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El español que mueve máquinas con la mente: “Somos más eficaces sin ellas”

José del R. Millán estudia cómo mejorar las interfaces hombre-máquina (Foto: Cristina Sánchez)

Cristina Sánchez

Ya sea con fines de venganza, como los de la inadaptada Carrie que Stephen King imaginó, o para luchar por el bien de la galaxia como los caballeros Jedi, controlar lo que nos rodea con la mente parece un superpoder propio de la fantasía.

Tal vez por eso, cuando hace casi veinte años el investigador José del R. Millán sugirió al comité científico del Joint Research CenterJoint Research Center, un centro de investigación de la Comisión Europea, que nuestras señales cerebrales podían decodificarse para mover una máquina, muchos le tomaron por loco.

Aunque el Mundial de Fútbol de Brasil hiciera que un controvertido exosqueleto controlado por el cerebro de un joven parapléjico saltara a los titulares en 2014, que este informático español propusiera que unos cuantos electrodos podían ayudar a que el cerebro de una persona paralítica interactuara con una máquina no parecía viable por aquel entonces. “Como concepto, es un concepto de ciencia ficción”, reconoce el propio José del R. Millán a HojaDeRouter.com.

Sin embargo, él tenía claros los límites entre lo que la ciencia podía conseguir y lo que no. Sabía que su idea era factible y defiende que “alguien tenía que hacerlo”. Eso sí, la montaña fue “más empinada de lo que esperaba”. Durante dos años no logró ningún resultado. Pese a ello, siguió intentándolo.

Ahora, Millán dirige a un equipo de investigadores en la Escuela Politécnica Federal de LausanaEscuela Politécnica Federal de Lausana en Suiza y coordina varios proyectos europeos para desarrollar interfaces cerebro-máquina (BCI por sus siglas en inglés) cada vez mejores. Unos dispositivos que podrán beneficiar a las personas que padecen una discapacidad física o a las que sufren enfermedades neurodegenerativas, tal y como ha explicado en su conferencia en la Global Robot Expo que se ha celebrado en Madrid hace unos días.

Eso sí, aún le falta mucho trabajo por delante para conseguir su meta: un exoesqueleto que se integre de la manera más directa posible con nuestro cerebro y emule nuestro sistema nervioso y nuestro sistema músculoesquelético como si de un cuerpo se tratara.

NEUROPRÓTESIS QUE SABEN CUÁNDO SE EQUIVOCAN

A lo largo de estos años, Millán ha mejorado ese casco con electrodos que se coloca sobre el cuero cabelludo del paciente para monitorizar su actividad eléctrica cerebral (EEG). Valiéndose de técnicas de aprendizaje estadístico, identifica la intención de un sujeto cuando desea realizar ciertos movimientos.

En 2010 presentó una de las aplicaciones reales de sus investigaciones: una silla de ruedas provista de dos cámaras para reconocer el espacio capaz de desplazarse a derecha o izquierda con el pensamiento casi al instante, de forma que el usuario no tuviera que fatigarse repitiendo la orden mental en su cerebro. Cuando la persona se centra en otra tarea, la silla se detiene.

Con ese mismo método, ha logrado que un grupo de personas con discapacidad física desplazaran desde Italia, Alemania y varias localizaciones de Suiza un robot de telepresencia por las instalaciones de la Escuela Politécnica Federal de Lausana con los mandatos de su cerebro.

Hace unos meses, el equipo de Millán y un grupo de investigadores de la Universidad de Zaragoza demostraron que las neuroprotésis eran capaces incluso de mejorar y aprender nuevas tareasneuroprotésis. Frente a los exoesqueletos que estimulan la columna vertebral, este avance podría ayudar especialmente a las personas que sufren parálisis o pierden habilidades motoras como consecuencia de accidentes cerebrovasculares, lesiones en la médula espinal o enfermedades neurodegenerativas.

“Lo que estamos decodificando es una señal que es preciosa en nuestro cerebro y que emerge cada vez que nosotros somos conscientes de que el curso de nuestras acciones no es el apropiado, cuando estamos cometiendo errores o cuando la máquina está cometiendo errores”, detalla Millán.

De esta forma, el 'software' no tiene que conocer todos los detalles de la trayectoria de un exoesqueleto o de un simple brazo robótico que intenta coger un vaso de agua de una mesa, una labor que sería demasiado compleja. Simplemente, el sistema emula el modo en el que todos adquirimos cualquier nueva destreza: aprendiendo cuando nos equivocamos.

Cuando la neuroprótesis decodifica la percepción del usuario para saber si el brazo lo está haciendo bien o mal, puede aprender movimientos cada vez más complejos de un modo casi natural. De hecho, con tan solo 300 acciones y un poco de entrenamiento, el sistema puede diferenciar las decisiones erróneas en un 80 % de los casos.erróneas en un 80 % de los casos

Los conceptos ya están ahí, lo que tenemos es que mejorar muchos aspectos, ya que por el momento requiere un esfuerzo. Con el nivel de decodificación que tenemos hoy se pueden empezar a hacer ciertas cosas, pero todavía no es suficiente para ponerlo a disposición de las personas”, admite el investigador.

