El séptimo sentido del cíborg catalán: un órgano para percibir (y alterar) el tiempo
Cuando nos preguntan por el aroma de una fragancia o por el sabor de un suculento plato, no necesitamos recurrir a ningún dispositivo electrónico para que nos diga a qué huele o haga las veces de papilas gustativas. Los humanos nacemos con órganos que perciben estos estímulos. Imagina que sucediera lo mismo en el caso del tiempo: que para saber la hora no tuvieras que consultar las manecillas de un reloj de pulsera, los números digitales de un ‘smartwhatch’ ni la pantalla de un teléfono móvil, sino que toda la información que necesitaras estuviera ya en tu cerebro.
Neil Harbisson quiere hacer realidad este sentido del tiempo, fabricándolo artificialmente e implantándoselo. “Va a ser un órgano orbital, situado dentro del cráneo”, ha explicado en el podcast de Hoja de Router este artista británico que se siente catalán, el único que puede presumir de ser un cíborg oficialmente. Las autoridades de Gran Bretaña le permitieron en 2004 posar con su ‘eyeborg’ para la fotografía del pasaporte.
El nuevo dispositivo todavía está en camino, pero hace tiempo que Harbisson lleva una antena y varios chips incorporados en su cabeza. Es el sistema que ha bautizado como ‘eyeborg’. “Me permite percibir no solos los colores visibles, sino también los invisibles, como los infrarrojos y los ultravioletas”, detalla. Harbisson nació con acromatopsia, una disfunción congénita que afecta a la vista y que le impide distinguir visualmente cualquier tono distinto del blanco y el negro.
El invento que forma parte de su cuerpo como un órgano más consta, esencialmente, de un sensor que capta las frecuencias de cada tonalidad y un microprocesador que las transforma en sonidos que recibe en el cerebro como vibraciones. Una de las principales desventajas, al menos de momento, es que el cíborg tiene que conectarse a una fuente externa para cargar su particular ojo biónico. Para remediarlo, hace tiempo que trabaja en el diseño de un sistema que utilice su flujo sanguíneo para convertir la energía del movimiento en eléctrica, como una turbina en miniatura.
El artista británico deja claro que nunca se propuso cambiar su manera de ver del mundo, en escala de grises, porque lo cierto es que “tiene sus ventajas”. Mejora su visión nocturna y también el alcance. “Puedo ver más lejos porque el color no interfiere”, asegura. Su única intención era “crear un sentido completamente nuevo para el color”.
Ahora, Harbisson quiere hacer lo mismo con el tiempo. En este caso, se trata de un dispositivo circular, como una especie de corona cibernética fabricada con materiales biocompatibles, que llevará bajo la piel del cráneo. La temperatura irá cambiando de un extremo a otro de esta circunferencia a lo largo del día. El calor hará de aguja en su reloj mental: “Un punto de calor tardará 24 horas en dar una vuelta completa, por tanto, sabré qué hora es notándolo en mi cabeza”, indica el cíborg.
Un proceso de adaptación escalonado
La intención del artista es probar el nuevo invento de manera externa, antes de implantárselo, para ver qué tal responde su organismo. “Creo que siempre es necesario tener cualquier sentido fuera durante un tiempo”, sostiene Harbisson, que distingue dos procesos: inicialmente, el cerebro se acostumbra al sentido, para después ser el cuerpo el que debe acostumbrarse al órgano ya adaptado.
Así lo hizo con el ‘eyeborg’; las primeras versiones se conectaban a un ordenador que Harbisson debía transportar en una mochila. Posteriormente, todo se redujo a un sensor y un microprocesador, aunque el sistema ha sufrido varias actualizaciones. Desde el 2013 incluye también un chip que le permite conectarse a internet a través de Bluetooth. Gracias a esta prestación cibernética, que su dueño describe como una “extensión sensorial”, recibe las imágenes que le envían sus amigos a través de un teléfono o un ordenador conectados a la Red. Es posible compartir con él experiencias desde la otra punta del planeta: “Si hay una puesta de sol muy bonita en Australia, pueden mandarme los colores”, cuenta Harbisson.
Y si le llega alguna de estas postales virtuales mientras duerme, las sensaciones pueden incluso interferir en sus sueños. Por ejemplo, si percibe muchos azules, puede aparecer un océano en su universo onírico. “Cuando hay un giro repentino o muchos colores, normalmente coincide con que alguien me ha mando colores durante la noche”, señala. Los tonos extraños inspiran también bizarras ensoñaciones en su mente. El cíborg tiene, además, la posibilidad de conectarse a los satélites para “percibir los colores del espacio”.
