“Lo sucedido en Madrid reafirma el poder subversivo de las marionetas”
Barriga Verde fue el títere (de guante) por excelencia en Galicia durante el siglo XX, recorriendo de la mano de la familia Silvent ferias y fiestas entre los años 10 y los años 60. El pasado viernes, mientras en Madrid eran detenidos dos de los integrantes de la compañía Títeres desde Abajo acusados de enaltecimiento del terrorismo, la actriz y profesora Comba Campoy defendía en la Universidad de Santiago su tesis doctoral, que analiza El teatro popular de marionetas como medio de comunicación de las subalternas a través de la actividad de Barriga Verde en la postguerra. Para Campoy, “estas detenciones reafirman el potencial subversivo de las marionetas”, destaca, añadiendo que “llama la atención cómo es en un contexto democrático cuando estos títeres son perseguidos”.
La barraca de la familia Silvent recorría fiestas y romerías de toda Galicia, fundamentalmente en verano: el San Froilán de Lugo, la Ascensión de Santiago, la Peregrina de Pontevedra, María Pita de A Coruña y el Corpus de Ourense, entre otras muchas. Barriga Verde está muy presente en el imaginario colectivo de varias generaciones de gallegos y gallegas, dejando en el habla popular expresiones como “Morreu o demo, acabouse a peseta” [se ha muerto el demonio, se ha acabado la peseta] (una peseta es lo que costaba la entrada al espectáculo). Sin embargo, dejó muy escasas referencias escritas, y con el paso de las décadas su recuerdo ha ido desapareciendo, fijado únicamente en los recuerdos de quienes lo habían visto en directo. Desde hace unos años un grupo de personas, integradas desde lo 2013 en la Asociación Cultural Morreu o Demo, trabajan en distintos campos para recuperar la memoria de este personaje y de los propios titiriteros. Comba Campoy es una de sus integrantes, dirigiendo sus pesquisas, sobre todo, al valor político de este personaje y de esta tradición.
“Incomprensión” con la tradición cultural de los títeres
La propia Asociación Cultural Morreu o Demo, que trabaja por la recuperación del títere tradicional gallego, difundió un comunicado en el que, además de mostrar su “preocupación” por las detenciones, lamenta “la aparente incomprensión del público” sobre partes de la obra que “forman parte desde hace siglos del acervo cultural popular de toda Europa y que parece que, por su desconocimiento, generan rechazo en parte del público actual”. La entidad destaca que Don Cristóbal es una obra que se representa “desde hace más de 200 años en todo el territorio español”, con “escenas como algunas de las que se pudieron ver en Madrid”.
Señala igualmente que en muchos países de nuestro entorno, como Francia, el Reino Unido, Italia, la República Checa, Holanda o Alemania “son habituales y públicamente reconocidas representaciones con contenidos semejantes” y que incluso en Londres “existe un día dedicado específicamente a Mr Punch donde se representa y celebra de manera multitudinaria y ante niños y mayores esta obra (con ahorcamientos y golpes incluidos) como una parte destacada de la cultura nacional”. La asociación concluye que parte de la polémica se produce en gran medida “por la reducción de los títeres a un espectáculo para la infancia que vivimos desde hace décadas” cuando en realidad “estos entretenimientos han desempeñado durante muchos años una función catárquica para las clases populares y se dirigían a espectadores de todas las edades”.
También lo cree así Comba Campoy: “Se ha llegado a un punto, en la actualidad, en el que los títeres han sido convertidos en un espectáculo únicamente infantil, casi con una función de canguro, para dejar allí los niños”. “Ha pasado ya con Barriga Verde en las representaciones que hoy en día realizan [las compañías] Viravolta y Alacrán. Afortunadamente no ha habido denuncias, pero sí críticas de algunos padres y madres e incluso cartas al director en periódicos quejándose de que se programe un espectáculo para niños y niñas tan violento y soez. Y es porque no se entiende el contexto del espectáctulo”, dice.
