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Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.

Interferencias es un blog de Amador Fernández-Savater y Stéphane M. Grueso (@fanetin), donde también participan Felipe G. Gil, Silvia Nanclares, Guillermo Zapata y Mayo Fuster. Palabras e imágenes para contarnos de otra manera, porque somos lo que nos contamos que somos.

Catalunya como laboratorio político

El pressentiment (nº 46)

Santiago López Petit

Finalmente el régimen del 78 tampoco ha muerto esta vez. Las luchas obreras autónomas de los setenta fueron derrotadas con muertos y mediante los pactos de la Moncloa firmados por los mismos sindicatos de clase. El movimiento del 15-M que llevó a cabo una crítica radical de la representación política fue acallado empleando como armas efectivas el ridículo y el aislamiento. La rebelión catalanista que, por unos momentos, ha parecido arañar los fundamentos del régimen, también ha sido derrotada. En verdad, este tercer intento no ha encontrado eco en España donde ha predominado la perplejidad cuando no una total incomprensión. La llamada al orden mediante la aplicación del artículo 155 ha bloqueado todo intento de cambio. El presidente Rajoy lo ha afirmado con su habitual capacidad argumentativa: “El Estado se defiende de los ataques de quienes lo quieren destruir”. Y ha añadido la pequeña puntualización de que el artículo 155, aunque un día deje de aplicarse, nunca dejará de funcionar. Es lo que se llama “Hacer cumplir la Ley”. El aviso es inequívoco. La represión y la humillación contra la Catalunya que ha pretendido rebelarse serán grandes.

Pocas veces ha sido tan evidente que la defensa de la Ley (con mayúscula) suponía una declaración de guerra. Esto es algo que los juristas tertulianos tan presentes actualmente en los medios de comunicación difícilmente pueden llegar a entender. La ley es una correlación de fuerzas. Ha ganado Foucault por goleada frente a los Habermas y compañía. Un amigo jurista me dijo un día: “Pues si así son las cosas, apaga y vámonos.” El poder es, siempre y en última instancia, poder matar; el Estado de Derecho sirve para encubrirlo. Usualmente, y para afirmar lo mismo aunque de manera más sofisticada, se habla de que el Estado posee el “monopolio de la violencia física legítima”. Esta verdad del Estado de Derecho es con la que se toparon los miembros del Govern. Cuando uno de ellos afirma que la Generalitat no estaba preparada para desarrollar la república “haciendo frente a un Estado autoritario sin límites para aplicar la violencia”. O cuando el portavoz de los republicanos nos dice que: “Ante las pruebas claras de que esta violencia podría llegar a producirse decidimos no traspasar esa línea roja” y termina con una confesión enternecedora: “Nunca quisimos poner en riesgo a los ciudadanos de Catalunya.” La respuesta es de acuerdo. Muchas gracias. A nadie le gusta morir. Pero aquí hay gato encerrado. Dicho con otras palabras: ¿los miembros del Govern son unos ingenuos o son unos ineptos?

Spinoza tiene en su Ética una frase que se ha hecho muy conocida: “No sabemos lo que puede un cuerpo”. Sustituir “cuerpo” por “Estado” es útil para explicar lo sucedido. El Govern no sabía lo que realmente puede un Estado. Pero el Govern quería construir un Estado propio, ¿no? Nadie puede negarles experiencia. Incluso una persona también perdió un ojo debido a una bala de goma. Digámoslo claramente: lo que no creían es que la represión del Estado español pudiera alcanzar a la que llaman la “buena gente”. A los radicales sí... ¡pero a personas pacíficas y cívicas! Es lo que el consejero de Sanidad reconoce cuando asegura que “la hoja de ruta de Junts pel Sí no tuvo en cuenta la violencia del Estado”.