Con estos sistemas, Millán ha logrado que una mano robótica se abra o se cierre, que una máquina comience un movimiento y se detenga o que se desplace a izquierda y derecha. Aún faltan muchas otras señales que decodificar, a lo que se suma la dificultad que supone que el sistema funcione durante largos periodos de tiempo.

TELEQUINESIS, ¿IMPOSIBLE O SIMPLEMENTE INDESEABLE?

Millán también consiguió hace unos años que varios portadores de su particular casco utilizaran un teclado virtual con sus órdenes mentales de la misma forma que pueden controlar la silla de ruedas o el robot de telepresencia. De hecho, otras empresas, como Emotiv, ya han desarrollado lectores de ondas cerebrales para usar nuestro ordenador con el cerebronuestro ordenador con el cerebro.

Pese a que defiende que navegar por internet, mover un vehículo robótico o interactuar con otros objetos conectados utilizando nuestra mente puede ser “más fácil que controlar un exoesqueleto”, este investigador no cree que la telequinesis sea la técnica más adecuada para un paciente con parálisis cuyo mayor deseo es moverse de la cama. Si algo nos distingue como humanos, es “la capacidad de desplazarnos en el ambiente”, así que no ha centrado su investigación en esa posibilidad.

Tampoco cree que los que no sufrimos discapacidad alguna vayamos a ser los primeros en utilizar interfaces cerebrales masivamente. Somos “mucho más rápidos y más eficaces” sin ellas. “Mi filosofía es que tenemos que seguir utilizando nuestro propio cuerpo”, sostiene Millán.

Un casco no va a sustituir a nuestras manos próximamente para que controlemos dispositivos inteligentes sin mover un dedo, sino que a su juicio nos ayudará a mejorar ciertas capacidades.

Precisamente por eso no piensa que los coches autónomos vayan a acabar con el papel del conductor en un futuro, sino que solo lo van a reemplazar en momentos puntuales. De hecho, lleva años trabajando con Nissan en un proyecto para lograr que los vehículos inteligentes se conviertan en una extensión de nuestro propio cuerpo. Si nuestros patrones de pensamiento indican al automóvil que queremos parar, este comenzaría a detenerse antes incluso de que pisemos el pedal del freno, mejorando la seguridad.

Además, Millán pretende que el casco, en lugar de decodificar comandos motores, sea capaz de descifrar nuestra atención. “Lo que quiero es saber que cuando usted decide conducir manualmente es consciente de todos los parámetros que rodean al coche”, detalla. Así que, si el casco percibe que el conductor se distrae, el coche podría alertarle de alguna forma para que espabile, evitando algún que otro accidente. Sin embargo, en su opinión, el conductor seguirá llevando el control.

¿ACABARÁ CONTROLÁNDONOS LA MÁQUINA?

A Millán no le parece incorrecto que utilicemos el término “cíborg” para referirnos a las personas que recuperan una capacidad que han perdido gracias a un implante, como Neil Harbisson, el hombre que puede escuchar los colores gracias a un dispositivo conectado a su cerebro.

Lo que sí le disgusta es que se utilice ese vocablo para aludir a hipotéticas situaciones en las que una máquina, supuestamente, podría perfeccionar al humano. “Toda máquina, en el mejor de los casos y estamos muy lejos de eso, va a imitar lo que sabemos hacer de manera natural”, defiende.

Entonces, ¿está equivocado Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google, cuando asegura que en el 2040 la inteligencia no biológica superará a la biológica? ¿No alcanzaremos próximamente la singularidad como este futurólogo predice?

“Yo no lo creo, porque yo voy a interaccionar con la máquina porque voluntariamente quiero interaccionar con ella y lo único que va a poder hacer es decodificar mis intenciones, cada vez más rápido y cada vez mejor, pero soy yo quien las genero”, defiende Millán. Y él conoce a la perfección las dificultades para conseguir que una máquina interprete nuestros deseos.

No obstante, ¿es imposible que al igual que una máquina descifra nuestras intenciones sea capaz de cifrarlas y estimular nuestro cerebro sin que nos demos cuenta de ello? Millán reconoce que “son los dos lados de la misma moneda”. “Eso lo tendremos que estudiar y después decir cuáles son los riesgos”, admite este investigador, que no tiene reparos en barajar hipótesis que nos recuerdan a películas de ciencia ficción.

Al fin y al cabo, defender a ultranza sus rompedoras ideas le permitió convertirse en un reconocido pionero en el estudio de interfaces hombre-máquinapionero en el estudio de interfaces hombre-máquina. Ahora, está convencido de que antes de que acabe su carrera, habrá conseguido “avances sustanciales” para que sus investigaciones lleguen a las personas con discapacidad y para que humanos y ordenadores se entiendan cada vez mejor. “Ese sería el sueño último, que el exoesqueleto sea yo”, asegura con convicción este investigador que ha dedicado su carrera a conseguir ese propósito.

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