El pasado martes 14 de enero afrontamos la decisión de abortar dentro de los supuestos que la ley establece a día de hoy, en concreto por malformaciones en el feto. Ese supuesto, el de las malformaciones, es uno de los que está seriamente amenazado por la ley de Gallardón.
Tomamos la decisión de abortar en medio de una discusión sobre el aborto. Decidimos abortar en un contexto en el que se habla del aborto con una ligereza y una falta de respeto tremenda. Abortar fue una decisión consciente y dolorosa. Fue un alivio y un drama. Fue la vida. Nuestra vida.
“Mi vida- dice Nuria- porque todo el mundo opina pero al final me pasa a mí, sólo a mí”
Este texto lo escribimos conjuntamente Nuria y Guillermo intercalando el plural y el singular porque queremos compartir nuestra experiencia, que es compartida y es particular al mismo tiempo.
Contamos nuestra experiencia concreta para visibilizar algo que las leyes no hacen visible (al contrario): el silencio, la estigmatización y la culpabilización sobre las mujeres en una cuestión que tiene que ver con la salud, los derechos individuales y por tanto con el derecho a decidir en libertad, es decir, con la democracia. Contar este proceso para reflexionar no sólo sobre los porqués, sino también sobre los cómos.
La soledad impuesta
En la Fundación Jiménez Díaz las ecografías se realizan separando a la madre del padre, o por lo menos así se funciona en la parte “pública” del hospital. Decimos padre y madre porque cuando vas ahí ya no eres Nuria y Guillermo, chico y chica, pareja o lo que sea. Eres padre y madre.
Él espera en una sala contigua donde puede tratar de entender algo a través de un monitor. Si hay que emocionarse por poder ver por primera vez al feto, cada una se emocionará en soledad. Si hay que preocuparse porque te dicen que hay un problema con el feto, cada una se preocupará en soledad. Nadie acompaña a nadie, sólo imágenes y palabras cuyo significado e interpretación desconoces aunque intentas con todas tus fuerzas entender qué ocurre. Dicen que es porque en esa sala se hacen “procedimientos invasivos” pero no se dan cuenta de que también es muy invasiva la crueldad de esa separación. Estás en soledad, sin entender muchas cosas y sin poder compartir otras. Vayan la cosa bien o vayan mal. Esta vez van mal.
La presión sobre los/as profesionales sanitarios
Si hay problemas el médico te sienta al rato ante una mesa, ya por fin acompañada y acompañante en la misma sala. El médico te informa de que hay un problema con el feto y que hay que hacer una prueba a primera hora del día siguiente para saber cuál es el origen del problema. Te explica en qué consiste la prueba y en lo importante que es esa prueba para descartar si se trata de un problema cromosómico.
Aunque el médico nos da información muy detallada, no nos cuenta cuál es el problema, qué implica, si se puede resolver y, en caso contrario, si puedo abortar. El médico prefiere que le hagamos nosotras las preguntas, que seamos los que nombremos las palabras difíciles mientras él da rodeos por los porcentajes y los procedimientos. El médico se cubre las espaldas, el médico tiene miedo pero finalmente parece que tiene una cosa clara: “no os preocupéis, la ley todavía no está aprobada”. Se refiere, claro, a la nueva ley Gallardón. La ley como miedo absoluto. La ley como punto de no retorno.
Aborto sí pero no aquí
Al día siguiente regresamos a la misma sala que el día anterior pero con tres médicos/as y dos enfermeras, pareciera como si quisieran compartir la responsabilidad del diagnóstico. En la ecografía de hoy sí lo tienen claro: las malformaciones del feto son muy graves. Nadie dice nada pero todo el mundo lo da por hecho. A pesar de la mala noticia, de alguna manera es un alivio que te informen claramente. Nosotras también lo tenemos claro y solicitamos información sobre los siguientes pasos para poder abortar.
Nos informan de que el aborto está dentro de los supuestos que prevé la actual ley, sin embargo en la Jiménez Díaz no practican abortos. No hay obligación de hacerlo y no lo hacen. El personal sanitario nos facilita unos teléfonos y firma por partida doble la autorización para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Firman rápido, con cierto nerviosismo entre la burocracia, demostrar afecto y el nervio.
Estigmatización del aborto y exclusión del sistema público
Una vez consigues las firmas tienes que llamar para concertar cita, pero no te dan la cita directamente, tienes que ir primero al servicio de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid que gestiona los abortos: “el IVE”. Te dicen que lo hagas cuanto antes y tú quieres hacerlo cuanto antes. Con la llamada te dan un código compuesto de una letra y un número. Te dicen- de verdad, te lo dicen- que no digas tu nombre al llegar: “di sólo que vas al IVE y tu código”. Un código secreto para una actividad secreta.
