porque está enraizado en la realidad local. El análisis de fondo que hacemos en Guayem Barcelona es el diagnóstico de emergencia social y sobre todo, de oportunidad, de repolitización, de brecha histórica que mi generación no había conocido nunca y que hay que intentarlo, porque nos va la vida y el futuro en ello. Y para conseguir la transformación de la realidad hay que sumar al máximo de gente posible, ahí está como prioridad llegar a la inmensa mayoría de la gente, también a mucha gente honesta que ha estado participando políticamente. También necesitamos esa experiencia, sería muy arrogante por nuestra parte pensar que, por el hecho de no estar manchados por la corrupción, lo vamos a hacer mejor que otros. La mayor virtud a la que podemos aspirar es la de saber juntar la experiencia de gente honesta que ya lo ha estado intentando y de gente nueva que busca nuevas formas.

Su experiencia no es de política partidaria, pero sí de política en el ámbito de los movimientos sociales. Durante estos años le han llamado muchas cosas: radical, filoterrorista... ¿Fue demasiado banal o gratuito asociar determinadas luchas sociales a la violencia o al terrorismo?

Desde luego, les salió demasiado barato. En una democracia real esto no sería posible. Ni siquiera en democracias que no son perfectas, como la francesa o la alemana. Allí sería impensable un abuso de poder sistemático por parte del partido del gobierno con muchas expresiones, una de ellas la criminalización de la disidencia y la vulneración de derechos fundamentales. Después van criticando a países extranjeros diciendo que no son democráticos y aquí tienen unas prácticas autoritarias desmedidas y sin pudor. Quien hoy tiene el poder lo tiene de forma absoluta y está acostumbrado a la impunidad; eso es un síntoma de la falta de democracia real y, al mismo tiempo, de debilidad. Que el último argumento que quede sea la criminalización y la burla de la disidencia política es un síntoma de debilidad que no hay que infravalorar, porque tienen el monopolio de la fuerza policial, judicial y económica y pueden hacer mucho daño. Pero, sobre todo, no hay que tener miedo, porque estamos en el buen camino. Que nos intenten asociar a una barbaridad como el terrorismo cuando es una obviedad que las prácticas ciudadanas no tienen nada que ver con el terrorismo no deja de ser un síntoma de nuestra fuerza.

¿Se miró hacia otro lado desde la izquierda social y política cuando estos fenómenos eran más concentrados y se decía, por ejemplo, que todo en Euskadi era ETA, que todo el independentismo catalán o el sindicalismo andaluz era violento?

Sí, podría ser. Fue una dinámica más amplia; hubo una relajación política generalizada. El error de la izquierda tradicional, uno de varios, fue analizar la realidad como básicamente económica y hacer una crítica al capitalismo y al neoliberalismo como una realidad económica, cuando en realidad su triunfo es que se ha convertido en un sistema de valores hegemónico, un enemigo interior que nos atraviesa y nos construye como sujetos. Uno de los grandes emblemas sería el capitalismo popular de Thatcher y, aquí, la sociedad de propietarios en la que se nos intentaba convencer de que todo el mundo salía ganando. Ahora ese espejismo se ha roto con la situación traumática generada por la crisis y ese sistema de valores, que determina nuestras relaciones personales y nuestras emociones, hace que estemos desarmados cuando todo salta por los aires, que estemos en casa sin saber cómo reaccionar. Y es fácil que quien tiene el poder cometa abusos y que nosotros ni siquiera tengamos herramientas para analizarlos y hacerles frente. Hubo una falta de análisis por parte de las izquierdas y, afortunadamente, movimientos ciudadanos están dándole la vuelta a eso. Expresiones como el “sí, se puede” de la PAH o el “no tenemos miedo” del 15-M tienen que ver con la construcción de una determinada cultura que era nuestro mayor enemigo, nuestro propio miedo, que nos tenía en casa y desarmados.

¿Ha habido que dejar de 'ser ricos' para que se produjera esa “repolitización” de la que habla?

