Dilma Rousseff gira a la derecha
Durante la campaña electoral de 2014, un montaje fotográfico fusionaba la imagen de los dos candidatos que pasaron a la segunda ronda: Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores) y Aécio Neves (Partido de la Socialdemocracia Brasileña). El meme del candidato único DilmaAecio denunciaba con sorna que apenas existirían diferencias entre el Gobierno de un partido o de otro. En las redes, algunos hablaban del partido PTSDB, una suma de las siglas PSDB y PT, diluyendo las diferencias entre ambas opciones.
Sin embargo, la campaña del Partido de los Tabajadores (PT) fraguó su éxito acentuando el carácter izquierdista y popular de la candidata Dilma. La estrategia polarizó al extremo al electorado y apeló al miedo. Y funcionó. Sin embargo, tres meses después del cuarto triunfo del PT, se han cumplido las peores previsiones de las izquierdas y los movimientos sociales.
Dilma ha construido el Gobierno más conservador desde que el PT llegó al poder. No sólo eso: el PT ha perdido la presidencia del Congreso. El Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB), que tenía un acuerdo tácito por el que el PT siempre presidía la Cámara de los Diputados, se rebeló. Crecido por sus abultados resultados electorales y financieros, el PMDB lanzó un candidato a presidir el Congreso, el conservador Eduardo Cunha. Ante la desesperación de la bancada petista, Cunha se alzó con la presidencia del Congreso.
Algunas de sus primeras declaraciones han causado un profundo malestar en los sectores más progresistas de Brasil. “Las reformas del aborto y de los medios de comunicación sólo se votarán por encima de mi cadáver”, aseguró Eduardo Cunha. La reforma política con la que soñaba tímidamente el PT tampoco entra en la agenda de Cunha. Y ni hablar de otras pautas progresistas, como legalización de las drogas o el matrimonio gay. Las variables de la ecuación conservadora del nuevo ecosistema político de Brasil se encuentran en un Senado y un Congreso más conservadores que los anteriores, con una profusión de pastores evangelistas y figuras reaccionarias nunca vista.
Ortodoxia económica
El primer paso dado por Dilma Rousseff fue nombrar a Joaquim Levy como ministro de Economía. Con un cuadro macroeconímico debilitado, el precio del petróleo cayendo en picado y el profundo caso de corrupción de la petrolera estatal Petrobrás, Brasil sale oficialmente de la era de las vacas gordas. El nombramiento de Levy, conocido como el “ministro banquero”, fue el primer recado: Dilma no se saldrá de la ortodoxia económica y reducirá gastos públicos.
Kátia Abreu, fiel defensora del agronegocio y del lobby global agrícola, fue nombrada ministra de Agricultura. La noticia fue recibida como una bomba en los movimientos sociales, especialmente entre los militantes ecologistas. Abreu, condecorada por el premio Motosierra de Oro por Greenpeace por incentivar la masacre ambiental e indígena en la Amazonia, ha provocado ya varias polémicas. La principal llegó cuando afirmó que en Brasil, que posee uno de los mayores índices de concentración de tierras del mundo, “ya no existen latifundios”.
En un momento en el que Brasil vive una profunda crisis urbana –superpoblación en las ciudades, crisis hídrica, burbuja inmobiliaria– el nombramiento de Gilberto Kassab, exalcalde de São Paulo, como ministro de las Ciudades también ha provocado un incendio de críticas. Kassab, fundador del nuevo Partido Social Democrático (PSD), aplico una profunda receta de neoliberalismo urbano a São Paulo. Tendió la mano al sector inmobiliario y elogió con frecuencia la represión policial en las favelas.
Otros ministros que han causado polémica, sin venir de la derecha, podrían ser considerados como gobernistas, meros defensores del sistema. Aldo Rebelo, del Partido Comunista (PcdB), el nuevo ministro de Ciencia y Tecnología, es un declarado enemigo de los movimientos ecologistas y niega el efecto invernadero. Defiende las megaconstrucciones en la Amazonia. Un tuit de Aldo Rebelo de 2011 en el que elogiaba la construcción de la presa de Belo Monte y se reía de los ecologistas, ha circulado (resucitado) en los últimos tiempos.
La última encuesta de Datafolha revela que el índice de popularidad de Dila se derrumba: apenas el 23% del los encuestados avalan positivamente a la presidenta. Algunas declaraciones no ayudan demasiado. En medio de una crisis hídrica sin precedentes, Eduardo Braga, ministro de Minas y Energía, aseguró publicamente que los problemas se resolverán porque “Dios es brasileño” (usando un viejo refrán nacional).
Marcos Nobre, uno de los analistas políticos más respetados de Brasil, asegura que el “PT ya no lidera el Gobierno”. Para Marcos Nobre, el PMDB es el nuevo buque insignia de la política. El PT apostó por una mayor fragmentación de partidos para no depender apenas del PMDB. Cerró alianzas en Brasilia y en todo el país con partidos pequeños. Pero el tiro le salió por la culata. “Un partido del tamaño del PMDB exige mucho a cambio. La elección de Eduardo Cunha fue una reacción a ese proceso de fragmentación, que tuvo el efecto contrario al esperado por el Gobierno”, afirma Marcos Nobre.
La izquierda oculta
¿Queda algún rincón de izquierda en el Gobierno de Dilma? El bastión más reconocible está formado por Miguel Rosetto (ministro de la Secretaría General) y Pepe Vargas (ministro de la Secretaría de Relaciones Institucionales), ambos pertenecientes al ala troskista de Democracia Socialista del PT. Rosetto será el encargado de tejer alianzas y diálogos con los movimientos sociales. A juzgar por el mal humor generalizado de las izquierdas y movimientos contra Dilma, lo tendrá difícil. Gabriel Medina, el nuevo secretario de la Juventud, perteneciente a la misma corriente política, es uno de los pocos nombres del nuevo Gobierno que las izquierdas salvan.
Por otro lado, Dilma Rousseff, entregó el Ministerio de Cultura a Juca Ferreira, una reconocida figura de la izquierda. Ferreira, que fue el sucesor de Gilberto Gil en Cultura en 2008, regresa a uno de los ministerios que dio más marketing a la era de Lula. Gilberto Gil y Juca Ferreira defendieron como ministros la cultura libre y crearon los aclamados puntos de cultura, entre otras cosas. Sin embargo, el presupuesto del Ministerio, en la era Dilma, está mermado. Y la capacidad de acciones de izquierda desde el Ministerio de Cultura en el conjunto del Gobierno es mínima. Parece más una estrategia para mantener a movimientos y activistas en la esfera gubernamental.
Dentro del PT comienzan a surgir voces críticas. Tarso Genro, exgobernador de Rio Grande do Sul, está intentando crear un debate interno para forzar al partido hacia la izquierda. El mismísimo Lula ha escenificado su disgusto con el nuevo Gobierno. Ha creado incluso un frente de izquierdas, formado por los mismos aliados sindicales y sociales de siempre, por la base social del Gobierno, por viejos movimientos y por nuevos actores cooptados para la causa/marca PT.
“Dilma se transformó en un fantoche. Capituló ante el PMDB”, afirma el periodista André Lobão. “No hay más izquierda. Lo que había de izquierda es centro”, asegura Marcelo Kramer, un trabajador del Centro de Bellas Artes de São Paulo. “El PT es la exizquierda. Triste fin de un partido que tenía todo para diferenciarse de la vieja política y hoy sufre el síndrome de Estocolmo”, matiza la arquitecta Sandra Mara.