“Arabia Saudí es el germen fundamental del que han surgido grupos yihadistas”
El sueño del ISIS de crear un gran califato se ha acabado y se abre un escenario lleno de incertidumbres. El libro Dáesh: el porvenir de la amenaza yihadista, de Jesús A. Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) arroja algo de luz sobre este asunto.
En su libro, que sale a la venta el lunes 29 de enero, Núñez desarrolla dos ideas fundamentes sobre lo que llama “el hermano rebelde de Al Qaeda”: que la estrategia militar utilizada para combatir contra el terrorismo no es suficiente y que se ha exagerado interesadamente la amenaza que plantea ISIS (también denominado Dáesh).
¿Por qué cree que los gobiernos están cayendo una y otra vez en el mismo error de centrar sus esfuerzos en una estrategia militarista?
Hay un elemento fundamental, que es el cortoplacismo con el que se actúa en el escenario internacional. Los gobiernos actúan con visión de corto plazo y eso lleva a utilizar en cada momento lo que tienen a mano no para resolver el problema, sino para gestionarlo. Es decir, ganar algo de tiempo cortándole las uñas al tigre sabiendo que le volverán a crecer, pero que cuando eso ocurra, ellos ya no estarán.
¿Qué efecto tiene el discurso que utilizan algunos sobre terrorismo yihadista como guerra contra Occidente?
Desgraciadamente ese discurso viene de muy atrás y tiene mucha fuerza porque también tiene actores muy potentes con una maquinaria mediática de creación de opinión que va consiguiendo efecto. Si vamos para atrás, yo pondría el punto de partida a principios de los años 90 con el Choque de civilizaciones de Samuel Huntington como principal representante. Lo que ocurre en aquel momento, simplificándolo mucho, es que nos encontramos desorientados y por lo tanto hay una nostalgia de Guerra Fría en el sentido de juego de buenos y malos al que ya sabemos jugar.
Así es más fácil manejar a la opinión pública.
Y aunar voluntades para actuar frente a alguien. Cuando Bush dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva, tal y como reconoció después el vicepresidente Dick Cheney, fue porque ese argumento servía para aunar voluntades para lanzarse a la invasión. El islam se dibuja como el nuevo enemigo a batir. Esto se refleja incluso en los colores, donde se pasa de la amenaza roja, la del comunismo, a la amenaza verde, la del islam. Desde entonces se ha venido trabajando en la misma línea y obviamente esto se multiplicó tras el 11-S.
Alega que se ha magnificado la amenaza del ISIS de forma interesada. ¿Cuál ha sido ese interés en el caso de Occidente?
Para mí, la razón fundamental es que se trata de provocar una sensación de temor generalizado y permanente que sirve para poder recortar derechos y libertades. En ese clima de temor es más fácil que la opinión pública acepte el recorte de derechos y libertades porque se le está garantizando algo que es imposible de cumplir: una seguridad plena. Aunque el terrorismo yihadista internacional es una amenaza muy real, si no eres capaz de definir bien a tu adversario, la respuesta no será la correcta.
¿Ha sido un proceso generado por los medios de comunicación o por los políticos?
Quiero creer que es una motivación originariamente política. Pero es evidente que hay medios de comunicación que no son independientes ni libres que han entrado muy fácilmente en el juego y hay otros que probablemente lo han hecho de manera inconsciente. Por ejemplo, cuando se habla del islamismo como equivalente al terrorismo yihadista hay quien lo hace por ignorancia y hay quien lo hace con una intención determinada para provocar ese estado de opinión.
Si el origen del yihadismo es la falta de alternativas creíbles, la Primavera Árabe fue una gran oportunidad, pero no ha sido así.
La mal llamada Primavera Árabe muestra en primer lugar el fracaso absoluto de Al Qaeda y del terrorismo yihadista, puesto que su pretensión es provocar actos que contaran con el apoyo de la población y que de forma masiva esa población se movilizara para echar a los gobernantes. No ha habido ni un solo gobernante que haya sido derribado por algo derivado directamente de acciones de Al Qaeda. Por el contrario, en Túnez, Yemen, Egipto y Libia los dictadores cayeron por movilizaciones ciudadanas.
Efectivamente esas movilizaciones respondían a las causas estructurales que también fomentan el terrorismo yihadista. ¿Dónde hemos estado nosotros, Occidente, apoyando esas movilizaciones ciudadanas? Pues no hemos estado.
Basta con mirar Egipto: si alguien cree a estas alturas que apoyar a un golpista como Abdel Fatá al Sisi es la solución a los problemas de los egipcios y supone para Occidente tener un aliado más fiable es que no hemos entendido nada de lo que ha ocurrido. Y desgraciadamente creo que estamos en eso, puesto que todos los países occidentales han apoyado ese golpe de Estado.