Me cuesta, filosóficamente, rendirme al argumento de que hasta que no nos va mal, la gente no despierta. No quiero resignarme a ese argumento. Es cierto que cuando se toca fondo se abre un contexto de oportunidad para cuestionar el modelo, pero sería un error pensar que eso es suficiente. Se ha demostrado como falso históricamente. A nuestro alrededor, en la Europa en crisis, hay gérmenes de xenofobia y ultraderecha y aquí no se dan, en parte porque la ultraderecha está ampliamente representada por el PP, pero en parte porque ha habido una reacción ciudadana para darle otro tipo de respuesta a la crisis. Tenemos que estar orgullosos de que se haya hecho esa apuesta y de que, a pesar de las dificultades, haya una amplia movilización ciudadana que esté buscando reescribir el final de la historia para que salgamos de la crisis con más y mejor democracia en vez de ir a una versión contemporánea del feudalismo.

A seis meses de las elecciones municipales, una de las críticas que se les hace es la del adanismo. Hay quien pronostica que su 'mística' se acabará cuando tengan que tocar el primer expediente municipal o decidir si se instalan o no unas tuberías en una calle. ¿Cómo previenen ese riesgo?

No es cierto, al contrario. Las propuestas que están surgiendo, y en concreto la de Guanyem Barcelona, salen de un realismo extremo, de personas que venimos de experiencias muy concretas y de pelear mucho más que las instituciones con la realidad social de la crisis. Sabemos perfectamente lo difícil que es y demostramos que, desde la ciudadanía, sabemos ir muy por delante de las instituciones y de los partidos políticos para dar respuesta a problemas concretos. Las instituciones nos decían que no se podían parar los desahucios y los paramos, que no se podía paralizar la privatización de hospitales y lo hicimos. Desde ese pragmatismo sabemos que, con los recursos existentes, se podría estar haciendo mucho más. No tenemos la fórmula mágica ni la arrogancia de pensar que podemos resolverlo todo, pero sabemos que con voluntad política y sin dependencia de los grandes poderes económicos se puede hacer mucho mejor.

En Catalunya el debate soberanista está en el centro de la vida política. ¿Cómo están conciliando ese debate nacional con las cuestiones más cotidianas o con el eje izquierda-derecha?

Para mí sería un error, y así lo creemos en Guanyem, contraponer derechos. Nunca vamos a comprar ese discurso en el que el poder siempre ha intentado hacernos caer: si hablas de los derechos nacionales y del derecho a decidir, no puedes hablar de los derechos sociales. Evidentemente no, a mí me importan los dos. No son sacrificables unos por los otros. Son debates perfectamente compatibles. El derecho a decidir ha ganado en tres años en Catalunya un protagonismo que no tenía, se ha politizado y a mucha gente que nunca habíamos sido nacionalistas ni independenistas nos importó el derecho a decidir. Por una parte, por un gobierno del PP que es la principal fábrica de independentistas, pero también con esa revolución democrática trasnacional de la que forma parte el derecho a decidir en Catalunya. Cuando en el Estado no había ningún Podemos ahí surge para mucha gente una oportunidad de ruptura, de proceso constituyente y revolución democrática. Hay esa reacción a un poder absolutista del PP y también un sector nacionalista más tradicional. Se juntan varias cosas y la clave es que el debate avanzó fuertemente mientras el protagonismo fue ciudadano. En cambio, ahora estamos viendo que, en cuanto ese liderazgo ciudadano se ha delegado en los partidos tradicionales y en las instituciones, se ha vuelto a enquistar. Hay muchos actores y muchas ansias distintas en ese proceso, que no se puede reducir a un debate de proceso soberanista contra proceso por los derechos sociales. Hay mucha gente que participamos en las movilizaciones por el derecho a decidir que lo hemos hecho, precisamente, porque queremos avanzar en un proceso de ruptura democrática.

Desde la CUP dicen eso de “independencia para cambiarlo todo”. ¿Ve por ahí el debate?

