Pronto firmarás contratos irrompibles que aseguran su propio cumplimiento
Por mucho que la tecnología avance, la mayoría de lo que hacemos a través de internet sigue basándose en la confianza ciega entre personas y empresas. Ya sea al comprar algo a distancia a través de Wallapop o al entrar en el controvertido mundo de las apuestas ‘online’, no queda otra que fiarse de un tercero y rezar para no caer en una estafa.
Por fortuna para los consumidores, esto podría cambiar pronto gracias a los contratos inteligentes, capaces de asegurar su propio cumplimiento. Un 'smart contract' “es un programa que vincula a ambas partes. Funciona igual que un contrato normal, solo que en lugar de tener texto lo traducimos a código fuente”, explica Alberto Gómez Toribio, director de tecnología de la ‘startup’ Clluc, una de las primeras compañías españolas que se dedican a este negocio incipiente.
Aunque parezca un concepto complicado, en realidad es simplemente un ‘software’ que realiza la acción que se le indica cuando se produce un desencadenante concreto. Si con IFTTT, el popular servicio que permite programar acciones automáticas en base a ciertas condiciones, podemos indicar que, por ejemplo, se actualice nuestro estado de Facebook cuando nos estemos quedando sin batería, con los ‘smart contracts’ es posible automatizar transacciones para que el dinero cambie de manos, y llegue al vendedor, cuando el comprador reciba el producto.
Así, las principales diferencias entre un contrato inteligente y algo tan sencillo como IFTTT es que el primero vincula a las dos partes y hay dinero de por medio (o incluso la propiedad de un bien).
Una idea de hace veinte años
El concepto de este futurista contrato nació hace ya más de dos décadas, pero no ha sido hasta la aparición de las condiciones técnicas propicias, en 2015, cuando ha comenzado a despegar.
Fue a mediados de los 90 cuando el criptógrafo húngaro Nick Szabo imaginó la posibilidad de crear programas informáticos que hicieran las veces de contratos capaces de ejecutarse a sí mismos. En un artículo publicado en 1997, Szabo señalaba a las máquinas expendedoras como precedente de los ‘smart contracts’: “La máquina admite monedas y, a través de un simple mecanismo, dispensa cambio y un producto en función del precio mostrado”.
Lo que ha pasado entre aquella idea del siglo XX y el actual estado de los ‘smart contracts’ no es otra cosa que la aparición de 'blockchain', la tecnología en que se basan Bitcoin y otras criptomonedas. Como explica Gómez Toribio, 'blockchain' no es sino “un libro contable que está en posesión de muchas personas y que sirve para anotar quién tiene qué, de forma que si yo quiero transferirte dinero a ti, tengo que poner en conocimiento de todas esas personas el hecho de que quiero transferirte dinero para que se anote en todas las copias de ese libro contable”.
“Para que funcionen [los contratos], necesitas que los bienes sean controlables por el código. Por eso han despegado con criptomonedas, porque no tienen entidad física y son fácilmente controlables de forma digital”, explica el jurista Jorge Morell. “Necesitas un intermediario que controle si las condiciones que has establecido se dan o no y que sea una fuente externa la que te dé esa información”.
De ahí que el surgimiento de 'blockchain' haya sido indispensable para que funcionen los contratos inteligentes. Antes, se planteaba el dilema de qué ordenador utilizar para comprobar si se daban las condiciones pactadas. ¿Y si el equipo de una de las dos partes estaba trucado para estafar a la otra? Sin embargo, con 'blockchain' son esos libros contables los que alojan de forma externa un contrato capaz de verificarse y ejecutarse por sí mismo. “Los 'smart contracts' son tan sólidos porque precisamente funcionan en una red con unas reglas muy estrictas y que no es propiedad de nadie”, añade Gómez Toribio.
“La idea sería la siguiente. Se incluye una cantidad de dinero en forma de criptomoneda dentro del ‘smart contract’, y a continuación se pone dentro del código una orden”, explica el socio de Abanlex Pablo Fernández Burgueño. Y lo ilustra con un símil futbolístico: “Cuando el Real Madrid gane la siguiente Copa de Europa, este dinero va a ir a una ONG determinada”. Así, si el club merengue se alza con la próxima Champions League, el propio ‘smart contract’ transferirá ese dinero a la ONG. Si no sucede, el contrato devolverá el dinero a su dueño original.
El contrato inteligente necesita ayuda para comprobar si las condiciones pactadas se han cumplido. Siguiendo con el ejemplo, el ‘smart contract’ deberá recurrir a un buscador para saber quién ha ganado el torneo. En lugar de hacerlo con Google, Gómez Toribio indica que lo ideal es recurrir a buscadores como Wolfram Alpha, capaz de responder con un escueto “sí” o “no” a la pregunta que le hace el contrato.
¿Digital o digital?
A pesar de lo útiles que pueden resultar, a día de hoy la limitación de los contratos inteligentes es más que obvia: solo pueden aplicarse a bienes digitales. Es el caso del testamento basado en 'blockchain'. Para ponerlo en marcha, incluiríamos en el contrato lo que deseamos que reciban nuestros herederos (contraseñas de redes sociales, correo electrónico...) y estableceríamos como condición el envío de una prueba de vida. Cada cierto tiempo, transferiríamos una cifra simbólica a la cuenta acordada. El día que dejásemos de hacerlo, el contrato entendería que hemos fallecido y ejecutaría nuestra voluntad.