Una vez se haya adaptado a su nuevo sentido temporal, Harbisson también espera experimentar sensaciones impensables. “Cuando tenemos un órgano de la visión, podemos crear ilusiones ópticas”, dice. Una vez tenga uno que mida el trascurso del tiempo, “vamos a poder crear ilusiones con él”. La idea es cambiar su noción del tiempo cuando lo desee: “Voy a poder poner mi sentido en ‘flight mode’ para que mi percepción del tiempo viaje al mismo ritmo que un avión, quizá así tenga menos ‘jet lag’”, prevé el artista británico.
Si el punto de calor gira más deprisa, parecerá que avanza rápidamente hacia el futuro. Una estrategia que Harbisson podría utilizar, por ejemplo, para sobrellevar situaciones desagradables, aburridas o incómodas. En el caso de que quisiera alargar un momento, solo tendría que ralentizar su reloj mental. “Es llevar la teoría de la relatividad de Einstein a la práctica fabricando un órgano”teoría de la relatividad de Einstein, asegura el británico. Con uno como el que ha diseñado el artista, la duración de un suceso podría depender del observador.
Harbisson sugiere que esta capacidad de moldear la dimensión temporal podría ayudarle a modificar la percepción de la edad y el envejecimiento. “Si quieres vivir 120 años no tienes por qué cambiar tu cuerpo, basta con engañar a tu cerebro y hacerle pensar que has vivido ese tiempo”, explica el artista. “Podrías tener 80 años y pensar que tienes 120, y te sentirías muy joven”.
Algo distinto a un ser humano
En 2010, después de incorporar el ‘eyeborg’ a su cuerpo, el británico creó la Cyborg Foundation junto a Moon Ribas, una coreógrafa catalana que lleva implantado un dispositivo que le permite sentir las vibraciones de la Tierra –según cuenta, el próximo paso será percibir la actividad sísmica de la Luna–. Desde la organización internacional abogan por los derechos de los cíborgs, ayudan a las personas que quieran transformar su cuerpo cibernéticamente y promueven el “cíborgismo” como movimiento cultural y social.
Harbisson y su compañera han dejado de considerarse simplemente humanos, recurriendo al término “transespecie” para referirse a su nueva condición. Son seres cibernéticos: no utilizan elementos tecnológicos como los demás usamos el móvil, sino que forman parte de su organismo. “Ser cíborg puede entenderse como una identidad, cualquier persona que se sienta así, puede serlo”, defiende Ribas, al igual que un hombre o una mujer pueden saber que pertenecen al sexo contrario y cambiar su cuerpo para seguir esa noción. “Defendemos la libertad de sentirse cíborg”, señala la artista. Y animan a quien lo desee a dejar a un lado el miedo para transformar su vida.
Sin embargo, la sociedad todavía se muestra reticente a este uso de la tecnología para mejorar las capacidades que ya tenemos o explorar nuevas posibilidades sensoriales. “La gente lo ve bien si es por algo práctico o por motivos de salud, pero para experimentar, crear nuevas experiencias o en el arte aún no está bien visto”, lamenta Ribas.
Pero, según la coreógrafa, “la unión entre el hombre y la tecnología va siendo cada vez más natural”. Como consecuencia de ello, las generaciones venideras tendrán menos prejuicios a la hora de entender la legitimidad de quienes pertenecen a la transespecie. Un cambio de mentalidad que, de producirse, los expertos en bioética deberán tener en cuenta. “De la misma forma que en los años 50 las operaciones transgénero no eran aceptadas por muchos comités de bioética, ahora pasa lo mismo con las cirugías transespecie, no se aceptan”, sostiene Harbisson. Él mismo se enfrentó a este tipo de trabas antes de lograr que un cirujano le implantara el 'eyeborg'.
No obstante, el artista pronostica que en la década de los 2020 “veremos países donde se empiecen a aceptar este tipo de intervenciones para diseñar qué sentidos y órganos queremos tener”, sentencia el artista británico.
Ya existen algunas aproximaciones a esa regularización a la que se refieren los fundadores de la Cyborg Foundation. Un ejemplo es North Sense, un dispositivo que se implanta en el pecho bajo la piel y que vibra cuando su portador mira al norte, como una especie de brújula electrónica subcutánea. “Está inspirado en cómo algunos animales se orientan en el espacio”, detalla Ribas. El pequeño chip puede adquirirse en la página web de Cyborg Nest, un proyecto en el que participan ambos artistas catalanes junto con otros pioneros de la cultura cíborg.
La tendencia, dice Harbisson, continuará en esta dirección: “En los próximos años veremos cómo se normaliza el hecho de que podamos comprar sentidos artificiales”, augura. Es cierto que todavía existen limitaciones, como la falta de conocimiento sobre ciertos procesos neurológicos y la capacidad de procesamiento de los microchips, pero hace un siglo hubiera sido difícil imaginar que alguien pudiera caminar sobre un par de piernas biónicas o escuchar gracias a un implante coclear.
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Neil Harbisson, re:publica y Cyborg Nest.