Efectivamente, la figura de Barriga Verde adopta en Galicia la misma función que en otros territorios de Europa, durante siglos, habían adoptado títeres populares, dándoles voz a las reivindicaciones y preocupaciones de las clases populares. Barriga Verde es cultura popular absolutamente insertada en la tradición gallega, pero al mismo tiempo forma parte de una tradición más amplia, de dimensión (al menos) europea. “Hay muy pocas diferencias en el repertorio, en los trazos de carácter, entre el nuestro Barriga Verde y el Don Roberto del norte de Portugal, pero es igualmente primo de Pulcinella, Punch o de Polichinelle, encontramos expresiones culturales muy semejantes en todo el continente. No entiendo cómo las instituciones europeas no repararon en que tienen ahí un ejemplo perfecto de una cultura europea”, destaca Campoy. “Posiblemente sea una figura universal, porque encontramos elementos semejantes en Asia, en el norte de África, en los mamolengos del Brasil”, añade.
'Barriga Verde', instrumento de crítica
A partir de estructuras y fórmulas fijas (y comunes a otros territorios europeos), entre ellas los golpes de cachiporra, Silvent conseguía ataer la atención del auditorio incorporándoles a los diálogos de los personajes elementos de actualidad y sucesos de tipo local. Barriga Verde era siempre el protagonista, dotado de inteligencia y picaresca frente a las demás figuras, secundarias. “Valiéndose de expresiones de la cultura popular, la población expresaba, de manera pocas veces perceptible para las autoridades, su descontento con el orden de cosas imperante”, en un proceso que autores como James Scott denominan infrapolíticas de las subalternas, de modo que “en sociedades tradicionales y bajo situación de represión, el pueblo utiliza determinadas técnicas y expresiones culturales para criticar la realidad”, explica Campoy.
En el contexto de represión y pobreza de la postguerra, las ferias y fiestas patronales eran una vía de escape a la dura realidad, y en ellas artistas ambulantes -entre ellos los titiriteros- ofrecían expresiones culturales que escapaban del control de la dictadura. “El régimen miraba con recelo aquellas expresiones que desbordaban su control, pero las permitía porque despreciaba su influencia. A fin de cuentas, duraban lo que una sonrisa”, afirma Campoy. “Los títeres y otras expresiones de cultura popular sirvieron y pueden seguir sirviendo para vehiculizar ese descontento, esa forma de pensar diferente de los grupos dominados. Eso sí, habría que preguntarse quiénes nos reconocemos como subalternas, hoy en día”, destaca.
En una escena típica de la obra el protagonista pega a representantes de la Iglesia, a soldados o a policías, una acción crítica que cobra especial importancia en el contexto de represión propio de la postguerra. Campoy analiza la manera en que el espectáculo se apropiaba de tácticas propias de la oralidad como el anonimato o la ambigüedad. “El espectáculo de Barriga Verde conseguía incrustar tan eficazmente esa crítica que muchas veces las autoridades franquistas ni se daban cuenta. Sí constan algunas amonestaciones verbales, con origen en el cura de la parroquia”, comenta. “No había textos escritos. Había una estructura básica y en muchos casos se improvisaban los diálogos a partir de temas de actualidad”, explica.
El proyecto de recuperación de Barriga Verde iniciado hace años por las personas que conforman la Asociación Cultural Morreu o Demo ha conseguido ya parte de sus objetivos, recopilando y difundiendo importantes materiales e información sobre estos títeres. A este respecto Campoy concuerda en los éxitos conseguidos pero señala que el tercer gran objetivo sería “la socialización, que es lo que nos falta: conseguir que la sociedad gallega se identifique con Barriga Verde como un referente vivo, como una forma de hacer teatro de títeres incómoda al poder”. “En el proceso de reactivación y recuperación del personaje no debe perderse ese componente antiautoritario del espectáculo. No es fácil, pero es posible que cosas como las que están sucediendo en Madrid nos ayuden a poner el foco en ese aspecto y la que esa identificación sea más efectiva.
“Parte de nuestro trabajo era recuperar esa tradición, mostrar que está ahí. Pero ahora es la sociedad gallega la que se tiene que reapropiar del espectáculo, hacerlo suyo y a lo mejor darle una vuelta, incluso cambiando el soporte, utilizar a Barriga Verde en las redes sociales como un símbolo de aquellas otras cosas que se quieren decir”, concluye.