Hay una camaradería y un afecto muy fuerte entre las mujeres que están en la sala de espera del IVE. Al llegar entiendes que el sentido del código que te han dado por teléfono tiene que ver con que uno de los supuestos del aborto es la violación y busca proteger el anonimato de las mujeres víctimas de agresiones sexuales. Aunque en un primer momento pensabas que todas las mujeres de la sala estáis pasando por la misma situación y necesitáis el mismo procedimiento clínico, el propio uso del código te desvela que se hace una atención diferenciada según sean los motivos por los que vas a abortar. Te hacen sentir que los motivos para abortar marcan una diferencia entre las mujeres de la sala y que no es lo mismo abortar porque exista un grave riesgo para la salud de la embarazada, por malformación del feto o por violación.
La siguiente sorpresa es que no existe ningún centro público donde se practiquen abortos. En el IVE te hacen elegir entre las tres clínicas privadas, y sólo tres, que realizan abortos en la Comunidad de Madrid. La sensación que tienes es que estás haciendo algo que no es normal, que tiene un componente de extrañeza y secreto que se irá haciendo más intenso después. No tienes el más mínimo criterio para elegir pero se deben pensar que en eso consiste el derecho a decidir. Las tres están en la zona norte de Madrid. Elegimos tirando de memoria la clínica que lleva practicando abortos desde hace más tiempo.
El aborto como culpabilidad y humillación
Nos citan al día siguiente. Dos días después de la ecografía y de saber que algo iba mal. Se dan prisa en darte la cita porque lo peor son los tiempos muertos. Los momentos en los que no tienes nada que hacer y aún no ha sido la operación. Es inevitable pensar, darle vueltas, romperte la cabeza. Llevas unos pocos meses embarazada pero son muchos los pequeños cambios que has ido introduciendo en tu vida, un montón de gestos cotidianos que de repente pierden sentido. El dolor y la extrañeza que sientes sólo la pueden entender otras mujeres que hayan pasado por la misma circunstancia. A esto hay que añadir el miedo a la propia operación, que salga algo mal. Es un tiempo que pasa lento, lentísimo.
Son las nueve de la mañana y hace frío. Es Jueves. Hay que firmar documentos una vez más, porque una y otra vez te piden que des tu conformidad. Es entonces cuando la chica de la recepción baja la cara avergonzada y te entrega un sobre de color blanco de la Comunidad de Madrid. Te dice: “Lo siento mucho, es obligatorio”. Miras el sobre y no lo entiendes. Te lo explica. Dentro están las ayudas que da la Comunidad de Madrid para personas con discapacidad. Es obligatorio dar ese sobre antes de la intervención. Un sobre cuyo único sentido es hacerte sentir mal, como si no fueras los suficiente buena madre o padre porque no luchas por sacar adelante esa “vida”. Señalar a un padre y sobre todo una madre que ha decidido no cuidar, que es lo que se supone que tiene que hacer.
Por cierto, los recortes en las ayudas a la dependencia en la Comunidad de Madrid son salvajes. La vida, ya se sabe, importa mucho más antes de empezar.
El aborto como tabú
Días después vamos a la médico de cabecera. Nos pregunta si supone algún problema que en el parte de baja figure el motivo real de la baja. Suponemos que no debe ser la primera vez que se encuentra en esta circunstancia. Le agradecemos que lo tenga en cuenta pero queremos que aparezca el motivo, no queremos esconderlo. A continuación se disculpa porque en la baja dice “Aborto Legal”. No “Aborto”, “Aborto legal”. La médico siente vergüenza ajena porque todavía se sigue distinguiendo entre “aborto legal” y “aborto ilegal”. La médico, encantadora, comprometida, furiosa con la ley, cariñosa, la firma con rabia. Da ánimos. Nos anima, la verdad.
Caes en la cuenta de que el aborto está ahí, siempre ha estado ahí, aunque muchas veces oculto. En todo el proceso no ha habido una sola persona con la que hemos hablado que no nos haya contado que o bien ella misma o bien alguien que conoce no haya abortado. Unas veces por causas físicas, otras por decisión propia. En otras ocasiones nos han contado historias contrarias, de quien no supo a tiempo lo que pasaba con el feto y no pudo abortar. O de quien simplemente tuvo miedo.
Nos decidimos entonces a hablar, a contarlo, desde el principio. A naturalizar lo natural. A quitarle el misterio, la ligereza y el exceso de drama, las durezas y los momentos de alivio y afecto, las bromas (sí, también hemos hecho bromas). Todo lo que pasa cuando pasan cosas importantes. Por eso escribimos este texto. Porque hay abortos y va a seguir habiendo abortos.
Porque nos quieren en calladas y asustadas, pero el silencio para quien tenga miedo, aquí no.
Los sábados día 1 y 8 de Febrero a las 12 de la mañana hay convocadas movilizaciones contra la nueva ley del aborto. Este texto no es más que una invitación a esas manifestaciones. Las cosas no son hoy fáciles para abortar, mañana pueden ser infinitamente más difíciles. Es una cuestión de derechos individuales y de democracia. De derecho a decidir. Te atraviesa la vida y por tanto es un derecho. Y sin pelea no hay derechos.
Vale, ahí estaremos.