En el contexto de la internet de las cosas, con el mundo físico cada vez más conectado al virtual, el hueco para los 'smart contracts' cada vez es más amplio. Morell pone como ejemplo un camión de mercancías: “Se puede monitorizar la localización del material vía GPS y al llegar a su destino, directamente se cobra”.
Aunque la tecnología 'blockchain' esté en la base de esta idea, las criptomonedas no son indispensables para su funcionamiento. De hecho, ya ha quien trabaja en desvincular los ‘smart contracts’ de Bitcon y el resto de monedas virtuales. En concreto, lo hace el Banco Santander conBanco Santander un contrato capaz de mover euros.
“Cuando ese proyecto se libere, podremos ir al banco y darle, por ejemplo, 100 euros”, explica Gómez Toribio. El banco anotará en el contrato que nos debe esa cantidad de dinero. “La gracia es que ese apunte, que se llama ‘token’, puedo transferirlo una vez que se ha transformado en un bien digital a otra persona que esté en Australia, en China o en Indonesia sin que haya ningún tipo de fricción”. Así, el problema de la confianza se elimina sin necesidad de usar una moneda virtual a la que no estamos acostumbrados.
Los grandes problemas
Estos contratos también tienen sus inconvenientes. Para empezar, si es posible equivocarse redactando un documento legal con la flexibilidad que permiten las palabras, hacerlo con código también puede conducir a error. Con un par de diferencias: es más complicado que alguien se percate del fallo (a menos que ambas partes entiendan el programa o cuenten con ayuda) y no hay marcha atrás. Los contratos inteligentes no se pueden editar ni revocar: una vez que está alojado en la cadena de bloques, solo queda que se cumplan las condiciones pactadas.
Es lo que sucedió con The DAO, la organización que fue protagonista del mayor escándalo de los todavía incipientes ‘smart contracts’. La organización operaba de forma descentralizada y autoregulada a través de un contrato inteligente: cualquier persona del mundo podía dar su dinero a modo de capital social y, automáticamente, el contrato le asignaba las participaciones que le correspondían. Todo un ejemplo de automatización que parecía no tener grietas: cada miembro de la organización podía proponer en qué gastar el dinero y el ‘smart contract’ ejecutaba las acciones en base a los votos de todos los participantes.
Sin embargo, el código tenía un error del que se aprovechó uno de los miembros para ir sacando (que no robando) dinero poco a poco, hasta hacerse con criptomonedas por valor de unos 50 millones de dólares (cerca de 45 millones de euros).
“El segundo inconveniente sería el de la posibilidad de hacer que el ‘smart contract’ esté diseñado para promover el mal”, apunta Burgueño. Es el mismo potencial delictivo que se achaca a las propias criptomonedas y a cualquier tecnología que garantice el anonimato.
Así, podría darse el caso extremo de un contrato en el que se pactase un crimen, por ejemplo un asesinato: el ‘smart contract’ buscaría en determinada fecha información sobre la muerte de una persona y, en caso de hallarla, pagaría lo estipulado al autor del homicidio. “El nivel de rastreo de ese pacto es mínimo, porque utilizan monedas que están al margen y se paga sin tener que hacer ninguna transacción”, resume Morell.
Además, Burgueño apunta un tercer inconveniente: la posibilidad de que estos contratos inteligentes incluyan datos personales de un tercero. “De esta manera, no se pueden borrar nunca y quedan permanentemente accesibles desde cualquier parte del mundo y de forma gratuita”, señala.
Es un problema de difícil solución y no exclusivo de los ‘smart contracts’, sino consecuencia del funcionamiento de la propia 'blockchain', donde toda información registrada permanece por los siglos de los siglos. “La única respuesta es articular el derecho al olvido para que los buscadores no muestren esa información cuando alguien la pida”, indica Burgueño.
¿El fin de los notarios?
Si estos contratos que velan por su propio cumplimiento son redactados por programadores, quienes podrían ver mermado su negocio son los notarios. Parece evidente, pero los juristas consultados niegan que vaya a producirse este reemplazo. “Está claro que algunas tareas pequeñas y muy rutinarias se pueden automatizar así, pero no llegarán a desaparecer los notarios”, afirma Morell.
Además, la propiedad de ciertas cosas, como los pisos o los vehículos, no puede cambiar así como así a través de un contrato inteligente. Podría llegar a hacerlo si, por ejemplo, el Registro de la Propiedad implementara la compatibilidad. “Quitaría de en medio muchos procesos”, admite Gómez Toribio. ¿El problema? “Sería muy bueno para reducir costes, pero eliminarías muchos intermediarios y eso es muy polémico”.
Sin embargo, ya están aquí: además del Santander, gigantes como Endesa o Ferrovial trabajan ya con contratos inteligentes. Mientras tanto, a los particulares les pueden ofrecer seguridad a la hora de comprar en internet e incluso para las apuestas. Que el 'smart contract' se encargue de todo.
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