¿Tiene miedo Occidente al auge del islam político?
Lo hemos demostrado continuamente. Bastan tres ejemplos: en Argelia, tras el proceso electoral de 1992 que le da la victoria al Frente Islámico de Salvación (FIS) se produce un golpe de Estado bendecido por todo le mundo occidental que ilegaliza el FIS y mete al país en una tragedia de 200.000 muertos. Le habíamos dicho al islamismo político que si quería gobernar tenía que pasar por las urnas, lo hicieron y ese fue el resultado.
El 25 de enero de 2006, en el territorio ocupado palestino, Occidente presionó a Israel y a la Autoridad Palestina para que Hamás pudiese presentarse para dar la sensación de unas elecciones libres. Hamás ganó y al día siguiente Israel dijo que no reconocía a Hamás como interlocutor porque era una organización terrorista y todo el mundo occidental siguió a Israel en esa línea. Segunda tomadura de pelo.
La tercera tomadura de pelo es Egipto. Tras el derribo del régimen de Mubarak hay unas elecciones que gana Mohamed Mursi –primera vez que se legalizan los Hermanos Musulmanes y se presentan a las elecciones– y un año después hay un golpe de Estado y lo bendecimos.
En definitiva, hemos dicho al islamismo radical que no es cierto que tengan posibilidad de acceder al poder a través de las urnas, después de haberles dicho que esa era la forma en que tenían que actuar si querían integrarse en el juego político y gobernar sus países. ¿Nos puede extrañar que a partir de ahí el islamismo radical se radicalice todavía más? Evidentemente no.
¿Está condenado ISIS a pasar a la posteridad como una rama rebelde y efímera de Al Qaeda o sobrevivirá a largo plazo como organización terrorista?
Hay autores que plantean la fusión de ambos grupos, pero se me hace muy difícil llegar a ese punto con los dos líderes actuales por las tensiones que se han generado entre ambos grupos. Fusionados o no, es evidente que Dáesh va a seguir adelante. También puede ocurrir que dentro de unos años tengamos que aprendernos otro nombre del grupo y otro nombre de su líder máximo, puesto que esto es lo que hemos vivido hasta ahora. En la medida en que no hay posibilidad ninguna de solución militar a la amenaza del terrorismo yihadista, y de momento esa es la respuesta que se está dando, podemos dar por seguro que el pseudocalifato se va a desmantelar, pero que Dáesh seguirá vivo.
¿Qué papel juega Palestina en el terrorismo yihadista?
Es un elemento discursivo para atraer simpatizantes y militantes. El argumento, en su origen, es que hay una doble vara de medir en el escenario internacional, puesto que hay países que violan el derecho internacional y no les pasa nada y a otros sí. Por ejemplo, Irak invade Kuwait y eso pone en marcha la operación Tormenta del Desierto aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, Israel ha invadido Jordania, Líbano, Egipto y tiene ocupados los territorios palestinos y no ha habido nunca una sola resolución del Consejo de Seguridad que ni siquiera imponga sanciones diplomáticas o económicas. Frente a esa doble vara de medida, el yihadismo utiliza el argumento de que sus acciones son la única solución para compensar la injusticia que a nivel internacional se comete contra ellos.
¿Se puede ver fomentado todo esto por las decisiones del presidente Donald Trump?
Está tensando la cuerda mucho más. En el tema palestino porque ha cerrado cualquier posibilidad de una paz justa, global y duradera. Por otro lado, también está volviendo a potenciar la colaboración con regímenes tan impresentables como el saudí, al que está convirtiendo en su actor preferente.
¿Cuál es el papel de Arabia Saudí en el terrorismo yihadista?
El sustrato religioso al terrorismo yihadista lo encontramos en el islam suní wahabí salafista, y eso se llama Arabia Saudí. En la medida en que Arabia Saudí ha destinado en las últimas tres décadas 100.000 millones de dólares para fomentar ese tipo de islam, es obvio que ese es el germen fundamental del que han ido surgiendo grupos yihadistas en todas las partes del planeta. Todo eso lo ha hecho un régimen que cuenta con el paraguas de seguridad de Estados Unidos. Se puede señalar a Arabia Saudí como un corresponsable directo en la generación del terrorismo yihadista, el cual ha fomentado ideológica y financieramente.
Dicho eso, en el momento en que Arabia Saudí entra en ese juego, se encuentra también actuando para garantizar su propia seguridad. Si yo te estoy financiando, no ataques aquí, vete a atacar a otros sitios. De algún modo estoy comprando mi seguridad.
El libro, titulado 'Daesh: el porvenir de la amenaza yihadista' (editorial Catarata) sale a la venta el 29 de enero.