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Réquiem por un árbol

Una imagen reciente del tejo, en Pontedeume

Marcos Pérez Pena

El Tejo de los Tenreiro, en Pontedeume, se muere. De forma irremediable, según afirma un informe que acaba de emitir la Estación Fitopatológica de Areeiro, dependiente de la Diputación de Pontevedra y del CSIC. El árbol, perteneciente al Catálogo de Árboles Singulares elaborado por la Xunta, tiene entre 300 y 500 años de historia y comenzó a dar síntomas de mala salud a partir del año 2007, secándose sus ramas y cayéndose sus hojas. “Fue el comienzo de un triste período de decadencia en la historia de este árbol monumental, en el que quedó de manifiesto la incompetencia e indiferencia de los políticos y técnicos de la Dirección General de Conservación de la Naturaleza de la Xunta”, denuncia la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN).

La entidad relata que en este tiempo no se consiguió determinar el mal que aquejaba al tejo, una especie muy longeva (puede vivir sin problema más de mil años) pero muy sensible a los cambios en su entorno. “Los informes sobre el enfermo son contradictorios y alarmantes: se duda de la causa de la dolencia, podría ser un virus, una bacteria, un hongo, un insecto chupador,...por poder, podría ser cualquier cosa. Sin un diagnóstico clara se decide actuar, poda va y poda viene, insecticidas y fungicidas a centenares”. Pasó el tiempo y el árbol no ha mejorado. Por el contrario, el informe, que acaba de ser recibido por el Ayuntamiento de Pontedeume, constata el mal estado del árbol, confirma la presencia del hongo Phytophtora y concluye que “no parece factible su recuperación mediante cualquier tipo de actuación”.

Distintas entidades, entre ellas la propia SGHN, denunciaron el efecto perjudicial que para el árbol tuvieron las obras y el ruido continuo de la autopista AP9 -a escasos metros-, un relleno que modificó la ribera de la ría, y sobre todo la construcción de un paseo marítimo a partir de 1995, que implicó la colocación de grandes losetas de granito alrededor del tejo, que ahogaron sus raíces.

“Intentando remediar el destrozo” -explica la SGHN- “la Xunta de Galicia invirtió en el 2003 un total de 36.000 euros en desramar el tejo, rodeando el madero con una estructura de piedra y cerca metálica, a manera de jaula, con la finalidad de restringir el acceso a la copa”. La SGHN denuncia que en cambio los técnicos de la Dirección General de Conservación de la Naturaleza no tuvieron en cuenta “el perjuicio del peso de las losetas sobre las raíces, la interceptación que estas realizan sobre las aportaciones de agua de lluvia y las modificaciones que provocan a nivel de la humedad y temperatura del suelo (y entre este y la copa)”. Las losetas fueron retiradas en 2011, pero esto no revirtió el proceso de degradación del árbol.

Un árbol presente en la historia

El Tejo de los Tenreiro recibe este nombre desde que en 1870 Agustín Tenreiro construyó en el lugar un pequeño palacete que rodeó de un hermoso jardín en el que coexistían especies propias como avellanos, acebos, robles y castaños con otras procedentes de otras latitudes, como la araucaria, el cedro del Líbano, magnolio americano y japonés, ciprés, castaño de Indias, camelia, bambú o el eucalipto. Uno de los tejos (que ya llevaba en el lugar algunos siglos) fue podado siguiendo la costumbre de la época y la artística ars topiaria, llegando a contar con tres pisos diferenciados a los que se accedía a través de una escalera de caracol. El Tejo de los Tenreiro, que llegó a medir 15 metros de altura y 20 de diámetro, cuidado con mucha dedicación, llegó a figurar en guías de árboles singulares y jardines de toda Europa, siendo visitado por botánicos y jardineros de todo el continente.

También por ilustres personajes, como Emilio Castelar (presidente durante la Primera República), que en 1885 desayunó bajo su sombra, Azorín, Echegaray, Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán (que lo utilizó como escenario de su novela Una Cristiana). También por el presidente republicano Manuel Azaña (pariente de los Tenreiro). El tejo llegó incluso a acoger, bajo sus ramas, la celebración de un Consejo de Ministros durante la Segunda República, presidido por el coruñés Santiago Casares Quiroga.

La Guerra Civil partió también la historia de este árbol, a través de la represión que sufrieron los Tenreiro. Ramón María Tenreiro, que había sido nombrado por el Gobierno de la República secretario de la embajada española en Suiza, muere en ese país en 1939. Su hermano Antonio, arquitecto, permanece en Galicia, pero es represaliado por el régimen franquista, que le prohíbe el ejercicio de su profesión, y pierde parte de sus propiedades. En la segunda mitad del siglo XX la familia Tenreiro deja de vivir habitualmente en la casa de Pontedeume, con el consiguiente deterioro de la misma. Un deterioro que continuó en los años 60 con los rellenos llevados a cabo en la zona de As Gándaras para la construcción de instalaciones deportivas. Y, posteriormente, con las comentadas obras del paseo marítimo y de la autopista.

En el momento en que se vio obligado a marcharse de Pontedeume, Antonio Ternero escribió: “Y vivirá el árbol para entonces? Esperemos que Dios hará que así sea y que la propiedad del árbol se transmita a manos tan cuidadosas y que tengan por el mismo tanto interés y cuidado como hasta ahora cupo la suerte que así fuera, a través de sus varios siglos de existencia. Pueden vivir estos árboles de mil quinientos a dos mil años, y eso hace esperar que el de Pontedeume pueda aún seguir admirando a muchas generaciones sucesivas. Así sea”.

Parece que no será así. La Sociedade Galega de Historia Natural escribió hace ya dos años que “el vetusto tejo, que acogió a su sombra personajes ilustres y que fue admirado en toda Europa por su antigüedad y peculiar forma, se convirtió, bajo la tutela de la Dirección General de Conservación de la Naturaleza, en un espectro fantasmagórico inserto en un paseo rodeado de basura y sometido al ruido continuo de la autopista”. Y concluía: “Este árbol, cansado de las torpezas de aquellos que deberían velar por su buena salud y porque su sombra perdurase en el tiempo, probablemente prefiera morir a seguir deshaciéndose bajo las torturas de los burócratas que no aman los árboles, ni respetan los valores naturales, culturales y históricos de su país”.

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