Nuestro amigo X., al que ya invitamos en su día a Interferencias para hablarnos de la marea blanca, nos explica ahora, cuando más lo necesitamos, por qué a pesar de todo vamos ganando.
“No es necesario tener esperanza para actuar.” Sartre.
El optimismo es sospechoso. De casi todo. Dejémoslo en suspenso, o incluso partamos de un frío cinismo.
Hablo con muchos médicos y profesionales sanitarios que están, todos, involucrados de una manera u otra en la marea blanca, la ola de movilizaciones y huelga sanitaria que ha inundado Madrid en este otoño caliente.
Resulta curioso que en el diálogo cercano las palabras hablan de pesimismo mientras que los actos hablan de increíbles potencias.
Desde el día en que el plan de los atribulados gestores de la Comunidad de Madrid, velando por la sostenibilidad de la Sanidad Pública, arreció como un asalto normando contra esta ciudad, hemos ido asistiendo, desde mi punto de vista, a la corte de los milagros que diría Valle, pero en el mejor de los sentidos.
Hoy se habrán firmado los presupuestos de la Comunidad de Madrid, lo habrán hecho en una Asamblea blindada por cientos de policías, con sus furgonetas, sus cascos, sus porras y su violencia, en una sede acorazada contra el pueblo. Desde luego, parecerá más la fortaleza de Saruman que la asamblea de representación democrática de una comunidad libre.
Me gustaría apuntar, aunque sólo sea esta vez, las potencias y victorias a las que hemos asistido en la corte de los milagros. Porque las victorias nunca nos las decimos y el fracaso nos lo sabemos de memoria.
¿Qué hubiera respondido cualquier profesional sanitario hace si quiera un año ante la idea de una posible movilización en el sector? ¿Y una movilización unitaria? ¿Y una movilización prácticamente total, unitaria, masiva y con la concurrencia y apoyo de los pacientes y ciudadanos? Que es imposible. Pero ha ocurrido.
Estamos viviendo una marea blanca que nació desconcertada, inventándose a sí misma, una movilización que no contó en principio con estructuras preparadas para ello porque prescindió pronto de sindicatos y se declaró en buena medida apolítica, o sea, que no querían saber nada de partidos. Que nació impotente sin contar con el conocimiento por parte de los ciudadanos de lo que iba a suceder, sin poder llegar a los medios tras días de movilización para por fin ponerse en cabecera de los mismos, llegar virtualmente a todo el mundo e incluso a medios internacionales.
Acaso el mayor milagro de la marea blanca haya sido borrar por completo la división identitaria entre los profesionales sanitarios y entre pacientes y ciudadanos. El mapa se ha recompuesto drásticamente: por un lado, todos, y por otro, un pequeño grupo de oligarcas que, desde el gobierno regional, se deciden a implementar las primeras medidas para la privatización y saqueo de la sanidad. Esto ya no son derechas e izquierdas, un partido contra otro, un periódico contra otro, como lo era todo hasta un día antes de que comenzara el baile. En este país la identidad política sobrevenida, al modo de fachas o rojos, PP/PSOE ha supuesto la misma condición de imposibilidad de entendernos hablando, sobre cualquier tema, cada día. Esa identificación previa a la palabra ha marcado a sangre y fuego la piel de esta sociedad tal como la recordamos en cualquier momento del pasado y del presente. Y ahora, por un tiempo, se ha borrado.
En la marea blanca no hemos tenido una España contra otra, ni una parte de la sociedad contra otra, ni una parte de un colectivo reclamando a un gobierno como si fueran la totalidad de la sociedad. Me atrevo a decir que esta vez encontramos, a un lado, la sociedad, al otro lado… ¿quién? Un gobierno así no es posible, el poder se vuelve ineficaz progresivamente porque, en buena medida, reside en la mayoría de la gente. Si la disidencia es de la totalidad, la gobernabilidad estará muy comprometida.
Supongamos que el desmantelamiento progresivo de la sanidad pública estaba escrito, supongamos que esto no ha sido un error, un accidente, un verso suelto o la idea de unos amigos que meten la mano en la caja. Supongamos, y no será difícil, que esto es exactamente el signo de los tiempos, que lo exige el capital internacional, que la misma deuda que da el abrazo de oso al país es quien selecciona el botín, y el botín es el estado social. Va a ser asimilado, o en otras palabras, como les ha estado ocurriendo a griegos, portugueses e irlandeses con anterioridad, el estado social está siendo simple y llanamente, devorado.
Si el retrato fuera ese, si donde vemos una batalla hemos de ver en realidad una guerra, si se tratara de una invasión, de un golpe de estado, de una cambio de la totalidad del orden social pero sin un enemigo físico que veamos en las calles, esta vez no entrarán los vikingos en las plazas ni desfilarán crespones con esvásticas, esta vez el asalto es invisible. Si fuera así, la respuesta de una sociedad dividida por el sempiterno imaginario de los colores bien ordenados, de los argumentos de quita y pon, de la imposibilidad en definitiva de ponerse de acuerdo en torno a las palabras trampa: gestión, eficacia, gasto, derechos, deuda, iniciativa privada, riqueza, crecimiento… etc., sería el peor de los escenarios, un mapa político y social del tipo griego, quizás, en el que las casillas están nítidamente representadas: nazis, derechas, izquierdas, izquierdas radicales, anarquistas… O imaginemos un país en el que se van sucediendo los asaltos y nunca acaba por haber respuesta. La situación probablemente ha sido la contraria, la sociedad ha sido capaz de decir palabras bien claras: Sanidad Pública para todos. La marea blanca ha sabido decir personas, público, común, social.
Si hay algo que se puede hacer en contra del asalto que llega es exactamente esto: una disidencia ciudadana tan potente, tan global y tan clara en su determinación y en lo sustancial de lo que defiende como esta marea blanca.
Si esto es el comienzo de una guerra, entonces la actitud, la energía, la generosidad de las personas que se están sacrificando económica, laboral y personalmente en esta marea, la reclamación y defensa de lo de todos en contra de la ley de la jungla y el salvajismo del todos contra todos, del individualismo consumista, de la queja inactiva y de la frustración paralizante, son un milagro. La bendita alegría que ha inundado las calles cada vez que el blanco lleno de colores se ha derramado por la ciudad es la mejor de las victorias posibles ante el mundo que pretende llegar. Una victoria en una lucha que no ha hecho más que comenzar. El país podrá ir siendo más pobre, pero si la respuesta va siendo un deshielo como este de la sociedad, entonces conoceremos un país mucho más hermoso.
El texto original en el blog Al final de la asamblea (20-12-2012)
“Dentro de la marea blanca” (un programa de radio para conocer el movimiento por la sanidad pública)