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La trastienda de Mechanical Turk, al descubierto: ellos son los auténticos precarios de internet

Para ganarse la vida como 'turker' hay que pasar muchas horas delante del ordenador

Lucía Caballero

Además de una persona originaria de Turquía, un ‘turco’ o ‘turco mecánico’ es un ingenio del siglo XVIII: una máquina que supuestamente jugaba al ajedrez de forma automática, como si tuviera algún tipo de inteligencia artificial. Constaba de una caja de madera que hacía las veces de mesa sobre la que se colocaba el tablero. Dentro, albergaba un mecanismo similar al de un reloj, formado por diferentes ruedas dentadas conectadas entre sí.

Su inventor, Wolfgang von Kempelen, hizo la primera demostración en 1770 en la corte de la emperatriz María Teresa de Austria. La máquina ganaba a casi cualquier contrincante humano, por muy bueno que fuera. Durante más de 80 años, su operario original y otros posteriores la pasearon de un lugar a otro por Europa y Estados Unidos. Hasta Benjamin Franklin y Napoleón jugaron contra ella: el primero perdió; el segundo realizó un movimiento no permitido y el autómata tiró todas las piezas dando por terminada la partida.

El misterioso artefacto pasó de mano en mano, igual que su secreto. Como habrás podido deducir, por aquel entonces no existía ningún desarrollo que permitiera a un aparato decidir la siguiente jugada por su cuenta. Quien manejaba peones y alfiles era un genio del ajedrez escondido dentro de la caja de madera. Todo era un engaño.

En inglés, el falso robot fue bautizado como ‘turk’ o ‘mechanical turk’, el mismo nombre que Amazon eligió para uno de sus servicios. La coincidencia no es fruto del azar: la web funciona un poco como el prodigioso ingenio.

Se trata de una plataforma de ‘crowdsourcing’ a la que empresas, universidades y centros de investigación recurren en busca de mano de obra (barata). Los demandantes publican tareas sencillas o HITS (de ‘Human Intelligence Tasks’) para que los usuarios registrados como trabajadores las realicen, siempre a través de un ordenador y facilitándoles las herramientas.

Los límites de la inteligencia artificial

“Les pagan por hacer cosas que una máquina no puede, como transcribir recetas escaneadas o realizar encuestas”, explica a HojaDeRouter.com Bassam Tariq, director del documental 'Turking for respect'. “Incluso Google lanza propuestas con el sobrenombre de 'Proyecto Endor'”, nos cuenta.

La recompensa económica (cuando existe) es irrisoria: varía desde un céntimo hasta un dólar, en casos excepcionales, dependiendo de la tarea y de la reputación que se consiga. Si trabajan bien, pueden acceder a ofertas con una compensación más alta; si no, quien realiza el encargo tiene derecho a negarles el dinero. Amazon, por su parte, se lleva a modo de comisión un 10% del total que abonará el empleador.

En la plataforma, como en aquella caja de madera del siglo XVIII, la inteligencia humana sustituye a la artificial. Y también tiene algo de engaño: en los pocos minutos que dura el documental, Tariq pone al descubierto las tripas del Mechanical Turk de Amazon. Los ‘turkers’ salen de la sombra para compartir sus experiencias.

Para contactar con los usuarios, Tariq decidió adoptar la estrategia de los empleadores y poner su anuncio en la plataforma. “Fui muy transparente, les dije que era para un documental, no quería que se sintieran engañados”, asegura el autor. Como el resto, les pagaba una pequeña cantidad por hablar con él a través de la plataforma. Algunos accedieron a hacerlo también por Skype, aunque otros le pedían una recompensa mayor. “Para ellos, su tiempo es dinero y no quieren perderlo en algo que nos le reporta beneficios”.

La mayoría viven en Estados Unidos o India, pero la situación de ambos colectivos era diferente. En el país asiático, “solo buscan otra manera de conseguir dinero porque son muy prácticos y lo ven como algo lucrativo”. En el gigante norteamericano hay más variedad. “Algunas personas tienen un trabajo y se lo toman un juego”, explica, pero la mayoría “lo hacen porque no han encontrado otra forma de ganarse la vida”.

