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'The Hitler Problem': el dilema moral que inquieta a los expertos en genética

Los científicos saben modificar el genoma de organismos vivos desde los años setenta

Lucía Caballero

Con tan solo 14 semanas de vida, los médicos diagnosticaron a Layla Richards un tipo de leucemia especialmente agresiva. Después de intentarlo sin éxito con quimioterapia y un trasplante de médula ósea, los facultativos del Hospital Great Ormond Street (Londres) decidieron probar con otros métodos a petición de los padres de la niña.

En colaboración con el University College londinense, el equipo aplicó un procedimiento que solo se había empleado en ratones: Layla recibió por vía intravenosa linfocitos T (los soldados del sistema inmune) genéticamente modificados por la empresa Cellectis. Utilizaron la técnica conocida como TALEN para insertar en el ADN de las células inmunitarias los genes que les permitieran reconocer y destruir células cancerígenas.

Tras cinco meses, un largo periodo de aislamiento y otro trasplante de médula, los médicos anunciaron que la terapia combinada había surtido efecto. La pequeña está en casa y sus células sanguíneas son normales, aunque tiene que pasar revisiones constantes – es un tratamiento experimental, por lo que la incertidumbre se mantiene.

Las terapias génicas, como la recibida por Layla y las aplicadas en otros (aunque contados) casos, solo afecta a las células llamadas somáticas – las que forman tejidos y órganos. Si algún día Layla tiene hijos, no heredarán sus linfocitos especiales, y cuando muera, estos morirán con ella.

Sin embargo, hay otra aplicación de la ingeniería genética en humanos, rodeada de un intenso debate, que provocaría la perpetuación de los cambios. Si las alteradas fueran células germinales (las que dan lugar a óvulos y espermatozoides) o de embriones humanos, las variaciones serían hereditarias.

“La modificación genética de células germinales no se había abordado, debido a la dificultad para realizarla y sus implicaciones bioéticas”, asegura a HojaDeRouter.com Gemma Marfany, investigadora en genética de la Universidad de Barcelona. Pero la mejora de otra de las técnicas utilizadas para eliminar, añadir y sustituir pedazos de ADN en las células, CRISPR (desarrollada en 1987), ha abierto el debate en la comunidad científica.

CRISPR-Cas 9 [así se llama la última versión] es una herramienta perfeccionada, más precisa, por lo que, aunque todavía no sea lo suficientemente efectiva, abre la puerta a su aplicación en células germinales humanas”, indica Marfany. 

Desde que la técnica fuera desarrollada en 2012 por un equipo de investigadores de la Universidad de California en Berkeley, no han parado de surgir nuevas aplicaciones en laboratorios de todo el mundo. CRISPR-Cas 9 es relativamente barata y fácil de utilizar: se ha aplicado en células animales y en células humanas para prevenir la incidencia del virus del sida y eliminar genes relacionados con el cáncer.

En abril, por primera vez, científicos chinos publicaron un estudio en el que explicaban cómo habían modificado el ADN de embriones humanos inviables (no podían dar lugar a un nuevo organismo). “Cualquier publicación probablemente refleja una situación que está cinco pasos por detrás de lo que realmente sucede en los laboratorios de todo el mundo”, asegura Fyodor Urnov, investigador en la empresa estadounidense Sangamo BioSciences y la Universidad de Berkeley.

Un negocio en ciernes

El equipo de Sangamo BioSciences trabaja en el diseño de terapias génicas para enfermedades infecciosas como el sida (ya en ensayos clínicos) o genéticas. Pero hay otros actores: George Church, uno de los primeros en probar CRISPR-Cas9 en células humanas, se encuentra entre los fundadores de Editas Medicine; y en Suiza está Crispr Therapeutics, fundada por Emmanuelle Charpentier, una de las madres de la herramienta.

Parece un campo prometedor, pero al emprendedor tecnológico por excelencia, el multimillonario Elon Musk, es una idea que le quita el sueño. En una reciente entrevista, Musk aseguraba que no veía la manera de evitar lo que él bautizó como ‘the Hitler Problem’: el perfeccionamiento de la raza humana, esta vez gracias a la ingeniería genética.

No es el único que se ha mostrado preocupado. Junto con otros colegas, Urnov publicó un artículo en ‘Nature’ a principios de año con un título que no dejaba lugar a dudas: “No editen la línea germinal humana”. “Pedimos una moratoria para la edición del genoma de embriones hasta que se haya celebrado un reunión global para discutir las cuestiones científicas, éticas y legislativas”, nos dice Edward Lanphier, coautor del texto, presidente de Sangamo BioSciences y de la Alianza para la Medicina Regenerativa.

El encuentro al que hace referencia el experto ya tiene fecha. Tendrá lugar a principios de diciembre en Washington. Está impulsado por la Academia Nacional de Ciencias y la de Medicina estadounidenses, la Academia de Ciencias de China y la Royal Society de Londres.

“La mayoría de los países no aceptan la manipulación genética en línea germinal”, indica Marfany. Es lo que ocurre en Europa occidental. En Estados Unidos no está prohibida por ley, aunque los Institutos de Salud no contemplan su aplicación. Otros territorios, como China, son más laxos al respecto, y algunos ni siquiera tienen legislación explícita sobre ingeniería genética en humanos.