Claro. Hay mucha gente que quiere cambiarlo todo; sobre todo hay eso, más que una movilización propiamente identitaria. Y alguna gente ha visto una oportunidad en el debate sobre la independencia para cambiarlo todo.

“Ganar de verdad es que, gobierne quien gobierne, se haga lo que la ciudadanía quiera”

En Galicia se ha dado en estos últimos años el debate sobre la conveniencia de confluir o no con fuerzas estatales. ¿Cómo lo leen desde Guanyem?

Ese debate no lo tuvimos en Guanyem Barcelona, no existió. Estamos por el derecho a decidirlo todo, hay gente independentista y gente que no lo es y eso lo vemos como una riqueza. Quienes se sitúan en los extremos lo ven como un problema y dicen que no nos definimos, pero yo considero que definirme en el eje de la democracia radical es definirme. Todos priorizamos la democracia y consideramos que es una virtud estar juntos en un proyecto con ese eje en común. A partir de enfoques democráticos nunca ha sido una tensión que haya fuerzas estatales, otras fuerzas nacionales y otras, meramente locales. Siempre se ha visto como una riqueza poder sumar al máximo de gente posible.

En el caso de Podemos se ha dicho que lo visto en la campaña de AGE en Galicia, en 2012, les sirvió a manera de mapa para su propio proyecto. ¿Cómo analizan que una persona con una trayectoria tan dilatada como Xosé Manuel Beiras esté compartiendo mesa y propuestas con movimientos como Guanyem, una experiencia en plena construcción?

Beiras es un referente de una forma de hacer política nada burocrática y nada ortodoxa. Ahora la ciudadanía está buscando nuevas formas de organizarse y también busca referentes que demuestran que se puede hacer política de otra manera. Beiras, al que seguro que se le pueden hacer muchas críticas, una de las cosas que ha tenido es la honestidad, el no callarse, el hacer política desde las convicciones. Y eso ahora la ciudadanía lo pide como agua de mayo: la autenticidad, que tu interlocutor no esté calculando y negociando, sino que tenga unos principios en los que cree tanto si le va bien como si le va mal en las elecciones. Estos referentes son escasos: todo el mundo tiene en cabeza a Labordeta, a Beiras... Muy pocos nombres. Ha habido demasiado tecnócrata, demasiado hombre de partido y buscamos a gente que crea en lo que hace, gente que esté dispuesta a poner en juego su comodidad para defender aquello en lo que cree.

Se habla de las municipales y de las generales como una frontera para ganar. ¿Qué pasa si el PP vuelve a ganar, o si hay una coalición PP-PSOE que blinde el statu quo?

Tenemos que profundizar en el concepto de ganar, que no es simplemente ganar unas elecciones. Tendría que ser transformar la realidad a mejor, democratizar nuestra democracia, transformar las instituciones, repensar las formas de participación y reconquistar el control sobre lo público. Eso sería ganar en un sentido real y para eso también necesitamos ganar elecciones. No quiero decir que el movimiento social deje de tener sentido, ese es un error de lectura que no se debe repetir. Aunque gobiernen, entre aspas, los nuestros, es imprescindible una ciudadanía organizada como contrapoder. El concepto de ganar es mucho más amplio y complejo, estamos en un proceso de cambio histórico que no se va a resolver en cuatro años.

¿Habría que articular un mecanismo para gestionar la posible frustración?

Si hacemos bien los procesos no hará falta convencer a la gente de que no es necesario ganarlo todo. Hay que intentar ganarlo todo, porque hay un contexto de oportunidad y si la gente se moviliza es posible ganar elecciones y, por lo tanto, hay que ir a por todas. Pero, más allá de que se puedan ganar elecciones, ganar de verdad será hacer procesos ciudadanos que hagan que, gobierne quien gobierne, se haga lo que la ciudadanía quiera. Ya estamos ganando un poquito cuando, por ejemplo, las diferentes expresiones ciudadanas han obligado a todos el actores políticos a hablar de códigos éticos. Ganar también es cambiar las reglas del juego.

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