1. La situación que se vive en la franja de Gaza me llevó la semana pasada a plantearme la utilidad, si es que existe, de la escritura. De escribir algo que pueda llegar a otra persona. ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué pueden servir las toneladas de textos escritos sobre el horror que Israel ha desatado en Palestina? ¿Y las fotos?
Me he descubierto a mí mismo ante la imagen de un niño con un agujero en la cabeza del tamaño de mi puño y la imagen doliente de su padre sujetando su cabeza inútilmente y pensando “esta ya la he visto”. Esta-ya-la-he-visto. La repetición nos mata la emoción. Lo mismo que ayer nos impactó hoy nos adormece. Israel lo sabe. Sabe que no hay emoción que resista el horror cotidiano y la impunidad absoluta. ¿Así que para qué escribir?
Las imágenes que más rabia me dan son las que muestran elementos que escapan de la dialéctica asesina de los bandos. Esas que te enseñan a un chico israelí y una chica palestina dándose un beso. O esos gestos de solidaridad cotidiana que nos vienen a decir que el ser humano todavía es una cosa decente. Esas son las que más asco me dan, porque en vez de visibilizar lo que está pasando, lo borran. Sitúan una esperanza que tengo la sensación de que solo existe para que aquí nos sintamos bien en relación a lo que pasa allí.
Quienes hemos defendido siempre el poder de lo cualitativo frente a lo cuantitativo, quienes hemos concedido valor a los soldados insumisos de Israel deberíamos valorar esas imágenes como grietas, pero es que hay francotiradores disparando a voluntarios que buscan supervivientes entre las ruinas. Hay niños con agujeros en la cabeza del tamaño de nuestros puños. Hay intelectuales llamando a violar a las mujeres palestinas.
2. Me preguntaba al principio por el ejercicio de la escritura para llegar a otro. Claro, esa es una versión naïve e idealista del escribir (y del hablar, y del estar...) porque muchas veces no escribimos para encontrar a ningún “otro” sino para reconocernos entre los nuestros, justificarnos, etc. Como esas cuentas de Twitter en las que militares y civiles israelíes repiten “el mantra” de los escudos humanos de Hamas. Un argumento que no sirve más que para perpetuar la situación y justificar la masacre.
Escribir para perpetuar la situación también es posible. Escribir para denunciar la situación no es, quizás, más que reconocernos entre quienes consideramos horrible la situación. Y es que tiene uno la sensación de que la situación ya está dada. La impunidad de Israel es algo con lo que contamos. Entonces, ¿para qué o sobre qué escribir?
¿Sobre la impotencia del escribir? ¿Sobre las imágenes de las niñas judías escribiendo mensajes en bombas? ¿Sobre la familia que va a ver la aniquilación de otros seres humanos a un monte con cervezas, como si fuera una tarde tranquila de verano? ¿Para qué? ¿Para demostrarnos a nosotros mismos que estamos vivos? ¿Que esa imagen nos parece horrible? Si la vemos un número suficiente de veces tendremos que obligar desde la razón a la emoción para volver a conmovernos.
No. Esas imágenes explican otra cosa. Explican el fin de un proceso. Señalan un estancamiento. El momento en el que se consigue eliminar por completo la idea de que el otro tiene algo que ver contigo. El momento en que esas bombas no matan nada semejante a ti. Que no hay nada compartido con esas personas que mueren. Ese momento ya está ahí, en la sociedad israelí, ya funciona a un cierto nivel.
Y quizás haya que partir de ahí, de esa realidad en la que el otro ha sido borrado (emocional y físicamente) para decir algo sobre Palestina.
3. Gaza tiene una esperanza y esa esperanza es todos los jóvenes árabes del mundo que sienten que lo que pasa en Gaza también le está pasando a ellos allí donde estén.
La masividad y conflictividad de las movilizaciones contra la invasión israelí en las calles de París no nos habla de la conciencia ejemplar de un pueblo ilustrado. Ese pueblo ilustrado está muy ocupado votando a Le Pen y echando a los migrantes de sus casas. La Francia real no es la Francia de la Ilustración. La Francia real nos habla de miles de personas que encuentran algo de lo que pasa en Gaza en sus propias vidas. En el pasado colonial francés. En las justificaciones de los intelectuales pro-sionistas franceses (ejemplares transversales a derecha e izquierda) en los planes urbanos de segregación de la Banlieu. En las políticas racistas de Hollande. En la exclusión de los árabes de la ciudadanía francesa. En el “debate” sobre el velo en las escuelas.
Es en esa rabia y a partir de esa exclusión que va naciendo en ti una pequeña Palestina. Un algo suyo que tiene que ver contigo. Un dolor compartido.
Escribir, entonces, sobre dónde y cómo nacen esas Palestinas y como podrían, quizás, conectarse. Y saber también que aquí, en España, las movilizaciones por Palestina son de solidaridad. Y la solidaridad, si no se conecta con ese algo del otro que tiene que ver contigo, no produce mas que opinión pública. Y que la opinión pública es inútil ante un régimen de impunidad, en un estado-guerra que perpetúa un conflicto para que nunca termine porque es la naturaleza misma del Estado la que se pondría en crisis si ese conflicto acabara.
Por eso Israel no aniquila totalmente al pueblo palestino. Por eso no ocupa totalmente sus tierras. Por eso no termina el horror, sino que lo sostiene. Por eso la esperanza palestina está en aquellos que viven sus propias palestinas en otros lugares del mundo. El resto podemos emocionarnos, conmocionarnos y hacer algunos gestos. Firmar manifiestos, criticar, informar o escribir textos (como éste) sin más esperanza que la de buscar qué hay de lo que les pasa a ellos que tenga que ver con nosotros y nosotras.
Lo encontramos, sin duda, cuando el gobierno de Aznar decidió colaborar en la invasión de Iraq. Vaya si lo encontramos.
Pd.- La imagen que abre este artículo es la que más me ha emocionado a mí después de ver todas las imágenes que tendrían que emocionarnos. Es del astronauta Alexander Gerst y en ella se puede ver como se ve la franja de Gaza desde el espacio durante los bombardeos. No puedo evitar pensar que cuando quien tira esas bombas mira al cielo piensa que le está mirando dios... Y quien está mirando es un astronauta solo y triste en medio de la inmensidad del espacio ante un planeta cuyo sentido es, aparentemente, dar vueltas.