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Sábanas de justicia social

Ernest Kaboré (izq) con dos aprendices de su taller. / Alex Llopis

María Muñoz

El encuentro entre Celia Sanz, una cooperante española, y Ernest Kaboré, un sastre y profesor de costura de Burkina Faso pero afincado en Costa de Marfil fue la base de lo que cinco años después ha surgido como N´klowo , una cooperativa de trabajo asociado que elabora ropa de cama y de hogar de algodón 100% africano. Los diseños se realizan en Barcelona, donde vive Sanz y las otras dos socias de la cooperativa, y luego se confeccionan en el taller que Kaboré tiene en Costa de Marfil, que también funcionan como escuela y “herramienta de emancipación económica”, y en el taller que en Burkina Faso lleva una asociación de mujeres con discapacidad.

“En los años que estuve trabajando como cooperante me di cuenta que la cooperación era necesaria pero pensada de otra manera”, explica Sanz, quien cuenta que cuando conoció a Kaboré en 2009 el sastre llevaba 20 años dirigiendo una escuela de oficios enfocada a menores en riesgo, como son los niños soldados, gracias a los programas de cooperación. Cuando llegó la crisis, los recortes en cooperación internacional fueron de los primeros en llegar y la escuela de oficios de Kaboré tuvo que cerrar. “Aprendimos que debían ser independientes”, señala la cooperativista, quien, comenzó a coser sábanas en Barcelona y Kaboré en Costa de Marfil a partir de encargos que le iban haciendo en España familiares y amigos.

Más tarde se unieron al proyecto Nuria Mateu y Laura Bordera y lograron crear un excedente de tela en el taller de Kaboré, de forma que en Costa de Marfil tuvieran material para elaborar productos propios que vender en el mercado local y no depender únicamente de los pedidos del exterior. Apenas hace seis meses lograron establecerse como cooperativa y N´klowo -“te quiero” en lengua baulé, una de las principales etnias de Costa de Marfil- comenzó a andar.

Pero el camino no ha sido nada fácil y Sanz relata todas las puertas cerradas y obstáculos que se encontraron y siguen encontrándose por trabajar con pequeños talleres de África occidental: desde nula financiación por ser precisamente un pequeño taller a tener que recorrer el puerto de Barcelona en busca de barcos que les trajeran las telas y los pedidos hasta calificarlas de locas por querer trabajar África y no con Asia, con aranceles mucho más bajos. “Nadie trabaja con África porque es caro pero precisamente es caro porque nadie trabaja con África”, subraya.

En este periplo para levantar la cooperativa, Sanz siempre se hacía la misma reflexión: si Costa de Marfil es el mayor productor de cacao y los chocolates belgas los que más se consumen alguien sabrá cómo hacer los envíos sin arruinarse. “Pero cuando quieres poner en marcha un negocio de economía colaborativa con unas relaciones igualitarias es otra cosa”, afirma. Finalmente, lograron hacer los envíos a través de una empresa internacional que encarece el producto, pero, como subraya, “pagamos todos los aranceles que son necesarios”.

El algodón que utilizamos es bazin richebazin riche, que en Costa de Marfil emplean para sus vestidos de gala; se trata de un material que dura mucho y que al cabo de varios lavados acaba adquiriendo un tacto parecido a la seda”, subraya para explicar la singularidad del producto. De nuevo la dinámica globalizadora de las relaciones norte-sur aparece en la ecuación. “Costa de Marfil es uno de los mayores productores de algodón africano pero todo se transforma fuera”, explica la cooperativista.

Cooperativa activista

Cuando llamaron a esas grandes manufactureras para tratar de comprar las telas al por mayor se encontraron con un no por respuesta: los contratos son exclusivos con África y no les quedó más remedio que comprar las telas en los mercados locales que esas mismas manufactureras venden a precios excesivos. “Para nosotras la cooperativa no es solo una forma de tener un trabajo digno para todos los que trabajamos en ella sino también una manera de llamar la atención sobre las relaciones comerciales que existen entre norte y sur”, afirma Sanz.

Son conscientes de que sus sábanas, manteles o fundas de cojines no son baratos pero, como subraya Sanz, hay toda una historia detrás que los hace únicos y sobre todo los convierte en productos de “justicia social”. “Un sueldo digno no es el que te permite llegar a fin de mes sino el que te deja ahorrar un poco, pensar en el mañana, y vivir cuando los pedidos bajan o hay una necesidad extraordinaria”, afirma Sanz. Aunque en la cooperativa hay un pequeño stock, suelen trabajar a demanda pero siempre respetando los ritmos y necesidades de los talleres africanos. “No realizamos encargos en Ramadán y procuramos evitar también la época de comienzo de las clases porque allí tienen un alta demanda de trabajo para confeccionar los uniformes escolares”, explica la cooperativista. Una vez realizado el encargo, la entrega suele hacerse en unos 20 días.

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