Así se convirtió Intel en el rey de los chips cuando Silicon Valley estaba en pañales
Echa un vistazo a tu alrededor y pregúntate cuántas de las cosas que ves necesitan un circuito integrado y microprocesadores para funcionar. Tu teléfono móvil, tu tableta, tu ordenador portátil... ¿Gracias a qué funcionan? Sin esas pequeñas placas, no seríamos nada. Se lo debemos a un trío (‘trinidad’, como ellos se denominaban) que desembarcó en Silicon Valley cuando nadie pensaba que San Francisco sería el epicentro de la economía tecnológica de nuestra era.
Pero no solo eso. Estos hombres también fueron pioneros en romper las barreras entre trabajadores y jefes. Que algunas empresas ‘guays’ no tengan paredes que separen despachos o espacios de trabajo también se lo debemos a estas personas. Bienvenidos al nacimiento de Intel.
Iniciar el propio camino
Septiembre de 1957. Ocho trabajadores de Shockley Transistor abandonan sus trabajos, hartos de un jefe déspota y enloquecido que años después ganaría el Nobel de Física por sus investigaciones en el campo de los semiconductores: William Shockley, que se había trasladado a California porque tenía el pálpito de que el silicio de esa tierra era mejor conductor para los transistores que el germanio que se utilizaba en aquel momento.
Estos ocho jóvenes (Robert Noyce, Gordon Moore, Jay Last, Jean Hoerni, Victor Grinich, Eugene Kleiner, Sheldon Roberts y Julius Blank) deciden que es el momento de recorrer nuevos caminos y fundan Fairchild Semiconductor, donde seguirán trabajando en el campo de los transistores. Entre ellos resalta un capataz de lujo: Robert Noyce. Es “su líder natural”, como lo define el escritor y periodista Michael S. Malone en su libro ‘The Intel Trinity’, que cuenta la historia del nacimiento y expansión de esta compañía.
Triunvirato de triunfadores
En 1968, Noyce, ese “líder natural” que odiaba las jerarquías y los títulos, saldría junto a otros dos compañeros de Fairchild y fundaría la que hoy es el mayor fabricante de microprocesadores del mundo, Intel. Los compañeros que se unieron para fundar una compañía tan decisiva fueron Andrew Grove y Gordon Moore, al que todos conocemos por la ley de Moore, esa que predijo que cada año se doblaría el número de transistores que se pueden colocar en un circuito integrado. Moore sabía de lo que hablaba.
Malone resume la fórmula del triunvirato de esta manera: “En el alma despojada y pulida de Intel, hay un poco de la inteligencia de Grove, la humildad de Moore y el espíritu emprendedor incoformista de Noyce”. Como curiosidad hay que contar que entre sus filas también estuvo Federico Faggin, que trabajó con ellos en la fabricación de los primeros microprocesadores y que años más tarde tendría algo que ver con los sensores para las pantallas táctiles.
Casi “revolucionario” igualitarismo
Desde sus comienzos, cuenta Malone en el libro, Intel hizo gala de su igualitarismo, algo “casi revolucionario”: no había despachos, se facilitaban las comunicaciones con la organización y se suprimió todo lo que tuviera que ver con la palabra ‘ejecutivo’: comedores, plazas de aparcamiento, baños, viajes... Así, Silicon Valley daba los primeros pasos a las empresas ‘friendly’ que todos conocemos hoy.
1969 está a la vuelta de la esquina, con el primer pelotazo. En la primavera de aquel año, Intel presenta su primer producto, un chip de memoria llamado SRAMSRAM. Entonces, la compañía tenía 18 empleados. En poco más de un año, consigue entrar en los primeros puestos de la industria del chip.
Llegan los años 70, los de los primeros éxitos. Estos vendrán de la mano del DRAM, un tipo especial de chip de memoria que “rápidamente se convirtió en los bólidos de la industria de los semiconductores”, describe Malone. Parte del éxito de Intel en aquellos años se debe nada más y nada menos a las calculadoras de escritorio, que en aquellos años conocen su expansión. La empresa japonesa Busicom se asoció con ellos para su modelo de calculadoras electrónicas. Juntas parieron el Intel 4004, el primer microprocesador de la historia. El resto ya lo conocemos.
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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Ruud Dingemans, Intel Free Press (2 y 3) y José Maria Silveira Neto