¿Cómo se subsiste contando céntimos? ¿Por qué una compañía paga cantidades ínfimas por una tarea que solo llevaría unos minutos a un auténtico empleado?

Vivir en internet para llegar a fin de mes

“Al principio no lo veía como un trabajo”, admite Kristy Milland, uno de los rostros que aparecen en el documental de Tariq. Ella no ha tenido ningún reparo en resolver nuestras dudas y contarnos su experiencia con Mechanical Turk. “Lo consideraba un servicio que merecía la pena explorar”, prosigue.

La estadounidense comenzó en 2005, aunque solo lo hizo “a tiempo completo” entre abril de 2010 y marzo del año pasado. Nos asegura que podía pasar trabajando 17 horas al día o hacerlo de forma continua durante una semana y luego tomarse otra libre. “Todo depende de la cantidad de propuestas disponibles y de cuánto te pagan”, prosigue. “Organizas el tiempo en torno a una buena oferta y tu vida sufre, pero es la única manera de subsistir”.

En la medida de lo posible, elegía tareas relacionadas con la escritura: traducciones, transcripciones, etiquetado o categorización de elementos. “Las peores son las que contienen contenido moralmente perturbador, como la moderación de fotografías”, señala Milland. Entre esas imágenes, los ‘turkers’ se encuentran a menudo con violencia gráfica o pornografía infantil.

“No hacía HIT en las que no me pagaban justamente”, asegura. Como tenía unas buenas estadísticas en la plataforma y conocía a empleadores y otros ‘turkers’, no le resultaba tan difícil encontrar estas tareas, pero ¿debería existir una especie de salario mínimo? “Veo injusto que no haya algún tipo de norma que regule las cantidades, pero, por otro lado, no sé cómo podría valer para todos”, admite.

En India o el estado de Mississippi, el coste de la vida no es tan alto como en Toronto, donde Milland reside. No obstante, cree que la clave está en las habilidades necesarias para cada actividad. “Las tareas de diseño gráfico o traducción deberían estar mejor pagadas que otras más sencillas”, indica.

En 2014, Milland comenzó a ser consciente de que “es una plataforma de empleo y muchos usuarios están siendo explotados”, así que la abandonó. “Amazon te dirá que no existen contratos, pero tenemos que hacer todo lo que hace un trabajador normal”.

En realidad, funcionan como trabajadores independientes o ‘freelance’ que prestan servicios puntuales a distintos clientes. De acuerdo con la normativa del Servicio de Impuestos Internos de los Estados Unidos, deben pagar el impuesto sobre la renta y el de autoempleo, que para los autónomos españoles se traduce en la cuota de la seguridad social y de asistencia médica. Así, pueden desgravarse gastos relacionados con su actividad, como la factura de internet o compras de ‘hardware’. “El Gobierno siempre se lleva su parte, aunque Amazon diga que Mechanical Turk no es una plataforma de trabajo”, afirma Milland.

Por si las desventajas fueran poco evidentes, quien requiere los servicios de un 'turker' puede negarle el pago si el trabajo no le satisface, y difícilmente podrán reclamar nada. Por esta razón, a finales del año pasado nacía la campaña Dear Jeff Bezos, que anima a los ‘turkers’ a enviar un email al fundador de Amazon pidiéndole mejoras en sus condiciones. La iniciativa se ha canalizado a través de la plataforma Dynamo, creada por un investigador de la Universidad de Stanford en colaboración con algunos usuarios de Mechanical Turk que quieren cambiar su situación.

“La mayor parte de los problemas se solucionarían si Amazon nos considerara y presentara como seres humanos, y no inteligencia artificial o algoritmos”, dice la estadounidense. Esto significa que los ‘turkers’ deberían ser compensados adecuadamente por ayudar a empresas e investigadores. “A esos que pagan céntimos por una hora de trabajo les preguntaría si harían lo mismo si su hijo o su mujer estuvieran haciendo esa tarea”.

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Christopher, Michael Mandiberg y Steve Jurvetson

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