Efectivamente el Govern acabó siendo un gobierno postmoderno. Prisionero de su propio aparato de comunicación creaba la realidad, y la propia realidad retroalimentaba un aparato que veía así confirmada su apuesta. La participación masiva en tantas efemérides no dejaba lugar a dudas, y el camino hacia la independencia parecía abierto. Hasta que la crueldad y el sadismo de la maquinaria jurídico-represiva del Estado español ahogó en lágrimas el anhelo de libertad de algunos e hizo nacer una rabia inmensa en muchos. ¿Baño de realidad? Depende de para quien. Para el Govern ciertamente. Dentro de su burbuja autocomplaciente no podían comprender el asalto que se ponía en marcha y el desconcierto empezó a abrumarles. Fueron incapaces de reaccionar ante dos hechos fundamentales: la huida de empresas que es una de las expresiones actuales de la lucha de clases, y la presencialización de otra Catalunya que también expresa la lucha de clases aunque a menudo de un modo perverso. Fue, sin embargo, la extraña proclamación de la DUI (Declaración Unilateral de Independencia), el acontecimiento que acabó por convertir al Govern en un auténtico gobierno postmoderno obligado a emplear un lenguaje teológico para poder salvarse. Por esa razón la DUI tuvo un carácter inefable: ¿realidad o ficción?

Dejemos a un lado las peripecias concretas (secretismo, aplazamientos, desaparición del Govern etc.). A partir del momento en que asoma la represión brutal del Estado español, el único objetivo de los partidos independentistas se reduce a pensar la acción política exclusivamente en función de sus efectos penales. Seguramente es correcto actuar así. No queremos mártires y hay que evitar la prisión siempre que se pueda. A pesar de todo surge una sombra de duda. Cuando una convicción, es decir una verdad política, no se defiende hasta sus últimas consecuencias por las razones que sean: ¿esta verdad se ve de algún modo afectada en ella misma? Pongo un ejemplo. Cuando Galileo abjura ante sus jueces y admite que la Tierra no gira alrededor del Sol, la verdad científica no se ve en absoluto afectada por su decisión. En cambio si la presidenta del Parlament no acude a la manifestación por la libertad de sus compañeros - porque así se lo aconseja su abogado - a pesar de no existir ninguna condición judicial explícita: ¿su retracción tiene el mismo valor que en el caso anterior? Se podrían traer a colación otros ejemplos de esta estrategia “preventiva” que abarca desde aceptar pagar multas elevadísimas hasta refugiarse en frases ambiguas. El problema es hasta que punto una estrategia de este tipo no contamina finalmente el propio discurso, y lo debilita al extender una sensación de confusión. El gobierno español y sus adláteres han aprovechado enseguida la ocasión para hablar de cobardía y de engaño. El Govern nos habría engañado a todos los catalanes.

No es necesario perder mucho tiempo en denunciar el cinismo asqueroso del que ataca y luego reprocha al atacado falta de valentía. Vayamos a lo esencial. No. No fuimos engañados. El Govern, en cambio, sí se autoengañó. Creyó en la política. Se empeñó en jugar a ver quien era el más demócrata cuando la democracia no existe. Existe lo democrático. Lo democrático es la forma como hoy el poder ejerce su dominio. Tiene dos caras: Estado-guerra y fascismo postmoderno, heteronomía y autonomía, control y autocontrol. El diálogo y la tolerancia remiten a una pretendida dimensión horizontal. La existencia de un enemigo interior /exterior a eliminar remite a una dimensión vertical. “Lo democrático” vacía el espacio público de conflictividad, lo neutraliza política y militarmente. Lo democrático es esta Europa, auténtico club de Estados asesinos, que externaliza las fronteras para no ver el horror. No hubo fracaso de la política como a los biempensantes les gusta ahora decir. La política democrática consiste en callar y acallar las disonancias que podrían amenazar el orden.

El Govern incapaz de entender el funcionamiento real de lo democrático se vio abocado a un camino plagado de incoherencias. Por eso es de agradecer la honestidad de Clara Ponsati cuando desde el exilio se atrevió a decir que “No estábamos preparados para dar continuidad política a lo que hizo el pueblo de Cataluña el 1-O”. Fue muy atacada, pero afirmó la verdad insoslayable: el Govern no supo estar a la altura del coraje y de la dignidad de la gente que puso sus cuerpos para defender un espacio de libertad. Por supuesto, sin sacralizar las urnas, es evidente que lo sucedido aquel día marca un antes y un después. ¿Pero qué sucedió exactamente?