La tecnología evoluciona rápidamente, así que urge establecer unas directrices. “La cuestión clave no es si tenemos las herramientas para editar las células de la línea germinal o de un embrión, sino con qué objetivo”, nos explica Urnov, que acudirá como ponente a la reunión de diciembre, igual que Church.

Church, famoso por sus argumentos a favor de la investigación en este campo, afirma que ya existen mecanismos para asegurar la seguridad y eficacia de las técnicas, aunque una discusión multidisciplinar es “deseable”. “Como cualquier otra tecnología, solo debe aplicarse en humanos cuando se ha comprobado su viabilidad en ensayos clínicos”, señala. 

Urnov se muestra más contundente: “Los expertos en terapia génica y diagnóstico genético clínico están de acuerdo en que no hay necesidad médica para editar el ADN de las células de la línea germinal o de embriones”, asegura. A pesar de ello, “la gente se está esforzando en buscar una razón”.

“Algunos individuos están proponiendo la edición genética de embriones para mejorar la raza humana”, sostiene Urnov. La cuestión plantea serias dudas, no solo a nivel ético sino también científico. “Puede haber cambios que parezcan deseables cuando una persona es joven, pero no de mayor”, asegura Marfany. Una intervención podría terminar perjudicando al individuo y, por otro lado, “no tenemos suficiente conocimiento para saber qué queremos modificar”, señala la investigadora. Muchas características humanas son consecuencia de una combinación de genes influidos por las condiciones externas.

Urnov plantea una situación que considera particularmente delicada: el gen APOE4 se ha relacionado con la degeneración neurológica y el alzhéimer. “Imagina que dentro de unos años adaptan CRISPR-Cas9 para eliminar esta unidad en embriones: ¿cómo sería el ensayo clínico para evaluar su efecto? ¿Esperamos 75 años para ver si los niños desarrollan alzhéimer en la vejez?”. Asegura que aquellos que abogan por la mejora genética humana no tienen respuestas para preguntas como esta.

“Hay que ser pragmáticos, las cosas se hacen porque tienen un sentido científico”, indica Marfany. Aún no es factible, pero se podría llegar a modificar genéticamente embriones humanos en el futuro si aumenta la eficiencia de CRISPR. O quizá no. “Puede que no se haga de la manera en que se está planteando ahora o que no se realice nunca si otro método es más seguro y eficiente”, prosigue la investigadora.

¿Un miedo injustificado?

Después del nacimiento de la oveja Dolly − revelado en 1997 en ‘Nature’ −, organismos científicos y gobiernos se plantearon las implicaciones éticas y legales de un procedimiento que presumiblemente podría aplicarse en embriones humanos. Se especuló sobre ello, pero “además de plantear problemas morales, las clonaciones humanas eran técnicamente difíciles, con poca probabilidad de éxito y no tenían sentido científico”, dice Marfany.

Cuando existe una visión común a la mayor parte de la comunidad científica internacional, la investigación en un campo acaba tomando una misma dirección. Porque para avanzar hacen falta fondos, apoyo y reconocimiento. Ian Wilmut, el líder del equipo que duplicó a Dolly, recibió un permiso especial para clonar embriones humanos y cultivar células madre germinales que permitieran estudiar y tratar enfermedades neurológicas.

Dos años después, Wilmut abandonó este tipo de estudios por otra línea más prometedora, basada en una estrategia diferente: convertir células adultas en primigenias – se denominan células pluripotentes inducidas − para volverlas a reprogramar y formar otro tipo de tejidos. “Que se investigue en una línea no quiere decir que tenga que aplicarse si tiene muchas connotaciones negativas. Puede servir para abrir nuevos campos paralelos más aceptables”, aclara Marfany.

“Los científicos no investigan por investigar. Si en tu país está prohibido cierto tipo de experimentación, no vas a recibir dinero para realizarla, y los equipos y el material son caros”, afirma la experta de la UB. 

No obstante, Lanphier advierte que no podemos subestimar el poder de una tecnología barata y fácil de utilizar. “En India hay médicos con máquinas de ultrasonidos portátiles que revelan el sexo de un bebe y han facilitado los abortos voluntarios cuando el feto tiene sexo femenino”, dice.

Entonces, si finalmente se establecen unas directrices y normas, ¿todos respetarán los límites? “Existe el turismo de células madres, personas que se van a países con una regulación más permisiva para recibir tratamientos regenerativos, pocos de ellos sometidos a ensayo clínico”, explica Urnov. Como en el ejemplo, es inevitable que haya quien continúe investigando, pero la cuestión, según el científico, es a qué escala y con qué nivel de aceptación pública.

A Urnov y Lanphier les inquieta que la sociedad no distinga entre los distintos tipos de aplicaciones de la modificación genética de células humanas y una sombra caiga sobre la investigación en terapias génicas.

Establecer los límites parece el primer paso, pero las consideraciones suelen cambiar a medida que la tecnología avanza y los procedimientos se vuelven habituales. Según Lanphier, “no se trata de regular la práctica, sino de preguntarnos por qué queremos realizarla”.

Church asegura que si editar el ADN fuera muy seguro y barato, seguramente se utilizaría con fines alejados de la medicina. “Pero si no queremos que se busquen este tipo de objetivos para mejorar el cuerpo, ¿no deberíamos prohibir otros métodos para conseguirlos como la cirugía estética, la cosmética o los entrenamientos deportivos?”

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Dan Century, NICHD/J. Lippincott-Schwartz, Steve Jurvetson, Universidad de Exeter y Lwp Kommunikáció

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