Por unos momentos la política con su juego de mayorías, con sus correlaciones de fuerza etc. quedó relegada, y lo que tuvo lugar fue un auténtico desafío colectivo. Un desafío que se prolongó en la impresionante manifestación del 3 octubre en repudio a la represión. Es difícil de analizar la fuerza política inmensa, y a la vez, escondida que había en esta manifestación. En ella empezó a formarse un sujeto colectivo que desbordaba el paralizante “un solo pueblo”. ¿Cómo llamar a este sujeto político? Eran unas singularidades que, habiendo dejado el miedo en casa, no estaban dispuestos a claudicar fácilmente. Un pueblo estallado en miles de cabezas capaz de expulsar a los fascistas infiltrados con exquisita violencia. La sospecha que se abre camino es si el miedo del Govern, no era tanto respecto a la acción del Estado, como respecto a lo que esta gente un día pudiera llegar a hacer. Una gente en la que se amalgamaba la irreductible consistencia del catalanismo popular y el malestar social existente. Por eso resultan empalagosas tantas llamadas al civismo, a la buena gente, y a las sonrisas en unos momentos de represión desbocada. Lo siento. Cuando oigo la palabra “civismo” pienso automáticamente en las normativas cívicas que sirven para limpiar el espacio público de residuos sociales de todo tipo.

Sorprende después de todo lo acaecido, la facilidad con la que los partidos políticos independentistas han aceptado una convocatoria de elecciones directamente impuesta. Sorprende esta rápida adaptación a un nuevo escenario a pesar de existir presos políticos. El planteamiento es bastante ilusorio: las elecciones son ilegítimas pero con nuestra elevada participación conseguiremos legitimarlas (y, por ende, legitimarnos ante el mundo). El discurso independentista se hace necesariamente autocontradictorio o bien tiene que aceptar explícitamente una renuncia a la independencia. “Seremos independientes si somos perseverantes y conseguimos una mayoría. ¿Cuándo? No lo sabemos. Antes que independentistas somos demócratas. Y antes que demócratas somos buena gente” asegura un importante político republicano. (“Serem independents si som perseverants i hi ha una majoria. Quan? No ho sabem. Abans que independents, som demòcrates. I abans que demòcrates, som bona gent”)

¿Y si probáramos a ser, por una vez, “malos”, y en vez de aspirar a ser un país normal con su pequeño Estado quisiéramos ser una anomalía que no encaja? Liberar a Catalunya de este horizonte independentista que siempre termina por ahogarla, puesto que todo horizonte siempre encadena, podría quizás abrir una vía inédita. En una anomalía cabe todo lo que el catalanismo hegemónico ocultaba. Desde la fuerza de dolor de la Catalunya interior pobre, hasta los silencios de las periferias. Nos querían presentables ante una Europa que, sin embargo, mira hacia otro lado. ¿Por qué empeñarse en ser presentables? Los partidos políticos de todo signo corren presurosos hacia las subvenciones. Pero ante estas elecciones impuestas, existía la posibilidad de sabotearlas con una abstención masiva y organizada. Empezar a desocupar el Estado español, y a extender la ingobernabilidad de la autoorganización. ¿También en España? Catalunya como esa anomalía irreductible que escapa, mientras en su huida ensaya otras formas de vida. El laboratorio político “Catalunya” momentáneamente se cierra. Está claro. Cuando lo democrático es el marco de lo pensable y de lo que está permitido vivir: ¡qué difícil es cambiar algo! Desde una lógica de Estado (y de deseo de Estado) nunca se podrá cambiar la sociedad. Pero lo que se ha vivido, el atrevimiento de transgredir juntos, la fuerza colectiva de un país que nadie puede representar y la alegría de resistir... no se olvidan nunca. La dignidad y la coherencia no se negocian.

Otro artículo de Santiago López Petit sobre Catalunya en eldiario.es:

“Tomar posición en una situación extraña”

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